Cuando la mañana llegó, sorprendió a Maxine y a Lars durmiendo abrazados. El primero en abrir los ojos fue Lars y se asombró de ver a la cría aferrada a él. Jamás había dormido abrazando a alguien y menos después de coger como él había cogido con ella durante toda la noche. Por eso le pareció demasiado extraño el hecho de que le hubiese gustado estar así con ella. Pensó en soltarla, pero la tentación de continuar sintiendo el calor que desprendía su cuerpo, de escuchar los latidos calmados de su corazón y de seguir acariciando su piel tersa, pudo más. Pasó las yemas de sus dedos por las suaves y delicadas curvas de su cuerpo de ninfa, aspiró el aroma a manzanilla y miel que desprendía su larga cabellera castaña y contempló su rostro angelical; grabando en su memoria su rostro perfilado,

