—¿Le puede conseguir un teléfono a Samuel?
—¿Para qué?
—Para que pueda comunicarse conmigo.
—Está bien —Leona suspiró.
¡Cuántas cosas había tenido que hacer para que Isabel ya no molestara con el asunto de Ibáñez!
—Recordá no comunicarte con los demás enemigos de Culturam. No sé si no están protegiendo a Manuel. No podemos darnos el lujo de confiar en nadie.
—Lo sé. Desde que encontramos a Sam, dejamos de lado casi todo lo relacionado con la sociedad secreta de científicos. Ni siquiera hemos vuelto a visitar a Castellán a la cárcel ni hemos averiguado por el paradero de los experimentos. Tampoco sabemos si el gobierno está al tanto o no de la existencia de Samuel.
—Me parece lo correcto que no hayan buscado más respuestas sobre Culturam.
Isabel asintió por la videollamada, e hizo una breve pausa. Se veía pensativa.
—Algo más… ¿Dónde está enterrado el cuerpo de Horacio Aguilar?
—En el cementerio municipal. Sin embargo, no es recomendable que Samuel vaya a verlo.
—Lo sé. Sólo preguntaba por curiosidad.
—Está bien. Manténganse alerta ¿De acuerdo? Y no confíen en nadie. También deberían cuidarse vos y tu hermano. No sabemos si están vigilándolos.
Una vez que Isabel supo que Samuel tenía teléfono, le envió las fotos más hermosas que encontró de Daniela Medina.
La hermana de Benjamín y su hijo tenían el mismo color de ojos. Si no fuera por eso, la gente dudaría de que estuvieran emparentados ¡Los rasgos de Samuel eran mucho más rústicos, similares a los de su padre!
El muchacho le súper agradeció el gesto, y quedaron en encontrarse en el Mirador del Valle a las seis de la tarde, ese ocho de abril de dos mil cien.
Sí, ya habían pasado algunos días de aquel beso en el lago, y cada vez que Isabel y Samuel se veían, sus labios siempre acababan reencontrándose. Sin embargo, no habían vuelto a tener relaciones desde aquella vez en febrero… el día anterior a la muerte de Benjamín Medina.
Isabel configuró su armario para que le buscara las combinaciones de ropa más bonitas y abrigadas —ya que ese día estaba bastante fresco—, justo cuando alguien ingresó la contraseña de su cuarto y abrió la puerta.
Se trataba de su hermano.
Había crecido un par de centímetros desde que su padre había muerto y caminaba mucho mejor. Incluso se vestía menos harapiento. Sin embargo, su rostro mostraba una tristeza eterna.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó—. ¿No tenés deberes de la escuela?
—Ya los hice —contestó Isabel, sin dejar de mirar la pantalla de su placard—. Estoy viendo qué me voy a poner, ya que Samuel y yo nos encontraremos en el Mirador. El viernes tenemos permiso para ir a visitarlo a la granja ¿Querés venir? Salomé, Ezequiel y Umma nos acompañarán. Quizás hasta Magdalena.
—Claro ¿Por qué no? —hizo un gesto de indiferencia.
Isabel pudo leer los pensamientos de su hermano: en algún momento, tendría que acostumbrarse a ver a su exnovia con una nueva pareja, por eso ya no debería evitarla.
—Genial, luego me avisás si me acompañás o no —la señorita Medina escogió un tapado de terciopelo bordó, un sweater gris y un pantalón n***o. Luego, miró a su hermano—. ¿Vos? ¿Cómo estás?
—Bien… —se encogió de hombros.
Sus ojos gritaban: “Extraño a papá”.
“Yo también”, quería decirle Isabel. Sin embargo, se limitó a asentir.
—Tené cuidado, hermanita —terminó diciendo—, escuché que hay vándalos en la Zona Sur…
—¡Juan! —Isabel rió—. ¡Sos muy paranoico! —se acercó a su hermano y le dio unas palmaditas en el brazo—. Estaré con Samuel un rato, y volveremos. No te preocupes.
