Capitulo 4

3617 Words
Todo ocurría con elegante pero vulgar fluidez en esa pequeña casa de locos, apenas había ocupado el sillón de la sala, frente al televisor, pero ya empezaban a moverse sin apenas recato los engranajes de la locura, el sonido de la música muy alto, las chicas que se perdieron en la habitación más lejana diciéndole que esperara reían  sonoramente y creía poder escuchar el deslizar de la ropa sobre la piel, ese murmullo tan sugerente que constituye el preludio de todo cuanto se había propuesto evitar ese día.   Se revolvió incomodo en ese sofá, sin saber si debía permanecer allí a la espera de alguna sorpresa o sería mejor marcharse cortando con un acto tan grosero toda posibilidad y tentación de que ocurriera lo que tenía en mente desde que la vio asomarse por la puerta de la cafetería o tal vez incluso por la puerta de su oficina. Ambas mujeres salieron, solo una de ellas vestía distinto, la amiga de voz de chiflada, que dijo sin dar tiempo apenas de comentar cualquier cosa – uy, no tengo nada que ofrecerle, déjeme voy a comprar un par de cosas, quédense juiciosos, de pronto me tardo un poquin- mientras guiñaba el ojo, la otra mujer que empezaba a tomar asiento también en el sofá quedo se sorprendió tanto como el mismo.   Solos, igual que en el automóvil, pero esta vez sin la excusa del camino, sin poder distraer la mirada en las calles que pasaban, en los comercios pequeñitos o en los altos edificios, simplemente la pantalla inerte del televisor apagado y la música que ya empezaba a desnaturalizarse de tan fuerte que sonaba, ella se inclinó para girar la perilla del sonido, los altavoces dejaron por fin de vibrar tan salvajemente, como para probar si aquello permitía ya intercambiar un par de palabras dijo ella – pues espero que no tarde tanto- El rió suavemente- ¿segura?- Sin estar acostumbrada a ser la acorralada se ruborizo un poco – en serio, no tengo que ver, en esta casi trampa- rió nerviosamente -No me parece muy creíble- -Bueno, cree lo que quieras, en cualquier caso, ese anillo- mientras señalaba su mano- es tu correa, no puedes transgredir su símbolo, aunque bueno, supongo que llevar desconocidas por la ciudad es el punto en el que empieza a saltarse una línea -Tienes razón, pero, todo sigue siendo pura cortesía, nada más, hasta este punto, puedo irme si quieres -No dije eso, simplemente quiero entender que lleva a un hombre casado a vagar por la ciudad un sábado por la tarde - Yo también quisiera saberlo, créeme que si -Me gusta el misterio, pero solo cuando promete respuesta -No sabría cómo empezar a explicarme -Te ayudo, ¿son simples ganas de cogerme? -Ojalá, sería más fácil de ignorar Ella rio –en serio que no sé cuándo es un halago y cuando no lo es- -Quiero decir, no es eso todo -Entonces si te quieres abalanzar sobre mí, ayudaaa- fingio un grito de socorro El rio de nuevo – No, o bueno tal vez si, pero me contengo soy bueno en eso- -Que tanto- dijo ella mientras se acercaba un poquito en el sillón -Mucho- dijo, intentando mirar para un lado- lo curioso es que me maravilla la libertad, somos después de todo lo único en la tierra capaz de ella y sin embargo la usamos para contradecirla, para reprimirnos -No es contradecir, es simple cobardía señor, asi le llaman al que no hace lo que quiere -Sí y también lo llaman delincuente, lo llaman asesino y depravado, vicioso- - ella rio de nuevo, esta vez muy sinceramente- Gente que se divierte, en resumen- Como atraída por el magnetismo la mirada se clavó en su entrecejo que volvía de nuevo a modularse tras cada palabra ingeniosa, un instante la miro y sin poder retener las ansias de tocar, estiro la mano, tocándola con la yema del dedo índice, allí, entre los ojos. Ella pensando que sería otro tipo de caricia pareció confundida – es eso precisamente, ahí tienes tu misterio, lo llevas aquí- añadió Se inquietó un poco, perdida en un juego en el que solía llevar siempre las riendas – a que te refieres- Tus respuestas, te saltas todas las palabras obvias, originalidad tal vez, aunque seria poco y casi no me gustaría reducirlo a esa sola palabra -Entonces estas acá por qué quieres escuchar que te responda cosas bizarras