La luz de la mañana se filtraba tímidamente entre las cortinas, dorada y silenciosa, iluminando el aire denso de la habitación. El olor de la medicina se mezclaba con el perfume de la madera antigua, con el leve rastro del café que Natalia no había terminado de beber. El sonido del oxígeno escapando del tanque metálico llenaba el ambiente con su monótono susurro. Un recordatorio constante de que el tiempo se estaba acabando. Lisandro estaba ahí, pero no estaba. Sus ojos, abiertos, vagaban sin dirección fija, como si en su mente no hubiese más que nubes grises, fragmentos de una historia desordenada. Su piel, pálida, delgada, parecía a punto de deshacerse con el viento. Natalia tragó saliva, sintiendo el nudo en su garganta crecer. Cada día era igual. Ella se acercó, sentándose junto a

