Isabel le pasó la dirección a Soledad Martínez para que condujera hasta la granja, para que Juan Cruz y Micaela pudiesen volver a ver a Samuel. Por supuesto, previamente le pidieron permiso a Marcela para poder invitar gente allí.
—Le avisaré a Ezequiel —anunció Salomé, y sacó su móvil para contactarse con el otro mutante.
Samuel e Isabel, mientras tanto, decidieron caminar un rato por el bosque.
—Cuando mi mamá venga hasta la granja, podrás ver a mi hermano y a tu pequeña amiga, Micaela. Quizás, luego nos lleve en auto al lago o a algún lugar para ver si revivís algunos recuerdos…
—Eso sería bonito. Contame ¿Cómo era mi relación con mi primo…?
—Su nombre es Juan Cruz. Dentro de cuatro meses cumplirá dieciséis. Has compartido varios momentos con él. Su relación era algo… extraña.
—¿Por qué extraña?
—Porque Juan te apreciaba, pero a su vez, era demasiado sobreprotector conmigo. A principios del mes pasado, cuando descubrimos nuestro parentesco y luego fuiste a mi casa, Juan no quería que vos durmieras en mi habitación.
Se quedó boquiabierto.
—Esperá… ¿Yo dormía en tu habitación? —se ruborizó al pronunciar aquellas palabras.
¡Qué adorable!
—En varias ocasiones —el recuerdo la hizo sonreír.
—Es entendible la reacción de Juan Cruz. Si yo tuviera una hermana, no me gustaría que durmiese con un chico en su habitación…
—¿Ahora lo defendés?
—Sólo parcialmente. Me falta conocer el contexto… Decime ¿Qué dije ese día? ¿Protesté?
La muchacha negó con la cabeza.
—Le hiciste caso, por supuesto. No querías quedar mal con tu cuñado/primo.
—Entonces sí que era extraña mi relación con él… ¿Y mi tío? ¿Qué opinaba al respecto?
Papá. Sintió una punzada de dolor.
—Benjamín Medina —tuvo que contener las lágrimas al pensar en él—. Mi papá era una persona demasiado tranquila. Cuando él supo quién eras, su reacción fue abrazarte… Pero… no has compartido mucho tiempo a su lado. Falleció.
—Oh… —se encogió de hombros—. Lo siento mucho, Isa. Lamento… no haber estado a tu lado cuando sucedió.
Fue sabio por parte de Samuel decidir no hacer preguntas al respecto.
—Isa… Quiero saber sobre nosotros ¿Cómo comenzó nuestro vínculo?
—Solías trabajar en un local que quedaba a una cuadra de mi casa, junto a tus compañeros mutantes. De ese modo, tu papá y su socio podían tenerlos controlados… —no era un buen momento para hablar sobre Horacio, de modo que, prosiguió relatando su romance—: En fin, te vi allí en año nuevo de este año, y tu estilo me llamó mucho la atención. Me pareciste… lindo —¿Por qué ahora le daba vergüenza decírselo? Pudo sentir cómo el calor subía a sus mejillas.
Él esbozó media sonrisa.
—¿Qué pasó después?
—Esa misma noche, nos encontramos en el cementerio. Vos habías ido a visitar a tu mamá y nosotros habíamos acompañado a nuestro papá a visitar a nuestra tía y a nuestros abuelos, quienes han fallecido hace mucho ya. De pronto, se apagaron las luces y comenzaron a perseguirte unos extraños… ya imaginarás quiénes: la gente que trabajaba con tu papá. Nos encerramos en el búnker de mi padrastro, quien era socio de Horacio Aguilar, y allí tuve un ataque de claustrofobia… del cual vos me calmaste. Dialogamos sobre diferentes asuntos, hasta que se hizo la hora de irnos. Lo gracioso de esa noche es que, el búnker no tenía señal y no pudimos comunicarnos con nuestros padres durante horas. Papá estaba preocupado, pero mamá se tomó muy a pecho el asunto, y nos castigó —a pesar de la tristeza, el recuerdo le causaba gracia. Su vida era mucho más simple en aquel entonces.
—¿Por cuánto tiempo estuviste castigada?