a tus preguntas comunes – quiso no sonreír, pero tan descolocada la dejaba ese gesto y las palabras que lo acompañaron que no pudo evitarlo, muchas veces había sido tildada de inteligente, perspicaz, astuta y otros cuantos adjetivos, pero por primera vez alguien traducía todo ello con simpleza en algo verdaderamente tangible, una prueba de que no mentía, de algo verdaderamente encontrado. no simplemente aventurado a la azar. El continuo- que tanto te miras en el espejo- empezaba el también a responder demasiado originalmente, incapaz de seguirle el hilo de las ideas no pudo responder más que ladeando la cabeza -Digo tienes algún gesto favorito- -Te refieres a algo como una sonrisa o un guiño de ojo, o a mi cara de enojada me sale bien mira- puso su cara más iracunda De nuevo la risa le asomo a el - no, me refiero a este gesto, al del entrecejo, has notado como parece que estuvieras siempre preocupada. - ¿Preocupada?, me gusta creer que mi vida es todo lo contrario - -Y creo que te sale bien, es una pequeña contradicción, de alguna manera avisa cuando estas por soltar algún comentario impertinente- El corazón se le aceleraba de a poquitos y se vio entonces totalmente perdida, ya no jugaba ella, se había convertido en presa sin darse cuenta, el sentimiento que es siempre el signo de que alguien ha perdido en el vaivén del coqueteo saco su tímida cabeza y ya no pudo concentrarse de nuevo en ser seductora o impredecible, quería simplemente seguir escuchando, saber que otro gesto extraño él había develado, una mueca bien estudiada que le confirmara otro rasgo central de su vida, tal vez tocara ahora a la sensualidad, o a la sutileza, ¿que otro encanto femenino vería el en su cuerpo?, ¿qué otros detalles si le contemplara entera la piel?  Se apretujaron un poco más en el sofá, ella, ladeada tenia girado únicamente el torso, sus piernas bajo la presión de su propio peso se habían hecho más anchas, daban la impresión de ser la cosa más suave y tersa del mundo, la cortísima falda apenas le cubría el muslo por encima de la rodilla, un hombro desnudo se clavaba en el espaldar del sillón mientras el otro flotaba en el aire, indeciso sobre la postura que debía adoptar, acaso debía girar completamente para  encontrarse de frente con el pecho de ese hombre y facilitarle así al cuello su tarea de estirarse para que los labios se deleiten en un beso o debía esperar a que se siguiera desenvolviendo el juego de las palabras. Si, quería probar hasta qué punto lograba sin el tacto. Que todo lo facilita en estas cosas, llegar hasta cierto punto de la excitación, pero se negaba a que ello se extendiese hasta el límite de perder ese ligero momento de éxtasis muto. Después de todo un beso debe retrasarse apenas lo suficiente, nunca demasiado por que la expectativa se corrompe y pasa de ser deliciosa a simplemente molesta, se reprocha al otro su falta de iniciativa y a uno mismo la estupidez de consentir la espera.   Como empujado por esa duda que ambos cuerpos sentían, que ambas mentes entreveían y a modo de perfecta solución, él puso su mano en la pierna derecha, la más lejana, desnuda esa parte de su anatomía, el tacto de la piel con la piel produjo en ambos un estremecimiento bien disimulado. Los dedos se clavaron fuerte en su asidero y entre ellos se formaron ligerísimos bultos. Ella, pensando que tal vez su intensión fuera la de deslizar las mano más arriba movió instintivamente su mano mucho más pequeña sobre la de él, estirando por completo el brazo izquierdo en un intento por apuntalar los dedos que le apretaban la pierna en esa posición, no más arriba no más abajo. La cara de ella se asomaba ahora por encima del hombro izquierdo y su cintura de haber estado visible hubiera revelado esos pliegues que se forman ante la torsión. Lo observaba de perfil, noto que un par de rasgos en el que tenían cierta peculiaridad, la barba cuidadosamente afeitada estaba. Pese a los cuidados que parecían dispensársele, ligeramente dispar, apenas perceptiblemente más larga a medida que se acercaba a sus orejas, la barbilla algo pronunciada se deprimía un poco en su camino a los labios, dando la impresión de que eran más carnosos de lo que eran en realidad, la boca entreabierta respiraba también con alguna premura, delatando que también él se encontraba agitado.   