Carlos mordió su labio para ahogar un gemido, consciente de que las paredes del apartamento eran delgadas. Su mano se movía cada vez más rápido, llevándolo al borde del éxtasis. La imagen mental de su madre alcanzando el clímax, con la cabeza echada hacia atrás y el cuerpo estremecido de placer, fue demasiado para él. Con un último movimiento desesperado, Carlos alcanzó el orgasmo, su cuerpo se tensó mientras oleadas de placer lo recorrían. Se derramó sobre su mano y su vientre, jadeando en silencio. Cuando la bruma del clímax se disipó, la realidad de lo que acababa de hacer lo golpeó. Un trago amargo de culpa ocupó su estómago. Pero increíblemente, la tensión liberada lo relajó lo suficiente para que el sueño empezara a habitarlo. Los días siguientes transcurrieron en una rutina extra

