Años antes…
Molesta, abrí mi taquilla y tiré mis libros dentro. Aunque probablemente iba a graduarme con una de las mejores notas, eso no significaba que me gustara ir al colegio y, desde luego, no significaba que esperara con impaciencia otra clase.
Suspirando, cogí mis libros para la siguiente lección y me dirigí a la clase de matemáticas.
era una de las mejores de la clase (como en todas las asignaturas), ya que me habían aceptado en un colegio de élite, no podía permitirme ser peor de lo que era.
De todos modos, no podía permitirme ser peor que buena.
Mis padres, así como mis abuelos por parte de madre, también fueron a Harvard. Ahora yo continuaría el árbol genealógico. Si quería o no, a mis padres les daba igual. Lo principal era que yo fuera, estudiara y me graduara con muy buenas notas.
Cuando entré en el aula me senté al lado del odioso gilipollas de Andrew.
Nuestra profesora nos había asignado desde el principio dónde y con quién nos sentaríamos, para todo el año. Busqué a mi mejor amiga Lucy y ella me dirigió una mirada alentadora, me dio un pulgar hacia arriba para decirme que todo estaba bien y que podía manejar las clases al lado de este imbécil.
Andrew se sentó despreocupadamente en su silla y habló con sus amigos que, por azares del destino, estaban sentados detrás de nosotros, se sentó en su silla de tal manera que yo no podía caminar hacia mi asiento.
Le di un golpecito en los hombros y giró la cara hacia mí.
—Tengo que pasar por ahí — le dije señalando mi asiento.
—Pues hazlo — dijo riendo y volvió a darse la vuelta.
—Me encantaría, pero me estás impidiendo el paso — le dije, dándome cuenta de que ni siquiera me estaba escuchando.
Poniendo los ojos en blanco, me dispuse a pasar por encima de él porque no me apetecía jugar a ese tipo de juegos. Además, la profesora no aguantaba una broma si no te sentabas en tu sitio a la hora y no llevabas el material encima. Por desgracia, yo no estaba sentada en mi sitio y no quería meterme en líos, que era lo único que necesitaba de mis padres. Así que me armé de valor y trepé por encima de él. Al menos lo intenté, porque cuando sus amigos se fijaron en mí empezaron a reírse a carcajadas y a señalarme, así que Andrew y todos los demás se giraron hacia mí y se rieron a carcajadas.
—¿Qué haces? — preguntó Andrew.
—Si no me dejas pasar, tendré que ponerme creativa — dije, mirándole fijamente. Se rió.
—De acuerdo entonces, te dejaré ejercitar tu creatividad. ¿Cuál es tu próximo paso? — preguntó.
—¿Por qué no solo me dejas pasar?
Toda la clase se rió y me miró. Dejé que mis ojos se desviaran, algunos sacaron sus móviles y lo grabaron, otros simplemente me miraron divertidos. Odiaba pasar vergüenza, no es que lo hiciera a menudo, pero cuando lo hacía lo odiaba.
Además, me costaba admitir mis errores, siempre me costaba. Siempre intentaba ser perfecta, pero esto era un error. Si me sentaba ahora, estaría sentada a horcajadas sobre el regazo de Andrew. Eso era más que embarazoso. Andrew pareció tener un poco de compasión y se levantó para dejarme pasar. Con los ojos fijos en mí, volvió a tomar asiento a mi lado. Me senté enfadada y miré fijamente hacia delante. ¡Gracias por su amabilidad!
—¿Tan difícil era ahora? — le pregunté irritada. Se limitó a resoplar y giró la cabeza hacia mí.
—Escucha a isadora — empezó.
—Isabela — corregí.
—Isadora, isabela, es lo mismo — comentó. Estaba a punto de decir un comentario no muy agradable cuando entró nuestra profesora y todo el mundo dejó de hablar. ¡Qué suerte!
Poco antes del final de la clase, la profesora tenía algo que comunicar.
—Trabajaréis en parejas para escribir un trabajo y presentarlo aquí la próxima clase. Hoy os enviaré los temas por correo electrónico. Es preferible que empecéis hoy — dijo.
—¿Por qué tenemos que hacer trabajos en matemáticas? — preguntó un alumno, jugador de fútbol, cuando miré hacia atrás.
No es una pregunta inteligente. Con ella, prefieres callarte y hacer lo que dice.
—Por eso, porque quiero — dijo ella. Sonó el timbre y todos los alumnos se pusieron en pie. — Antes de que se me olvide. Vuestras parejas son vuestros compañeros de mesa. Si cambiáis la nota será más baja — dijo, dejándome helada. No puede estar hablando en serio.
Detuve a Andrew antes de que saliera. Creo que ni siquiera le importaba que tuviéramos que hacer un trabajo. Pero a mí sí me interesaba.
—¿Adónde vas? Tenemos que discutir quién hace qué — dije enfadada.
—Iré a tu casa hoy a las seis. — Dijo y se fue.
—¿Y si no quiero que vayas a mí casa? —. Le pregunté. Se detuvo y se dio la vuelta.
