Capítulo 4

1924 Words
AMÉRICA Siento que mis oídos van a estallar mientras mantengo la cabeza bajo la almohada y las sábanas enredadas en mis piernas. Apenas amanece y Alene brama como un perro rabioso; al parecer, no se siente cómoda con tantas enfermeras a su alrededor. Siempre ha sido una mujer independiente y decidida, todo lo contrario a mí. Ahora, depender de alguien para hacer lo que solía hacer por sí misma es una bofetada para su sistema. Termino por despertarme. Ya ni siquiera me molesto en revisar mi móvil; no hay nada ahí que me interese, y he omitido el hecho de que Bryce Henderson me folló con su lengua. Así como el que no ha parado de llamar, enviar mensajes de texto y audios "calientes": mensajes sucios en los que no para de repetir que soy suya y todo lo que planea hacerme el día después de la boda. Algo que, sin duda, me encoge el pecho. No quiero casarme sin amor; hacerlo con un hombre que ame y que él sienta lo mismo por mí ha sido mi sueño desde que era niña y veía telenovelas a escondidas de mi padre. Ahora, ese sueño me ha sido arrebatado por los egoístas de mi familia. De cualquier manera, no he respondido a ninguno de sus mensajes y tampoco pienso hacerlo. Desde que vino aquella noche y me besó, he estado evitándolo. —¡América! Frunzo el ceño. ¿Ahora qué quiere? De mala gana, arrastro los pies hasta el pasillo, donde encuentro a una de las enfermeras más jóvenes, quien camina apresurada con la palma de la mano cubriendo su mejilla roja. Sus ojos se fijan en los míos por dos segundos y luego baja las escaleras rápidamente. Furiosa, me dirijo a la nueva habitación que ocupa mi hermana. Tenemos una casa y un departamento; ambos son escenarios de la crueldad entre ellos dos ante mis ojos. Alene se ha vuelto un monstruo destructivo desde el accidente. Vale, entiendo, de verdad lo hago; tal vez no veo las cosas porque no las vivo bajo la misma piel, pero eso no le da derecho a hacer miserable la vida de los demás solo porque ella tuvo mala suerte. Abro la puerta y me recibe un vaso de vidrio que lanza y se estrella contra la puerta, logrando cerrarla a tiempo antes de que me golpeara en el rostro. —¿Qué crees que haces? —replico, abriendo la puerta de nuevo. Sus ojos, muy parecidos a los míos, aunque los de ella conservan un tono más oscuro alrededor de su iris, me observan y su gesto se relaja. —Lo siento, América. Creí que era esa perra —bufa antes de volver a apoyar su espalda contra la torre de almohadas que han puesto detrás de ella. —No puedes simplemente golpear a tus enfermeras; están aquí para ayudarte —trato de hacer que entre en razón. Dos de ellas terminan de ponerle el suero y revisar las anotaciones que arrojan las máquinas que monitorean sus signos vitales. —¿Ayudarme? —brama en medio de un posible ataque de ira—. ¿Cómo me van a ayudar estas muertas de hambre? ¿Acaso me van a devolver mis piernas? Sus ojos dejan de mirarme y se concentran en una de ellas, la misma que la observa mientras deja de anotar en su portapapeles. —¡Qué me miras, maldita! —Alene está fuera de control. Le lanza un cojín y me duele la cabeza—. ¡Deja de mirarme con esos ojos llenos de lástima! —Por favor, déjenos a solas —les pido a las enfermeras, que más que mirarla con lástima, lo hacen como si ella fuera un monstruo al que le acaban de salir dos cabezas. Las mujeres salen y Alene suelta un suspiro de cansancio. —Papá se fue esta mañana a Canadá, a visitar a uno de los mejores fisioterapeutas, así que estaremos solas —me comunica lo que ya sé. Me quedo callada, asiento y opto por sentarme a su lado, como cuando éramos niñas. Rodeo sus hombros con mi brazo, acercándola a mi pecho, donde se recarga con confianza. —Voy a salir de esto, soy fuerte —dice con seguridad, aunque su voz suena como un hilo. Miente; está rota por dentro. Lo sé porque somos gemelas, sangre y carne por igual. Siento lo que ella siente, aunque no me lo diga, lo sabe; por eso no me enfrenta con la mirada. —Ambas sabemos que, de las dos, eres la más fuerte —susurro. Guardamos silencio un par de minutos, ella abrazándose a mi cuerpo como si fuera una niña pequeña y yo cepillando su cabello con mis dedos. Hasta que se incorpora. —Sé que no quieres hacer esto, y créeme, te mantuve fuera hasta el accidente, pero tienes que aguantar. Si estuviera sana, lo haría en un abrir y cerrar de ojos —toma mis manos entre las suyas—. Somos una extensión la una de la otra. Siempre hemos dicho eso, pero quiero expresarle que nunca me he sentido tan atada a alguien, así que omito el comentario autodestructivo. —No has contestado sus llamadas, ¿cierto? Levanto ambas cejas fingiendo sorpresa. —¿Tan obvia soy? —Un poco —suspira, luego sus ojos se dilatan—. ¿Se han visto? Trago grueso; mi corazón late con fuerza al recordar las vibraciones que recorrieron todo mi cuerpo hace un par de noches. —No, solo llamó —me limito a responder. Veo que su rostro se relaja y su cuerpo también. —Tienes que ir a la empresa. —Ni de coña —rebatí, poniéndome de pie. —Aun así, tienes que hacerlo, América. Si no lo haces, comenzará