Liesl tembló involuntariamente cuando Isaías la besó con una pasión a la que ella luchaba por corresponder. La cantidad de alcohol en sus venas dificultaba su capacidad para pensar o reaccionar con claridad. Cuando su diente chocó con el suyo, él se rio y la abrazó. —Estás borracha, cariño. —Lo sé. No suelo beber whisky. Podría ser diluyente de pintura. —Ella apoyó la cabeza en su hombro. Se sentía ebria de la peor manera. —¿Trabajas hoy? —No realmente —se quejó—. Definitivamente no puedo hacer ninguna restauración cuando mi cabeza está tan confusa. —Y si vienes a casa conmigo? —¿No tienes que trabajar? —Puedo trabajar desde casa. Puedes dormir en el sofá de mi oficina. Solo quiero tenerte cerca de mí. —¿De verdad? —Sí, mucho. —Si me voy, tal vez Janka pueda abrir de nuevo por el

