No quiero hacerles el cuento largo: Tom, mi pequeño y tierno bebé, me cogió como un animal durante las siguientes horas de la madrugada: para empezar me agarró del pelo y presionó mi cabeza contra el colchón mientras me embestía por atrás como un toro en celo. Sus embestidas eran salvajes, profundas, haciéndome gemir de placer con cada arremetida. "Ay, mi vida" jadeé, "¿dónde aprendiste a follar así?" Él solo gruñó en respuesta, dándome una nalgada que resonó en toda la habitación. Cambiamos de posición varias veces. Me puso a cuatro patas, me montó de lado, me hizo cabalgar sobre él. El chico había aprendido bien. Ya no era el amante torpe e inexperto de antes. Ahora sabía exactamente cómo tocarme, dónde lamerme, cuándo acelerar y cuándo ir despacio para volverme loca de deseo. Perdí l

