Llegó, como ha llegado siempre, desde que el hombre es hombre, la noche. Después de una cena incómoda, como no podía ser de otra forma, me retiré a mis aposentos. Me cambié por un camisón ligero y me miré al espejo. Me sorprendió gratamente notar que parecía haber rejuvenecido, mi cuerpo se veía más firme y tonificado de lo que recordaba. Pasé mis manos por mis curvas, sintiendo un hormigueo de excitación. Escuché unos pasos en el pasillo y mi corazón se aceleró. Sabía que era él. —¿Mamá? — Escuché al otro lado de la puerta. Claro que era Tom, claro que iba a llegar. Estaba debatiéndome qué hacer y cómo proceder. Tanta fue mi angustia/emoción que hasta olvidé que la solución podría ser más sencilla de lo imaginable. —Sí, Tom, ¿qué pasa? —Estaba pensando… ¿cómo vamos a hacer en las no

