La luz grisácea del amanecer apenas lograba filtrarse por las pequeñas rendijas del sótano. Lena se despertó sobresaltada, temblando, con las muñecas adoloridas por las cuerdas que la habían sujetado toda la noche. Tenía el cuerpo entumecido, el estómago vacío, y la cabeza le latía como si fuera a estallar. La puerta se abrió de golpe. Dieter Stahl, el líder de la mafia, entró con paso firme, su abrigo n***o balanceándose con cada movimiento. Lo acompañaban dos hombres armados que Lena no había visto antes.
"Despierta, Lena." La voz de Dieter era baja, casi un murmullo, pero cargada de autoridad. "Vamos a hablar."
La llevaron a una habitación en la planta superior, mucho más elegante de lo que Lena esperaba: sillones de cuero, una mesa de roble, whisky caro alineado en una estantería. Dieter se sentó frente a ella, cruzó las piernas, y encendió un cigarro. "Estás aquí por una razón, Lena. No por error."
Ella sintió un escalofrío. "¿Qué razón...?"
Dieter exhaló el humo con calma. "Tu padre nos debe dinero. Mucho dinero. Más del que puede pagar. Pero tú... tú eres un buen recurso."
Lena lo miró fijamente. "¿Qué quieres de mí?"
"Lealtad." La palabra se quedó flotando en el aire. "Quiero que trabajes para mí. No, no como esclava. Como parte de la familia. Puedes ser alguien aquí, Lena. O puedes seguir siendo una rehén, una mercancía que podemos vender, intercambiar... o descartar."
El corazón de Lena se apretó. ¿Unirse a ellos? ¿Convertirse en una pieza más del monstruo que la había atrapado? Quiso gritarle, insultarlo, pero las palabras no salieron. Estaba atrapada.
Dieter se inclinó hacia ella, sus ojos fríos a centímetros de los suyos. "Tómate un día para pensarlo. Pero recuerda: las opciones son muy simples. Familia... o muerte."
Durante las horas siguientes, Lena vagó por la mansión bajo vigilancia. Vio a los hombres jugar cartas, limpiar armas, contar fajos de billetes. Vio mujeres jóvenes que reían en voz baja, algunas mirándola con lástima, otras con desprecio. Vio a Anselm mirándola desde lejos, con una sonrisa cargada de peligro.
Por la noche, Dieter volvió a buscarla. La llevó a la azotea, desde donde se veía toda Berlín iluminada, vibrante, indiferente. "¿Sabes lo que me gusta de esta ciudad?" preguntó él. "Que nadie pregunta nada. Puedes desaparecer a alguien, puedes robarlo todo, puedes destruirlo todo... y a nadie le importa."
Lena lo miró, el viento helándole la piel. "¿Por qué yo? Hay miles de personas allá abajo. ¿Por qué me eligieron a mí?"
Dieter se quedó en silencio unos segundos. "Porque tú tienes algo que nadie más tiene. Tienes fuego, Lena. Lo vi en tus ojos cuando Anselm intentó tocarte. Lo vi cuando supiste que tu padre te había abandonado. Tú no eres solo una víctima. Tú eres una luchadora."
Las palabras la desarmaron. Durante toda su vida, Lena había sentido que nadie la veía realmente. Ahora, en las circunstancias más oscuras, alguien finalmente la miraba... aunque ese alguien fuera un monstruo.
Al volver al interior, Lena encontró una carta en su habitación. Una nota pequeña, escrita con caligrafía nerviosa. "No confíes en Dieter. Ni en nadie. J."
El corazón le dio un vuelco. ¿Jürgen Mayer? ¿Cómo había llegado esa nota hasta ella? ¿Y qué quería decir? Esa noche, Lena no durmió. Pasó horas despierta, mirando al techo, sintiendo cómo el peso del mundo caía sobre sus hombros. Sabía que su vida nunca volvería a ser la misma.
Cuando amaneció, Lena se puso de pie, se miró al espejo, y tomó una decisión.
Bajó a la sala principal, donde Dieter la esperaba. "Entonces, Lena. ¿Familia o muerte?"
Ella respiró hondo. "Familia."
Dieter sonrió, satisfecho. Pero mientras le tomaba la mano, Lena sintió una punzada helada en el estómago. Sabía que acababa de firmar un pacto con el diablo.
Así comenzaba su nueva vida, una vida entre sombras, entre armas, entre miradas cargadas de deseo y traición. Y aunque aún no lo sabía, ese día Lena Weber había sellado un destino que la llevaría al amor, al odio, a la sangre y, finalmente, a su propia destrucción.