Todo esto transcurrió en un cortísimo tiempo, aunque hubieran deseado que se extendiera por otros tantos minutos, para indagar en lo profundo de cada sentimiento. No ocurrió así y apenas ella había terminado de estudiar esas facciones cuando el giraba ya su cuello al encuentro de sus ojos, o tal vez al encuentro del espacio entre ellos. Las dos narices quedaron cerquísima, y las comisuras de ambos labios empezaron a temblar en una premonición de beso. Entonces como devuelto a la realidad por el frió metálico que rodeaba el dedo anular de la mano no involucrada en la danza recién bailada, cerró los ojos en un intento por librarse del hechizo.   -No debería- dijo en tono apenas audible La respuesta, en el mismo tono fue –Olvídate del deber un solo momento, este momento- Esa mano que había introducido la duda fue entonces guiada por los dedos de ella hacia su cintura, choco con la rigidez de sus costillas y se detuvo cuando empezaba a sentir la suavidad de sus senos. Como la otra mano quedo firmemente fijada en ese cuerpo tan delicado ya la vez tan poderoso, firme solo en los puntos necesarios libidinoso en los mas deseables. Entonces, sin percatarse ninguno de los dos, se encontraron a sí mismos en medio del beso que habían estado planeando sin darse cuenta, facilitando sin querer.   El no sintió. Como pasaba con su esposa, el deseo de abrir los ojos para estudiar la expresión de la cara enfrente suyo, sino que, por el contrario, experimento la necesidad de mantenerlos fuertemente cerrados para que la imagen no interfiriera con el resto de las sensaciones, no lo indujera a pensar en el único instante en que hacerlo es un total desperdicio. Ella mucho más dada a la entrega no tuvo que preocuparse de ese tipo de cosas y se concentró por completo en ese pedacito de su existencia que se deslizaba sobre otra boca, de arriba abajo, a veces aprisionándola otras veces siendo aprisionada, pero siempre con tierna suavidad. Del mismo modo, en que había culminado todo en un beso, sin voluntad consiente de que así fuera. Se encontraron uno encima de lo otro, las manos más pequeñitas acariciaban la línea de la barba con los hombros crispados, levantados casi a la altura de las orejas, las manos más grandes sentían en toda la extensión de sus falanges. Una, la cintura, y la otra las nalgas que había observado con tanto denuedo mientras subía las escaleras, ambas apretaban enérgicamente una sección de cuerpo para después moverse a otra ansiosas por no perder un solo detalle, ella se encontraba encima de el con las piernas abiertas sobre las suyas, el seguía recostado en el sillón, sintiendo todo el peso de una culpa que luego le sería muy familiar, familiar y deseada.   Un instante en que tuvieron que separarse para tomar aire, ella sugirió que desplazaran a la acción a una posición más cómoda, sin pensarlo un solo instante el hizo gala del cuerpo grande del que había sido dotado y la levanto sin apenas esfuerzo, con ambas manos sobre sus nalgas, ella lo estrujo con las piernas mientras esto sucedía, sintiéndose vulnerable ante un hombre capaz de mover su cuerpo con tantísima facilidad. En vez del temor que habría creído sentir en una situación similar experimento una especie de primitivo deseo de ser subyugada. Giraron el recodo del pasillo y abrieron la puerta de la habitación de la amiga que ya tardaba mucho, abalanzándose así sobre la cama, esta vez fue el quien se encontraba en la parte superior, ella algo sofocada, no quería a pesar de ello, dejar de sentirse presionada sobre el suave colchón.   