—Por dos semanas, pero no cumplí con el castigo. Estaba en una etapa de rebeldía con mi madre porque nos obligaba a convivir con su difunto esposo, Damián Bustamante ¿Te acordás de él?
—No lo recuerdo, aunque su nombre me suena familiar ¿Cómo era él?
—¿Realmente querés saberlo? —la joven Medina hizo una mueca de asco—. ¿O querés que siga contándote sobre nosotros?
—Quiero saber todo, Isa. Este estado amnésico es horrible.
La muchacha asintió con desánimo.
—La convivencia con él era desgastante. Vivíamos discutiendo, se metía en nuestras vidas como si tuviera algún tipo derecho parental ¡Hasta me obligó a ser la niñera de Micaela, la hermana de Salomé! He tenido que contener a Juan Cruz en más de una ocasión para que no lo golpeara… —y, eventualmente, acabó disparándole en la pierna. Sin embargo, eso no se lo dijo. No quería abrumarlo con recuerdos tan oscuros—. Finalmente, nos mudamos con papá, pero nuestra convivencia duró hasta que él falleció.
Isabel sintió un nudo en la garganta. No podía hablar sobre Benjamín Medina sin sentirse increíblemente desdichada y echarse a llorar.
Samuel lo notó.
—Has pasado por momentos muy difíciles, Isa. Lamento no haber estado a tu lado para acompañarte. Lo lamento —tres veces se había disculpado.
Ella negó con la cabeza.
—No te preocupes por eso, Sammy. Lo importante es que ahora pudimos reencontrarnos ¿Querés que te cuente sobre aquella noche que escapé de mi casa y nos encontramos en el boliche?
Juan Cruz Medina, Soledad Martínez y Micaela Hiedra estaban viajando hacia la granja en el vehículo de la viuda de Bustamante.
El hermano de Isabel se sentía ansioso. No sabía cómo reaccionaría al volver a ver a Samuel…
Habían pasado tantas cosas…
Damián Bustamante le había disparado en la pierna, y ahora estaba recuperándose de la herida. Ya no usaba las muletas, pero aún cojeaba.
Su padre había sido asesinado frente a sus narices. Había sufrido de estrés postraumático y de depresión. Los terapeutas no parecían encontrarle una solución a su profundo dolor.
Como cereza de la torta, Salomé, la chica que él aún amaba, lo había dejado… pero debía seguir viéndola, porque se había hecho amiga de Isabel.
A decir verdad, estaba un poco resentido con su hermana. Se había involucrado con un chico que le había traído problemas a toda su familia. Su padre había ofrecido su vida para que ella no fuera asesinada y, además, se había vinculado con su exnovia sin siquiera preguntarle si eso a él le molestaba.
En enero, Isabel se había peleado con Salomé porque no quería que ésta jugara con los sentimientos de su hermano… Sin embargo ¿Le importaba eso ahora? Las dos muchachas parecían inseparables.
Desde que había descubierto que Samuel aún continuaba con vida, Isabel vivía pendiente de ese asunto. Hasta había decidido faltar a la escuela por un tiempo hasta que se sintiera mejor.
Soledad Martínez, por otro lado, había perdido el respeto de sus hijos, especialmente el de la mayor de los Medina. Permitía que Isabel llevara a cabo misiones peligrosas, que anduviera sola de noche y que hiciera lo que deseaba en cada ocasión. Eso le irritaba bastante.
Pero ¿Qué podía hacer él, más que contarle esto a su psicólogo? No podía expresarse con su familia sin ser juzgado como un “egoísta”. Isabel había pasado por muchas situaciones horribles. Había sido golpeada, secuestrada y váyase a saber cuántas torturas había vivido y no había contado…
Sin embargo… Sin embargo…
Él se compadecía de sí mismo. Se sentía solo y dejado de lado. Comparado con Isabel y con Samuel, Juan Cruz era un cero a la izquierda. No era inteligente como ellos y sus padres siempre habían preferido a su hermana mayor. Nunca se lo habían dicho, pero sus acciones lo habían demostrado.
—¿Mataste a mi hermana… y ahora querés quitarle la vida a Isabel? Sos un bastardo asesino… —había hecho una pausa—. Mi hija no morirá… Te cambio su vida por la mía.