—Mm.
—En serio, no te preocupes —insistió—. Por cierto ¿Querés que en estos días vayamos al cine? Dicen que la última película que salió en cuatro dimensiones del director Ban es terrorífica.
—Acepto. Pero no invites a mamá, a ella no le gustan ese tipo de films.
—Claro que no. Será una experiencia de hermanitos.
Isabel le dio un beso en la mejilla y lo echó de su cuarto, ya que tenía que cambiarse para ver a su primo.
Leona llevó a Samuel hasta el Mirador, en donde una hermosa chica de cabello castaño estaba esperándolo sentada en las escaleras.
—Volveré por ustedes en un par de horas —Marcela le dijo a Samuel—. No se vayan lejos ¿De acuerdo, Santiago?
El joven Aguilar asintió. Cada dos por tres, se preguntaba por qué Leona lo ayudaba tanto y qué clase de deuda tendría con él ¿Podría recordarlo algún día?
Samuel descendió del vehículo y fue corriendo a abrazar a Isabel. Cuando vieron que Marcela se había marchado, comenzaron a besarse dulcemente.
—Te extrañé —le susurró al oído de la muchacha.
—Yo también… —Isabel lo miró a los ojos—. ¿Cómo has estado? ¿Te acordás de este lugar?
—No lo recuerdo… pero me dijiste que aquí nos besamos por primera vez.
—Así es. Tengo grabada en mi memoria la escena como si hubiese sido ayer ¿Querés recrearla?
—Por supuesto ¿Qué debo hacer?
Isabel sonrió.
—Parate ahí —señaló la barandilla del mirador.
Él obedeció.
—¿Y ahora?
—Bueno, ese día me habías pedido que no continuara investigando sobre Culturam porque era muy peligroso para mí y bla bla bla… Entonces, te dije que debías distraerme para que no pensara en dicha sociedad secreta. Obviamente, vos me respondiste: “Haré lo que me pidas”.
—Haré lo que me pidas —repitió Samuel, entre risitas. Le daba vergüenza que ella expusiera abiertamente sus cursilerías.
Isabel sonrió con picardía.
—Después, confesaste que yo te gustaba mucho, pero que tenías miedo de que “ellos”, refiriéndote a Culturam, me hicieran daño… yo te prometí que nada pasaría, y…
Samuel intuyó lo que continuaba. Se agachó para tomar a Isabel de la cintura, y besarla. Notó que ella sonrió mientras introducía su lengua dentro de la boca de él.
¿Cuánto tiempo habían estado besándose tiernamente? Samuel no lo sabía con certeza, lo hizo hasta que Isabel se apartó para mirarlo a los ojos, mientras lo abrazaba de la cintura.
—¿No vas a preguntarme qué pasó después?
—Oh… Quería continuar recreando nuestro primer beso —protestó.
Isabel soltó una risotada.
—Se te está contagiando mi forma de ser… Sin embargo, te contaré, aunque no estés de acuerdo. En ese momento, me había sonado el teléfono… pero no atendí porque quería seguir besándote.
—¿Quién te había llamado?
—Ezequiel. Quería advertirnos que Benítez, un exfraude, digo, exculturam, vendría a buscarte al mirador porque tu padre te necesitaba. Y lo hizo.
Samuel no dejó de abrazar a Isabel, a pesar de que ahora se sentía abrumado ¿Por qué lo molestarían cuando estaba con su novia en medio de la noche?
Se odiaba a sí mismo por no recordarlo.
—¿Te acordás de Benítez?
—Su nombre me suena… él ha sido asesinado por tu padrastro ¿No?
—Sí… —Isabel agachó la mirada.
Ella era excesivamente sincera. Si no quería verlo a los ojos, era porque algo le ocultaba.