a sospechar que algo anda mal. Una de las cosas que aprendí a su lado es que el maldito Bryce Henderson tiene un olfato profesional y nato para las mentiras —me explica frunciendo los labios—. No tienes idea de lo que me ha costado actuar para que no se dé cuenta de mis verdaderas intenciones. —Una razón más para no ir —apunto—. Sabes que se me da mal mentir; él lo va a descubrir. De hecho, el día que estuve en su departamento, notó muchas cosas diferentes. Pero eso me lo callo y lo empujo al fondo de mi pecho, ese que martillea solo con pensar y recordar lo que pasó entre los dos. —Por favor, ve. Haz una sola aparición para que no sospeche —insiste, poniendo cara de cachorro. Me muerdo el labio inferior; conozco a Alene mejor que nadie y sé que no se va a detener. —Está bien —blanqueo los ojos. Una sonrisa que va de oreja a oreja ilumina su rostro refinado. —Eres la mejor hermana del mundo —me abraza. Su ánimo mejora en los siguientes veinte minutos, durante los cuales hablamos de su programa favorito, hasta que prácticamente me corre para que vaya a la empresa de Bryce. Entro a mi habitación, me visto con una falda plisada, bucaneras, una blusa de manga larga y zapatillas, para luego salir y tomar el coche de mi hermana. Subo; mi móvil sigue sonando. El nombre de Bryce Henderson parpadea con "Bebé", lo que me hace fruncir el ceño. Cuando le pregunté sobre ese detalle, solo dijo que era parte de la actuación. Con ese pensamiento me quedo hasta que llego. El estómago se me hace un nudo cuando la gente me reconoce de inmediato como la prometida de Bryce, al abrirse las puertas del elevador que lleva al último piso, donde está su oficina, ya que es el CEO. Sigo hasta la única puerta que hay en el área, la cual tiene todas las características que me describió Alene. Ella dijo que no tocara, que solo abriera, y eso es lo que hago. Lo primero que aparece en mi campo de visión es a Bryce sentado en su escritorio, a punto de volver a llamarme. Sus ojos verdes contrastan con su cabello rubio y me mira serio. —Hola, Bryce —mi voz tiembla. El aura salvaje que emana de él hace que mis piernas tiemblen. Mis pies permanecen estáticos sobre el suelo y de pronto me siento como una maldita estatua. —Alene —dice con voz ronca. Un extraño sentimiento de angustia me hace querer escuchar mi nombre real en sus labios. Rápido borro ese pensamiento. —¿Cómo estás? —camino hacia él hasta estar a pocos centímetros. Recorre mi cuerpo con una mirada interesante, hasta que recarga su espalda en el respaldo de la silla. —Nunca usas faldas tan cortas. ¿Estás tratando de pedirme perdón mediante juegos sucios? —hay un brillo de diversión en sus palabras. Trago grueso y niego con la cabeza. —No, yo solo… En menos de dos segundos, ya lo tengo sobre mí, rodeando mi cintura con una posesividad que ningún chico con el que haya salido antes aplicó conmigo. Siento que he olvidado cómo respirar al sentir la suavidad hosca de sus labios sobre los míos. —Te quiero, Alene —gruñe en mi oído mientras me lleva hasta su escritorio. Sin dificultad, me sube y se mete entre mis piernas, restregando su erección contra mi vientre. Un extraño calor se extiende hasta mi pecho cuando dirige sus manos hasta mis nalgas y las estruja con tanto anhelo que provoca que suelte un gruñido. —Estás firme —dice sorprendido. «Maldita sea». —Debe ser por el ejercicio —respondo entre jadeos. —¿Desde cuándo haces eso? Creí que odiabas los deportes. Sus labios pasan su atención a mi cuello y la piel se me eriza al darme cuenta de que estoy dejando que el tipo que le gusta a mi hermana me bese. Sin contar que él piensa que es Alene a quien toca, cuando en realidad soy yo, lo que me deja un sabor amargo en la boca y me hace empujarlo con toda la fuerza que tengo. —Tengo que irme —me bajo del escritorio, tratando de alisar la falda que se me había subido. No espero respuesta; le doy la espalda, dispuesta a desaparecer. Sin embargo, al abrir la puerta, su voz ronca me detiene. —¿Quieres terminar? Me congelo. Las manos me tiemblan, pero lo oculto muy bien. —¿Tú quieres hacerlo? —le miro por encima del hombro. «Por favor, di que sí». Me aferro a la última esperanza que me queda, no solo para alejarlo de la situación con mi padre y hermana, sino para salvarme a mí. Él se queda fijo en mí. —No, y jamás voy a cambiar de opinión. Mi corazón se rompe. Idiota. —Bien, porque tampoco quiero alejarme de ti. Y con esto salgo de su oficina, el corazón latiéndome con fuerza. Aprieto el botón del elevador repetidas veces hasta que las puertas se abren y choco contra… —Rupert —suelto. El tipo me come con la mirada. Me hago a un lado al interpretar su silencio como una patada en el culo, entro al elevador y antes de apretar el botón, habla. —Curioso. Levanto la mirada. —¿Qué? Entonces me observa con esos ojos verdes, más claros que los de Bryce. —Pareces otra persona. Justo en ese momento, las puertas se cierran porque aprieto el botón sin darme cuenta, y me quedo atónita. ¿En qué me he metido?
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