BRYCE Es mía, y es lo que quiero gritarle al mundo: mía para siempre. América, como ahora sé que se llama, no le pregunté más sobre el nombre que le pusieron cuando era una niña. De hecho, me gusta más su nombre real; es fuerte. Los recuerdos de cuando llegó esta mañana al Ayuntamiento, vestida de un modo tan rebelde, como si fuera una adolescente, hacen que mi deseo crezca. Siempre he tenido que ser delicado con ella, tratarla como a una frágil flor que podría romperse entre mis manos. No obstante, ella me besó de una forma que jamás había experimentado. Introdujo su lengua en mi boca de manera ansiosa, brutal y manipuladora. Se me abalanzó, y sentí el impulso salvaje de poseerla por completo. Luego me mordió el labio inferior, y eso desató en mí un instinto de posesividad. Le agarré e

