Natalia, reuniendo todo su valor, logró articular un tartamudeo: —¡V-Víctor... basta! Estoy ocupada... No p-puedo hacer esto. Pero su voz carecía de la fuerza necesaria. Incluso mientras decía las palabras, su cuerpo seguía traicionándola, respondiendo a cada toque de Víctor como si fuera un instrumento afinado para él. La habitación se llenó de una tensión insoportable, un choque de voluntades entre dos personas atrapadas en un juego que Natalia sabía que debía detener, pero del que no encontraba la forma de escapar. Natalia se hundió en un estado de sumisión que parecía ir más allá de su voluntad. Mientras Víctor exploraba sus senos por encima de la ropa, su respiración se entrecortaba, y cada toque parecía borrar un poco más de su resistencia. Con movimientos decididos, sus manos se

