—Señor…
Kenner cerró la boca cuando Hassel volvió a mirarlo con una aguda advertencia.
—Ya hablé, Kenner.
Kenner miró a Amy con tristeza, pero no podía hacer nada por ella en ese momento.
—Disculpe—intervino Amy con voz trémula, pero mirando hacia Hassel con firmeza. Este era su momento, no podía desaprovecharlo, sobre todo porque había invertido sus ahorros en viajar a la capital—. Por lo que tengo entendido, ya tengo el trabajo.
Hassel frunció el ceño, aunque aquella vocecilla temblorosa envió cientos de sensaciones extrañas a todo su cuerpo. La miró una segunda vez, notando finalmente lo hermosa que era Amy. Sin embargo, no se cohibió.
—Soy el jefe, puedo contratar y despedir tanto como quiera, niña.
—Pruébeme entonces—terció Amy rápidamente.
Cuando Hassel levantó una ceja y Kenner la miró desconcertado, ella se dio cuenta de lo extraña que se escucharon sus palabras.
—Digo, que me ponga a prueba por el día de hoy—corrigió de inmediato— y entonces puede decidir si despedirme.
Hassel, admitiendo para sus adentros sentirse un poco entretenido, se levantó de su butaca y rodeó el escritorio para acercarse a Amy y notar la reacción de su cuerpo a causa de su presencia, algo que era normal, pero con ella parecía sentirse extrañamente divertido.
—¿Por qué debería, señorita Bread?
Amy miró a Kenner en busca de apoyo, así que cuando este asintió, ella continuó.
—Porque se vería mal que me despida sin una razón. Y porque buscaré un periodista y le diré lo que está haciendo.
Hassel se cruzó de brazos, mirando a la chica con diversión, aunque no lo reflejó en su mirada.
—¿Me está amenazando?
Amy sintió escalofríos cuando lo escuchó. ¿Por qué debía ser guapo incluso cuando actuaba de esa forma tan aterradora? Sin embargo, se recordó que los hombres guapos no siempre son lo que aparentan, lo aprendió bien en Norwich.
—No, jamás lo haría. Solo digo que si un periodista me pregunta sobre mi experiencia en su empresa le diría la verdad, yo nunca miento.
Hassel enarcó una ceja, pero esa vez no pudo evitar sonreír de lado por lo ingenua que le parecía la chica.
—Puedo verlo.
—Señor, debe ir a una reunión con la Sra. Spencer en el restaurante Golden bridge—intervino Kenner con tranquilidad—. Debería llevarse a Amy, mi trabajo terminó ahora.
Amy miró a Hassel con esperanza, y él sintió como si fuera un cachorro quien lo miraba con añoranza.
—De acuerdo, señorita Bread, viene conmigo—decidió Hassel, y caminó de vuelta a su asiento para tomar la chaqueta azul marino de su traje—. Sin embargo, si comete un error, soy capaz de dejarla tirada en el camino, ¿entendió?
—Ni siquiera voy a llevar mi billetera, porque sé que haré bien mi trabajo—contestó Amy animadamente, muy diferente de la Amy asustada que estaba dentro de ella y que le gritaba “¿estás loca? Tendrás que volver caminando con esos ridículos tacones altos”.
꧁꧂
No tenía otra opción que intentar desafiar su lado torpe, porque sabía perfectamente que si volvía a Norwich su vida sería todavía más difícil, volver a la sucursal de Norwich ya no era una opción.
Kenner se despidió de Amy y salió de la oficina. No necesitó explicarle nada porque en los días anteriores él la había entrenado en secreto, todo lo que Hassel necesitaba y lo que había en su agenda durante el siguiente mes, Amy lo había estudiado.
Entonces siguió a Hassel hasta el elegante auto plateado que los esperaba en la entrada del edificio. Un hombre de traje n***o les abrió la puerta, entonces su camino hacia el restaurante empezó. Mientras tanto Amy se permitió observar maravillada los edificios de Londres, las estatuas y el ambiente diferente del que creció en Norwich.
Cualquiera diría que su ciudad natal era su zona de confort, pero en realidad no lo era. En Norwich solo tenía los peores recuerdos, ya sea por su torpeza o belleza. Las mujeres la odiaban por ser muy linda, los hombres la deseaban mucho por lo mismo o la odiaban por rechazarlos. Sentía que estuvo viviendo en una caja de fósforos. Así que, incluso aunque su trabajo con la empresa Gastrell no durase mucho tiempo, ella debía mantenerlo hasta que encontrara otro empleo y se hubiera estabilizado.
Hassel intentó no observar a la belleza que estaba sentada a su lado. Todo en ella gritaba sensualidad, su falda de tubo roja que se adhería a su cintura y piernas blancas, su blusa blanca, incluso esos tacones negros que decoraban sus bonitos pies. ¿Pero lo más hermoso? Ese cabello largo y dorado, como el de una barbie.
