Su cacería la llevó, como estaba planeado, a Franco. El encuentro fue en un café donde él ya la esperaba, sosteniendo una pequeña maceta con una orquídea violeta entre sus manos. Natalia se detuvo un segundo al verlo. Algo en su estómago se contrajo. No era la emoción que sintió cuando veía a Daniel. Era otra cosa. Una sensación cálida, un reflejo de su juventud, una ternura enterrada en lo más profundo de su ser. —Para que siempre te sientas bella. Nunca estarás sola. Las palabras de Franco fueron como una brisa cálida en su piel. Las recibió con la misma dulzura con la que había recibido los abrazos de su padre. Tomó la orquídea entre sus manos y hundió la nariz en sus pétalos, absorbiendo su fragancia. Cerró los ojos. Por un instante, se permitió olvidar. —Gracias, Franco. E