Las primeras semanas de Lena dentro de la organización fueron un infierno cuidadosamente disfrazado. Cada día despertaba en la habitación que le habían asignado: una mezcla de lujo y jaula dorada, con alfombras finas, un enorme espejo adornado, cortinas de terciopelo, pero también cámaras ocultas que ella sabía la vigilaban.
La primera tarea llegó pronto. Dieter no perdió tiempo. Le pidió acompañar a Anselm en una "negociación" con una banda rival. Lena no entendía por qué querían que ella estuviera presente, hasta que vio lo que realmente buscaban: mostrarla como un trofeo, como un símbolo de poder, de que podían quitarle todo a cualquiera, incluso la propia sangre.
La reunión fue tensa. Hombres armados, miradas desconfiadas, palabras cortantes. Lena intentaba parecer indiferente, pero su corazón golpeaba como un tambor. Anselm, siempre con su sonrisa venenosa, le acariciaba el hombro de vez en cuando, y Lena debía contener las ganas de apartarse violentamente. El trato salió mal. Muy mal. Los disparos comenzaron sin previo aviso.
Lena sintió la explosión de adrenalina, los gritos, el olor metálico de la sangre. Anselm la arrastró tras una pared. "Bienvenida al negocio, princesa." Susurró entre dientes, disparando a ciegas por encima del muro.
Regresaron a la mansión con dos muertos, varios heridos, y Lena cubierta de sangre que no era suya. Esa noche vomitó hasta no poder más. Cuando pensó que nadie la veía, se dejó caer al suelo, abrazándose a sí misma. Pero no estaba sola. Jürgen Mayer apareció desde las sombras.
"No te acostumbres." Le dijo con voz baja. "No dejes que te transformen en ellos."
Jürgen era un enigma. A veces parecía ser leal a Dieter, otras veces parecía jugar un juego propio. Con el tiempo, Lena empezó a sospechar que él era quien le había dejado la nota. Había algo en su forma de mirarla, de tratarla, que no encajaba con el resto de la mafia.
Los días se sucedieron entre entrenamientos, encargos, y reuniones secretas. Dieter la preparaba para algo más grande. "No eres solo una pieza decorativa, Lena." Le dijo una noche, mientras compartían whisky en la sala privada. "Quiero que seas mi consejera. Quiero que me ayudes a tomar decisiones."
Lena no sabía si aquello era un honor o una amenaza. Empezó a aprender nombres, rutas, códigos. Aprendió qué hombres eran fieles y cuáles eran traidores en potencia. Aprendió que la mafia no solo era sangre y dinero, sino también política, astucia, manipulación.
En medio de todo, algo inesperado crecía: una tensión peligrosa entre Lena y Jürgen. A veces, cruzaban miradas demasiado largas. A veces, él rozaba su brazo al pasar. A veces, Lena soñaba con él, aunque al despertar se odiaba por ello.
Una noche, mientras Berlin dormía bajo una lluvia helada, Jürgen entró a su habitación sin aviso. "Tenemos un problema." Dijo simplemente. Lena lo miró, alarmada. "¿Qué pasa?"
"Anselm quiere deshacerse de ti."
Lena sintió un frío recorrerle la espalda. "¿Por qué?"
"Porque eres un riesgo. Porque te ve como una amenaza. Porque te desea y eso lo enfurece." Jürgen se sentó al borde de la cama. "Escúchame bien: si quieres sobrevivir aquí, no puedes confiar en nadie. Ni siquiera en mí."
Lena lo miró fijamente. "Entonces, ¿por qué me lo dices?"
Jürgen esbozó una sonrisa triste. "Porque yo también estoy atrapado en esto."
Esa noche, por primera vez, Lena sintió que había alguien que realmente entendía lo que significaba estar en medio de ese mundo.
Pero las cosas no tardarían en estallar. Un secuestro. Un rescate fallido. Una traición interna. El rumor de que Dieter estaba perdiendo poder, que la organización rival —la familia Grüber— estaba acercándose peligrosamente a tomar su lugar.
Y en medio de todo, Lena descubrió algo que la destruyó: su padre no solo había vendido su deuda... había vendido a su propia hija. La había entregado como parte del pago, sabiendo perfectamente lo que le esperaba.
La rabia quemó por dentro a Lena. Esa noche, en la azotea de la mansión, bajo la luna llena, se prometió a sí misma que si iba a ser parte de este juego, sería para cambiarlo. O para destruirlo.
Con Jürgen a su lado, Lena empezó a trazar planes. No sabía todavía que cada paso que daba hacia adelante, la arrastraba también más profundo en un abismo del que no habría salida.
Y mientras tanto, Anselm la vigilaba. Sonreía. Esperaba su momento.
Porque en este juego de sombras, solo hay dos finales: la muerte… o algo peor.