—Entonces eres bienvenida a hacerlo por tu cuenta — dijo riendo y se dio la vuelta de nuevo.
¡Ese chico se puede ir a la mierda!
Una vez en casa, me preparé para un ajetreado día de matemáticas. Porque había que entregar el trabajo en dos días. La verdad es que no pensaba que Andrew fuera a venir, seguro que tenía algo mejor que hacer que las mates. No me importaba que no viniera, pero no me apetecía preparar el trabajo yo sola.
Por desgracia, mi mala conciencia afloró cuando quise ver tranquilamente un episodio de Flash, intenté ignorarla, pero de nuevo mi conciencia ganó la batalla. Mamá y papá aún no estaban en casa a esas horas. Mamá iba a su club de tenis favorito con sus amigas y papá era profesor de ingenieria en la Universidad de Cambridge.
Mis padres eran perfeccionistas y buscaban todo y a todos los que creían que podían encajar en nuestra familia. El prestigio era lo más importante para ellos, siempre que pudieran mantener la apariencia de una familia perfecta. Porque en realidad no éramos perfectos. Sólo porque mis padres tienen mucho dinero, todos en la familia tienen que bailar al son de papá y mamá.
Mi hermano mayor se cansó y se mudó después de cumplir 18 años. Siempre decía que su piso estaba abierto para mí, ya que yo cumplía 18 en unos días. Pero yo no podía irme sin más. No podía dejar solo a mi hermano pequeño, sólo tenía 8 años. A menudo le gritaban si no llevaba la ropa limpia o si no se sentaba derecho cuando comía. Sólo tenía 8 años. ¿Qué esperaban?
Cuando yo era más joven, también me trataban así, pero tenía ayuda. Mi hermano estaba de mi lado. Aunque no podía hacer mucho, porque solo era 2 años mayor que yo, pero al menos alguien me daba fuerzas. Ahora quería estar ahí para George.
De repente sonó el timbre, sacándome de mis pensamientos, Suspirando, me levanté y bajé las escaleras. Miré el reloj del pasillo. Eran las seis. Debería haber empezado el trabajo de matemáticas.
Abrí la puerta y me sobresalté. Era Andrew, despreocupado, con una mano en el bolsillo de los vaqueros y vistiendo una cazadora de cuero, de nada más verle, una chica ya se estaría quitando las bragas. Yo no, que quede claro. Ya casi todo el instituto ya se había acostado con él, lo cual no era ningún secreto.
—¿Qué haces aquí? — le pregunté. La verdad es que no me lo esperaba.
Me miró con una sonrisa y me maté por llevar pantalones de pijama de pikachu. Por dentro ya me estaba cavando un profundo agujero.
—Teníamos que preparar un trabajo. ¿Te acuerdas? — me preguntó y yo puse los ojos en blanco cuando estaba a punto de contestar, pero me interrumpió mi hermano George.
—Isabela ¿me preparas algo de comer? — preguntó bajando dos tramos de escaleras a la vez. Se acercó a mí y luego miró a Andrew. Andrew sonrió ligeramente. — Hola, soy George — dijo mi hermano sonriendo. — y ¿Tú? — preguntó entonces mirándolo interrogativamente con sus grandes ojos marrones y dulces.
—Yo soy Andrew. Tú debes ser el hermano de Isabela, ¿Estoy en lo cierto? — le preguntó a George arrodillándose. Me quedé mirando todo antes de hablar.
—Te prepararé algo de comer en un minuto, George. Ve a la cocina — Obedeció y se despidió de Andrew con una sonrisa.
—Lindo muchachito — dijo Andrew. — ¿Puedo entrar? — preguntó.
—¿De verdad quieres ayudarme? — le pregunté por las dudas.
—Sí, y ahora déjame entrar de una vez — dijo, abriéndose paso hacia la casa.
—¡Oye! — me quejé.
—Tranquila — dijo, mirando a su alrededor. — Muy pequeño — dijo.
¿Me estaba tomando el pelo? Esta casa no era una casa era casi 2 casas grandes en una. Con un jardín muy grande y una piscina bastante visible. Lo pequeño era diferente. Casi todo el mundo soñaba con eso.
Ignoré por completo a Andrew y desaparecí en la cocina. Unos pasos me siguieron.
—George estoy haciendo pasta con salsa de tomate — le dije, sabiendo que era su favorita. Dio un respingo y se aferró a mi pierna. Miré a Andrew, que estaba en el marco de la puerta.
—Puedes cenar con nosotros si quieres y empezamos después — le dije, mirándole inquisitivamente.
—Como quieras — murmuró y se sentó despreocupadamente en una de las sillas de la pequeña mesa del comedor. Normalmente, el personal que trabajaba en nuestra casa comía aquí. Pero mi madre estaba amable hoy y había mandado a todos a casa o los había despedido, quién sabe.
—Isabela, ¿puedes poner queso encima de la pasta? — preguntó George y se dejó caer en la silla junto a él con la ayuda de Andrew.