— ¿De verdad te escapaste de tu casa? —Se escuchó de fondo, sacándola de sus pensamientos, eso le hizo recordar que debía prender su teléfono.
— No, sinceramente no. Mi madre sabe que hay días donde se necesita tiempo sola, además, ya soy mayor, no necesito ir avisando a cada lugar que voy. —Le responde y el tono de llamada se comienza a escuchar en el coche, al responder le contesta su mejor amiga gritando.
— ¿Ahora dónde te has metido, Cleopatra? Son las tres de la mañana. —Grita y ella, en un movimiento instintivo, se aleja el móvil de la oreja para no quedarse sorda.
— Lo mismo de siempre, Emma, salí a caminar un rato, tuve otra pesadilla.
— ¿A quién se le ocurre salir a caminar a las tres de la mañana? Cleopatra, tienes que dejar de preocuparnos de esa forma. —Le responde y ella frunce el ceño, Aaron la miró confundido— Tu bella madre me ha llamado hace más de media hora preguntándome por ti.
— No pensé que se asustaría, sabe que siempre salgo a la noche cuando tengo pesadillas. —Le contestó— Además, le dejé mensajes.
— Bueno, no creo que un “Vuelvo pronto” sea un buen mensaje para decirle a tu madre.
— Ya entendí, ¿Tienes algo más para reprocharme? —Pregunta cansada y hay algo que le resulta extraño— ¿Qué es lo que estás haciendo despierta a esta hora?
— Estoy en algo que se llama meditación, tendrías que probarlo.
— ¿Meditación o masturbación?
— Meditación tonta, aunque sé que no puedes creerlo, yo medito casi siempre.
— ¿Casi siempre o una vez al mes? —Contesta con una risa, por el altavoz se pudo notar el respiro frustrado de su amiga.
— Olvídalo, no lo entenderías. —Dice— Pásame tu ubicación, iré a buscarte.
— No necesito que vengas a buscarme, ya tengo a alguien que me puede alcanzar hasta mi casa.
— ¿Disculpa? ¿Acaso saliste a buscarte un polvo de medianoche? ¿Con quién estás?
— No, no es un polvo, luego te explico, te veo mañana.
— Pero…
— Te quiero, adiós. —Cuelga la llamada y se da la vuelta para mirar a Aaron— Listo, ya saben que estoy sana y salva.
— ¿Esa quién era?
— Se llama Emma, mi mejor amiga.
— No me suena su nombre, ¿Dónde la conociste?
— Es complicado de contar, además, es una historia muy larga, pero resumiendo nos conocimos en una cafetería por error, al principio no fue todo muy lindo y luego fue mejorando. Por cierto, tú no me has contado nada sobre ti o sobre tu vida ahora.
— No hay mucho qué contar, había entrado a una universidad que tenía administración de empresas que se encuentra fuera de la ciudad, pero este año la dejé porque era muy exigente y no me iba tan bien, en algún momento me gustaría volver. Y eso solamente, después no he vuelto a tener novia.
— Qué extraño, Aaron Hendry sin novia. —Dice Cleo en un intento de ser sarcástica, pero para su mala suerte, por el tono en el que lo dijo, sonó a celos.
— Tendrías que alegrarte, pero bueno. —Responde restándole importancia— El cambio más brusco fue esto —señala su cabello— desapareció ese cabello rubio que tanto detestaba.
— Eras rubio natural, no te tendrías que quejar de eso.
— ¿Qué hacías sola en la fábrica? —Cuestiona.
— Casi todos los días salgo a caminar por la noche y suelo terminar cerca de allí, hoy fue la primera vez que entré luego del accidente. —Responde y suspira— Además, estuve muy estresada últimamente, tendría que estar averiguando sobre a qué universidad me gustaría ir o que quiero hacer de mi vida ya que terminé el instituto, pero aún no lo sé y mi madre lo único que hace es insistir.
— Te entiendo, me pasó lo mismo cuando terminé el instituto hace dos años, mis padres querían sacarme de casa lo antes posible. ¿Sabes? No es una decisión que se tenga que tomar a la ligera, ya que todo va a su tiempo y eso puede llegar a definir tu futuro. —Le responde, pero ella se pierde en sus pensamientos nuevamente. Cualquier persona que lo vea por primera vez pensaría que es el típico chico que no rompe ni un vaso, pero se la pasa rompiendo la vajilla entera.
— Cleopatra, ¿me estás escuchando? —Pasa su mano por delante de la cara de ella, sacándola de ahí.
— Claro que te estaba escuchando, interesante lo que me has dicho.
— ¿Interesante que se haya muerto mi perro?
— ¿Qué? —Pregunta ahogándose con la saliva, Aaron se empezó a reír como un loco— ¡No te rías!
— Cleo, tú más que nadie sabe que no puedo tener un perro, soy alérgico. —Le dice y se sigue riendo.
— Gracias por recordarmelo, ahora te regalaré uno para tu cumpleaños, idiota.
— Reconoce que fue tu culpa por no estar prestando atención a lo que te digo.