Ese deseo que los superaba, más grande que cualquier definición de amor escrita por poetas o filosofía, era una tríada perfecta: Romance, la mente. Deseo, el cuerpo. Pasión, el alma. Dos cuerpos entrelazados. Dos almas ardiendo en un fuego sublime. Un amor lo suficientemente poderoso para mantener las heridas a raya por un par de horas más. En la penumbra, intercambiaron miradas. Tiernas sonrisas. Besos en los dedos, en los labios, en las mejillas. Se rozaron las narices. Apretaron sus frentes juntas. —Gracias. Lo dijeron al mismo tiempo. Sin querer, se durmieron unas horas. La noche cayó en un absoluto silencio, envolviéndolos en su manto oscuro. Cuando Daniel despertó, se encontró con los ojos de Natalia sobre él. Lo observaba como si fuese un ángel dormido. Su expresión no co

