Dormí como duermen los condenados a muerte: libre y sin preocupaciones. Al despertar, lo primero que vi fue el cuerpo de Mar, apenas cubierto con el fino camisón que envolvía su desnudez. Dios, era más hermosa a la luz del día, las curvas de su cuerpo jugueteaban con los rayos del sol que se colaban por la ventana entreabierta. Se levantó lentamente, como si el mundo exterior no pudiera perturbar la tranquilidad de aquel momento íntimo. Su camisón se deslizaba sutilmente apenas cubriendo un pubis poblado. Y sus labios entreabiertos inundaban el aire circundante. Me levanté con una marcada erección, fui al baño e hice lo que cada mañana debe hacerse. Era domingo, y los domingos los inventó Dios para castigarnos (bien sabido), aunque por otra parte, el hecho de tomarme un año sabático deb