Maldición, se increpó Hassel en la mente. Ese no era el momento de comerse a la secretaria que buscaba despedir. En ese momento sabía que no podía contratarla, iba a ser una distracción tener esas piernas caminando de acá para allá todo el día.
—Llegamos señor—anunció el chofer.
—Será rápido, Darren. No te alejes—le ordenó Hassel.
Amy salió del auto cuando el chofer abrió la puerta para ella. Pero tan pronto como puso un pie en la acera, se tambaleó de nuevo, pero no cayó gracias a las rápidas manos de Hassel, que la sujetaron con firmeza por la cintura.
Enseguida Amy sintió que corría fuego por toda su cara. Se apresuró a estabilizarse y a alejarse del agarre de Hassel.
—¿Para qué usas tacones si eres tan mala en ello? —lanzó Hassel de forma despectiva mientras salía del auto.
Ella se limitó a no contestar y actuar como si nada hubiera sucedido. En Norwich permitió que todos la pisotearan, tenían razón en que era demasiado torpe, pero en Londres, frente a su jefe debía intentar mantener la compostura, incluso aunque eso no evitara que su torpeza arruinara su determinación.
—Como sea—soltó Hassel—. Spencer está dentro, no te caigas de nuevo.
Amy frunció el ceño.
—¿Spencer? Creí que su nombre era Amelia. ¿No es una mujer?
—Lo es, Spencer es su apellido, pero no le gusta ser llamada por su nombre de pila, así que evítalo.
Amy asintió, de pronto emocionada porque aquel era oficialmente su primer día de trabajo. Siguió a Hassel desde atrás, mirando hacia el piso para evitar caerse de nuevo. Cuando llegaron a la mesa, se sorprendió al ver la hermosa mujer pelirroja, sentada al lado de la ventana.
Kenner le habló de Amelia Spencer, era la presidenta de una de las empresas que trabajaban con Gastrell Horizons. Ella era una mujer muy importante y hábil para los negocios, aparentemente, la única mujer con la que Hassel era capaz de entablar una conversación sobre trabajo.
Inesperadamente, Hassel sacó la silla para Amy. Ella se sentó sin decir una palabra y obligó a su estúpido e infantil corazón a quedarse quieto por ese repentino gesto caballeroso de Hassel, quien se sentó a su lado.
—Gastrell—dijo la mujer, con una sonrisa carmesí.
—Spencer—Hassel asintió.
Amelia frunció el ceño.
—¿Dónde está el chico guapo que va contigo a todos lados?
—Kenner, y era mi secretario.
—¿Era?
—Renunció.
Amelia miró entonces a Amy con curiosidad.
—Creí que no contratabas mujeres para secretaría.
—¿Hablaremos del proyecto o sobre mi personal de trabajo? —cortó Hassel.
Amelia sonrió, rodando los ojos cuando dejó de mirar a Amy.
—Comencemos entonces.
Bruja, masculló Amy en su fuero interno, evitando mirar a Amelia. Sin embargo, se mantuvo atenta a todo lo que hablaron y anotó lo que le pareció importante según lo que Kenner le había enseñado. En Norwich, ella solo era parte del departamento de administración, específicamente sacar copias y llevar café desde hacía 3 años cuando se graduó de la universidad. Se creería que graduarse con honores impulsaría tu búsqueda de trabajo, pero no fue así para ella.
Amy se mantuvo firme y atenta hasta que llegó el aroma de la comida a su nariz, entonces fue difícil concentrarse ya que era la hora del almuerzo. Pero estaba trabajando, no podía hacer nada más que esperar a que volvieran a la empresa, y no quería pensar en lo que costaría un plato de comida en ese restaurante.
Cuando finalmente la reunión acabó y volvieron al auto, Amy se sintió aliviada de no haber cometido un error significativo. Y mientras revisaba sus anotaciones se sintió positiva y feliz de lo que logró.
En el ascensor de la empresa Gastrell, ambos se mantuvieron en silencio, hasta que llegaron a la oficina y Amy dejó sobre el escritorio de Hassel las anotaciones.
—¿Entonces? —preguntó Amy, haciendo alusión a lo que hablaron antes de irse a la reunión con Amelia.
—¿Entonces qué? —contestó Hassel con desinterés mientras encendía la pantalla de su ordenador—. ¿No se supone que deberías estar en tu escritorio buscando espacio en mi agenda para esa ridícula fiesta a la que debemos asistir la próxima semana?
Amy sonrió aliviada, eso significaba que tenía el trabajo.
—Sí. Iré de inmediato.
—Y por favor, ve y compra algo de comer—masculló Hassel sin mirarla—, escucho tu estómago desde donde estoy.
Amy se mordió el labio.
—Gracias, señor. Digo, sí señor. Iré ahora…
—Vete de una vez.