Maldita sea Michael entró en la habitación mientras yo me estaba abrochando la camisa. “¿Estás listo?”, preguntó. “Estaremos allí en la próxima hora”. —Veo que aún no has aprendido a tocar la puerta —le dije bromeando. “Y nunca lo haré”, respondió. Simplemente negué con la cabeza mientras buscaba un reloj que pudiera usar. Michael era uno de mis amigos más antiguos y no había cambiado desde que lo conocí. Había estado irrumpiendo en mi habitación desde que estábamos en la universidad y me había ido agradando con el paso de los años. Cuando estaba buscando un socio comercial, él había sido la primera opción que se me vino a la mente. Extremadamente inteligente y confiable, con el paso de los años quedó claro que había tomado la decisión correcta. Después de todo, habíamos logrado con