Estuvieron así besándose cada parte del cuerpo durante un rato largo, primero toco al cuello, luego al pecho, al abdomen, se detuviero. Ella ante el cinturón y el ante la falda., el sostén no había caído pero la blusa si, una mano ansiosa recorría la espalda en busca del broche en el instante mismo en que la puerta hizo el sonido de abrirse. Contrario a lo que esperaban no saludo una voz sino varias, En cuestión de segundos se formó una gran algarabía en la sala que habían abandonado. Se escuchó entonces el tono de un celular, el celular de nuestro entrevistador que se había resbalado de su puesto en el bolsillo. Esto fue como un golpe de realidad que los devolvía a ambos a la tierra. Ahora bajo el temor de ser observados por la puerta que no habían cerrado se separaron inmediatamente, sentados sobre el filo de la cama, el apunto los botones de la camisa y ella vistió la blusa que recién perdía. Sin mediar palabra salieron al unísono de la habitación, el busco su celular, que encontró en las manos de la anfitriona. Le hizo prometer que se quedaría un rato más en la fiesta a cambio de ella devolviera su celular, el mismo fue entregado en garantía de que cumpliría su parte del trato, bajo la promesa de que sería devuelto cuando el atravesara la puerta hacia el exterior del edificio Como todas las reuniones universitarias, esta transcurría en total confusión, el minúsculo espacio en el que se posaban muchos pares de zapatos dejaba apenas lugar para la danza, las 2 o 3 parejas que quisieron probar suerte como bailarines vieron pronto que resultaba harto incómodo para sí mismos y para los demás ir chocando los brazos y los codos con todos los presentes en un intento por bailar, se resolvieron entonces a entregar todo el espíritu festivo en la  conversación, para ello tomaron asiento quienes hallaron donde hacerlo, mientras que los más caballerosos o desafortunados permanecieron de piel con la espalda o el hombro pegado al muro. Pronto se revelo para los oídos de ese único desconocido para todos que se trataba de artistas plásticos, pintores y demás miembros de las profesiones bohemias que ya no abundan tanto como en otros tiempos.   Comenzó de pronto una conversación de lo más abstracta, acompañada por el compás de una música evidentemente no pensada para la tertulia. Finalmente, cuando empezó a discurrirse sobre los tiempos de antes y los de ahora, tema infaltable en cualquier grupo de personas que mezcle homogéneamente cierto tipo de ideas. Todos ellos decantados por la vanguardia el liberalismo y en general por todo cuanto tuviera un aire moderno, empezaron a notar uno a uno que de entre los presentes había un individuo cuyas nacientes arrugas y esporádicas canas invocaban otra perspectiva, otro talante, tal vez más conservador. Evidentemente distinto por cuanto incluso el cuerpo lo revelaba, no se trataba de las facciones típicas de sus congéneres, el cuerpo desgarbado, los miembros delgados y la cara afilada, sino que parecía de esos demasiado bien alimentados por la paga generosa del mercado capitalista.   Antes de que las miradas empezaran a fijarse en él, de que notaran su presencia, nuestro entrevistador se había conformado con sentarse al lado de la mujer que había constituido el instrumento de su primera traición. Susurrándole al oído comentarios impertinentes sobre la apariencia de tal sujeto o el modo de hablar de tal otro, en suma, nimiedades propias de los instantes en que toda conversación articulada se imposibilita. Ella divertida por los constantes más que evidentes entre su invitado y el resto de los presentes devolvía cada comentario con suma perspicacia explicando con el menor número de palabras el porqué de la pintoresca apariencia de los presentes, aun medio embelesados con el otro no había tenido tiempo para preocuparse de cosa que los atormentarían a la mañana siguiente. La peor parte, le tocaba a él, que al que tendría de seguro que enfrentar la ira bien justificada de una mujer que había decidido entregarle la vida mientras el respondía con la tardía liberación de sus deseos personales. Si elegiría la verdad o hallaría una excusa los suficientemente convincente como para cubrir el rastro bien visible de lo que ocurría seria tarea que resolver en el camino a casa. Por lo pronto ambos se contentaban con pasar otro corto instante escuchándose, aunque hubieran preferido otras actividades que implicaran menos palabras.   