Isabel y Carlos eran una familia feliz que vivía en un exclusivo loft de la capital. No eran especialmente ricos, aunque tenían una solvencia envidiable, producto de la meteórica carrera de Isabel, la mejor agente de bienes raíces de toda la ciudad. Su éxito tenía un pequeño secreto detrás: Isabel solía dar un trato especial a un selecto y refinado grupo de clientes. Lo cual no es más que un bello eufemismo para decir que no tenía reparo en dar mamadas, dejarse coger y permitir que estos renombrados caballeros le propinaran una larga y satisfactoria sesión de sexo anal de vez en cuando. Claro que a cambio de ser siempre la primera en la lista cuando de compra-venta de inmuebles se trataba. Contrario a lo que pueda creerse, no era la ambición lo que guiaba las acciones y decisiones de