—Decime la verdad, Isa ¿Quién era ese sujeto?
En ese instante, la atención de Samuel se desvió hacia detrás de su prima. A lo lejos, pudo divisar a tres figuras encapuchadas, que llevaban consigo armas sumamente tecnológicas. Los mismos no estaban caminando, sino que se movían hacia adelante con calzado electrónico, a una velocidad superior a la de una bicicleta (como las del siglo pasado).
El joven Aguilar actuó instintivamente. Alzó a Isabel como si fuera una princesa, apoyándola sobre su pecho. Su prima soltó un gritito de sorpresa, pero permaneció inmóvil.
Sin perder tiempo, él se echó a correr. No podía pensar en nada más que no fuera proteger a la señorita Medina. De sólo imaginar que alguien pudiese lastimarla…
—¿Qué te pasa? —inquirió la muchacha, aferrándose al cuello de Sam.
—Luego te explicaré. Por favor ¡No mires hacia atrás!
Ni bien pronunció esas palabras, se arrepintió. Isabel era justo lo opuesto a “obediente”. Estiró el cuello por sobre su hombro, y ahogó un grito.
—¡Los vándalos de la Zona Sur! —susurró con nerviosismo—. ¡Han hablado de ellos en todo Internet! ¡Los reconozco por su vestimenta! ¡Sam, apurate! ¡Pueden dispararnos! ¡También suelen llevar rocas y objetos punzantes!
Él no tuvo tiempo para preguntarse quiénes eran esos sujetos. Se limitó a buscar una salida tan rápido como fue capaz, pero sólo estaba la carretera, y muchos árboles a su alrededor.
Maldición ¿Qué podía hacer?
Escuchó que los sujetos estaban cada vez más cerca. Aunque él era mutante, seguía siendo humano. Y los tipos tenían zapatillas especiales.
—¡Vengan aquí! —les ordenó uno de ellos, con voz ronca.
Samuel estaba muy asustado. Temía que lastimaran a Isabel. Era consciente de que no podrían herirlo si él los atacaba con su sangre letal, pero no quería llegar a ese extremo.
—¡Allí! —Isabel señaló la copa de un árbol con el dedo—. ¡Saltá y trepá!
El joven Aguilar no dudó. Hizo lo que Isabel le ordenó. Brincó alrededor de dos metros y medio y quedó agarrado de una rama, desde la cual comenzó a ascender, impulsándose con una sola mano y esquivando hojas secas, para poder llegar a la copa.
Él e Isabel se quedaron abrazados junto a un tronco, esperando que los vándalos se resignaran a robarles y se marcharan.
Sin embargo, eso no sucedió.
—¡No sean cobardes! —uno de ellos disparó una bala de goma hacia arriba, quebrando una rama fina en cuestión de segundos—. ¡En algún momento, tendrán que bajar!
El corazón de Samuel latía con violencia. Tenía que tomar una decisión: si se quedaban allí quietos, los sujetos podrían arrojarles objetos hasta lastimarlos. O quizás los esperarían escondidos hasta que descendieran del árbol. Evidentemente, no eran ladrones ordinarios ¿Cómo pudo pensar que en la altura estarían a salvo?
Isabel estaba aferrada a su cuello, temblando.
—Mierda, mierda, mierda… —balbuceaba—. ¡La antigua república Argentina no evoluciona más! ¡Malditos delincuentes! ¡Hijos de perra!
Los individuos rieron al observar cuán inquietos estaban los muchachos, y empezaron a arrojar piedras, provocando que algunas ramas temblaran.
Samuel tenía muchísimo miedo de que lastimaran a Isabel, y ese terror lo motivó a moverse. Se apartó de su adorada prima, asegurándose que ella se sostuviera correctamente sobre el árbol.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó con nerviosismo—. ¡No te…!
—Te protegeré, mi rosa negra.
Y en ese instante, se bajó del árbol con un simple brinco.