PREFACIO: CONOCIENDO LA MUERTE

933 Words
¿Alguna vez has tenido una terrible pesadilla en la que preferirías morir para escapar? ¿Alguna vez has tenido un maravilloso sueño en el que preferirías vivir para siempre? —¡Basta! ¡Solo esta vez, deténgase! —le rogó ella entre llantos, aferrada a su pierna mientras su bata roja resbalaba de sus delgados hombros. Un sonoro golpe de metal contra mi puerta me hizo apretar los ojos, a la vez que mis propios sollozos aterrados me ensordecían los oídos. Quería que se detuviera, solo esa vez... Solo una última vez. —¡Déjela en paz! —volvió a suplicarle ella, su voz se oía ronca a causa de lo mucho que ya había gritado esa noche—. ¡Por favor, solo una vez más! ¡Solo esta vez...! —¡Suéltame ya, zorra! —le gritó él con una estruendosa voz grave—. ¡Me tienes harto, maldita perra barata! De repente se oyó el seco impacto de la barra de metal contra algo blando, seguido de un desgarrador grito agonizante. —¡No! ¡Isabel! Me giré rápidamente y con las dos manos me aferré a la perilla de la puerta, comencé a abrirla... —¡No! —exclamó ella con extrema dificultad—. ¡Quédate... dentro, Nina! ¡No salgas! A través de la pequeña rendija que había logrado abrir, la pude ver tendida en el suelo, a los pies de nuestro dueño. Su delgado cuerpo estaba llenó de marcas y golpes, y de su frente manaba un lento hilillo de sangre. Exhalé de dolor, sin saber qué hacer. —¡Sal ya, pequeña basura! —me gritó nuestro dueño e intentó hacerme salir de la habitación donde permanecía oculta de él. Rápidamente coloqué mis pies descalzos contra la puerta y con todo mi cuerpo hice contrapeso. No iba a dejarlo entrar, no podía. —¡Abre la maldita puerta o te arrepentirás, basura! —me gritó con la enorme cara roja pegada en la rendija de la puerta, sujetando una pesada barra metálica con una gran mano—. ¡Abre antes de que entre y te rompa cada hueso! Aunque todo mi cuerpo temblaba, todo el miedo que hasta momentos antes sentía, ya no estaba. Ya no había nada en mí, más que aturdimiento y vacío. A sus pies, mi hermana, mi única familia y amiga me miró con desesperación antes de apoyar su cabeza en el suelo de madera y cerrar los ojos. Lagrimas cálidas rodaron por mis frías mejillas. Y sentí el momento exacto en que mi alma se hizo nada, igual que la suya. —¡Abre la maldita puerta, sucia mocosa ...! Dejé de oírlo, mis ojos solo la veían a ella, inmóvil. —¿Isa-bel? —musité su nombre con un hilillo de voz. No se levantó, solo un lago de sangre comenzó a formarse a su alrededor. Mis ojos se abrieron desmesuradamente y me dolió el pecho más de lo que me había dolido nunca. —¡No, no, no! ¡Isabel! —grité soltando la puerta y lazándome hacia ella a gatas, dejando de importarme todo lo demás. Pero antes de poder llegar a su lado, él me alcanzó y me sujetó del cabello. Apenas sentí dolor y le arañé las manos tratando de liberarme, mirando a mi amiga en el suelo. —¡Isabel! ¡Isabel, despierta! A base de tirones de cabello, él me hizo ponerme de pie y me alejó. —Vaya, la otra zorra está muerta —dijo dándole un puntapié. ¿Muerta? Yo sentí que también moría. Sin Isabel, yo me quedaba sola en ese infierno. —Pero no fue culpa mía, le dije que me soltará y no quiso. Ella se lo buscó. Sollocé e intenté que me soltará; quería verla, quería estar con ella, abrazarla. Pero con sus dedos sujetándome el cabello desde la raíz, nuestro dueño me alejó de Isabel y me arrastró escaleras abajo. En medio de la gran sala vieja y llena de muebles rotos, me arrojó al suelo y luego, riéndose, me señaló con su barra de metal. —¿Acaso tú y la otra zorra creían que te ignoraría toda la vida? —me dijo burlonamente—. ¿No te compré para verte crecer y no disfrutar de ti? Ella ya no era suficiente para mí, debió saberlo antes de acabar muerta. Desde el frío piso, miré con total desprecio al tipo frente a mí; era un borracho obeso, asqueroso, violento... y mi cruel dueño desde hacía años. —Deberías bajar los ojos, ¡no mirarme así! —me gritó descargando un golpe de la barra muy cerca de mí—. ¡Quita esa desafiante mirada o te mataré también! Llorando lágrimas amargas, deseé morir allí mismo. Isabel había luchado por años para que ese viejo repugnante no me tocará, y por un tiempo había funcionado. Ella se había ofrecido por mí, pero al final de nada había servido. —Máteme de una vez —le dije con valor, clavando las uñas en la vieja madera del piso. Deseé que no me hubiese dejado sola con él. Deseé morir igual que ella. Ansié la muerte para escapar de mi terrible pesadilla. Sin embargo, no moriría, de hecho, ese viejo no me lastimaría. No tendría la oportunidad de acabar conmigo. Más tarde, descubriría que había una larga vida para mí gracias a un hombre que me miraría y me sonreiría, que convertiría mi horrible pesadilla en un maravilloso sueño. Y gracias a él conocería la libertad, pero sería momentánea... también gracias a él.
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