Con una precisión casi teatral, abrió su boxer, dejando al descubierto la serpiente que había estado retenida. La tomó con ambas manos, sosteniéndola como si fuera un objeto sagrado, y lo miró directamente a los ojos mientras sus labios se curvaban en un susurro cargado de promesa: —Te la dejaré lo más reluciente posible. Antes de que Daniel pudiera reaccionar, Natalia inclinó la cabeza y lo tomó por completo. El calor y la humedad de su boca lo envolvieron, y un gemido escapó de sus labios. Su técnica era impecable, pero lo que la diferenciaba era la intensidad con la que lo hacía. No solo lo devoraba físicamente; parecía que estaba reclamando algo, redescubriendo un territorio que había olvidado que le pertenecía. En cada deslizamiento de sus labios, Natalia confirmó lo que ya había s