Revelada la presencia del intruso por los contrastes que ya hemos señalado hubo un instante de silencio cuando una voz algo cargada de agresividad pregunto por su identidad. La respuesta corta y concreta con la que se encontró azuzo la curiosidad de los presentes -Entonces, a que se dedica, señor- esta última palabra dicha en tono de irónico desprecio. -Soy psicólogo jovencito- Todos rieron -y qué opinión le merece el cambio y el progreso señor psicólogo- Dicho esto con gestos burlones de galantería caballeresca -No me gusta mucho hablar de política - ¿Por qué no? -Nunca se llega a ningún acuerdo, casi siempre esta cada quien empeñado en defender su ego y eso es algo incompatible con la verdad que está siempre muy ligada al error. El estruendo de muchas risas al unísono colmo el minúsculo recinto, pero al ver que ninguno de los interlocutores hacia parte del coro, fue corta la carcajada, eran jóvenes poco acostumbrados a esa forma de expresarse, más propia de un tiempo en que no la falta de ocio dejaba tiempo para la reflexión y la reflexión para las ideas no improvisadas. Otro tiempo en que los sentidos se embotaban menos y a elocuencia hacia parte del carácter. -Muy de acuerdo, pero por lo menos díganos si en desacuerdo o de acuerdo, le parece que las cosas van bien o mal, no nos diga sus razones -Qué respuesta le conviene más- dijo ya exasperado por la actitud burlona que todos había adoptado ante su forma de hablar -No hay necesidad de molestarse, en fin, ¿una cerveza? -No gracias, vengo en carro De nuevo quisieron todos reír, pero la tensión en el aire les trabo la risotada en la garganta.   Así quedo totalmente desecho el encanto de ese momento, ambos se revolvieron incomodos en sus asientos, consientes por fin de formaban una pareja muy disímil. Él se levantó sin decir nada y busco a quien había secuestrado su celular, la encontró besándose con un tipo de largo cabello en las inmediaciones del pasillo que conducía a su habitación, las manos ya muy abajo en la anatomía del uno y del otro le hicieron pensar que no tardaría en tenderse sobre la cama, por lo que aguantando un poco el bochorno tomo el hombro de esa mujer y le susurró al oído que necesitaba su celular, era momento de irse. Ella, no queriendo dilatar un solo instante los placeres que le esperaban se lo sacó del bolsillo entregándolo sin el más mínimo atisbo de resistencia. Desando los pasos al encuentro de la chica con la que apenas hace uno momentos se divertía tanto y se despidió con un gesto de la mano. Estuvo en el portal del edificio tan rápido como pudo y solo en ese instante se atrevió a revisar las llamadas y los mensajes. Como confirmación de sus dudas vio el número 8 en la cantidad de llamadas perdías y el registro de una llamada contestada al número de su mujer de una duración de apenas unos segundos, Esa sola visión le causo un miedo más que razonable.   -Uy hoy duermes en el sofá- escucho a sus espaldas La broma sentaba muy mal en ese momento, le devolvió una mirada fría como el hielo, extraído de la rocambolesca fiesta y también del místico atractivo de su conversación no parecía más que una mujer algo más hermosa que el resto, un poco más bajita, un poco más sagaz, solo un poco, quiso entonces despertar y encontrarse con que todo había sido un sueño.   Ella, sabia en el arte de leerle los sentimientos a las personas se representó si ningún esfuerzo lo que le acontecía por la mente y dijo   -Pues sí, soy un error, pero a ver si tienes la voluntad de no volver a cometerlo- se puso de puntilla y le dio un beso en la mejilla tras el cual susurro muy cerquita al oído- a ver si tiene la voluntad para no volver a cometerlo.   Con la certeza de que esas palabras constituirían horas de tentación y de arrepentimiento camino hasta la puerta de su automóvil. Al poner las manos sobre el volante volvió a chocarse su mirada con el anillo de matrimonio, que parecía devolverle el gesto con un brillo de profundo desprecio, quiso quitárselo, pero noto de inmediato que ese sería un último gesto de agravio a su pobre esposa que prefería evitar en lo posible, ando todo el camino a baja velocidad. Intentando encontrar las palabras que diría al volver a casa, se conformó con la mentira, el desgraciado no sabía que las investigaciones tempranas de su esposa le habían ya cerrado esa vía de escape.            
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