El hombre, al pasar junto a él, le sonrió. Era una sonrisa respetuosa, pero con un leve matiz coqueto que no pasó desapercibido. Daniel sintió un pequeño cortocircuito en su mente, una mezcla de incomodidad y algo que no podía definir. Antes de que pudiera evitarlo, el hombre se detuvo. —¡Hola! —saludó con naturalidad. —Hola... —respondió Daniel, su tono apenas audible, reflejo de su ánimo apagado. El hombre se mostró genuino, con una amabilidad que desarmó a Daniel. —Disculpa, con todo respeto... ¿puedo caminar contigo? Hay unas bancas más adelante donde podemos sentarnos a conversar. Te seré honesto: te veo siempre por aquí y me gustaría hablar contigo. Sin compromiso, claro. Daniel, sorprendido por la propuesta, pero sin percibir amenaza alguna, asintió con un gesto. —Sí, por supu