Esas palabras le dolerían toda su vida.
No podía quitarse de encima la angustia que sentía, y pensar que pronto vería a Samuel, le ponía los nervios de punta.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó Soledad—. Te ves preocupado.
—En nada, mamá —mintió.
Su madre nunca había sido buena consolando las penas ajenas —al igual que él.
—No hace falta que me mientas, hijo. Tus ojos te delatan… ¿Es porque estamos yendo a ver a Samuel? ¿Qué es lo que te hace sentir así?
Juan Cruz bufó, y se pasó la mano por el cabello. Ahora lo tenía más largo, y se veía muy despeinado.
—Sólo estoy algo inquieto, nada más.
Micaela le puso una mano en el hombro.
—No te preocupes, Juan. Él está sano ¡Eso es lo importante!
Se limitó a apretar los labios. No era la salud de su primo lo que le generaba intranquilidad, sino sus propias emociones. Sí, se alegraba de que estuviera vivo, pero no estaba seguro de querer verlo. Aún se sentía demasiado dolido.
Soledad lo contempló de soslayo y anunció:
—Estamos a doscientos metros de la granja.
Umma y Ezequiel estaban sentados en la plaza que quedaba a una cuadra de la vivienda de los Haro. Estaban bebiendo gaseosa y comiendo unos snacks.
—Me alegra que hayas aceptado compartir un rato a mi lado hoy, que es mi día libre. Lo cierto es que siempre quise que fuésemos amigos, pero las circunstancias nunca lo han permitido —el joven Acevedo anunció, mientras se llevaba una papa frita a la boca—. Te hago una pregunta: ¿Tu familia sabe que estás paseando con un chico?
La joven Haro se sonrojó. Ezequiel disfrutó de ver que sus mejillas se volvían rojas.
A pesar de todo lo que había ocurrido, aún sabía cómo tratar a las mujeres. Excelente.
—Piensan que estoy con mis amigas. Mi abuelita… bueno, es algo anticuada. Imaginate que aún no se adapta a la tecnología… menos aceptaría que…
—…que salieras con un muchacho —él completó la frase—. Entiendo. No pasa nada, este encuentro puede quedar entre nosotros ¿Te parece?
Intercambiaron los códigos para poder comunicarse. Dialogaron de sus planes a futuro, de sus gustos y de otras trivialidades. No parecían tener mucho en común: él había sido un mutante esclavo de una sociedad secreta de científicos desde que era un bebé. Oficialmente, había sido el primer humano cuyo ADN alterado le permitía a su portador tener una fuerza y destreza física brutal. Umma, en cambio, si bien no provenía de una familia adinerada, vivía con cinco personas más y, a su manera, era una niña mimada. Iba a la escuela y su vida era completamente normal.
Qué envidia.
Por alguna razón, salió a colación el tema de Culturam. Ezequiel no había hablado con nadie al respecto, ya que Salomé e Isabel tenían muchos prejuicios con él. No podía comunicarse abiertamente con ellas.
—Quiero buscar a mi familia biológica… a los Acevedo ¿Me ayudarías?
Umma se quedó boquiabierta unos instantes y luego, asintió.
—Claro… pero ¿Cómo?
—Todavía no lo sé, pero me gustaría encontrarme con la persona que me abandonó en los brazos de Heredia… y preguntarle por qué lo hizo. Quiero saber si tengo hermanos…
En ese momento, el móvil de Ezequiel comenzó a sonar. Él deseaba ignorarlo, pero Umma le hizo un gesto con la mano para que atendiera.
—Puede ser importante —le susurró.
Atendió.
El rostro de Salomé se proyectó. Ella se encontraba en un lugar similar a una granja.
—Encontramos a Samuel ¿Querés venir a verlo?
Esa chica tenía la mala costumbre de no saludar.
—Me gustaría. Envíame la dirección.
—Excelente. No te demores, que no sé por cuánto tiempo seremos invitados en este lugar.
Colgó.
Ezequiel notó que Umma miró su teléfono y puso cara de decepción ¿Se había puesto triste porque Isabel no le había escrito ningún mensaje?
—Lo siento, pero tengo que irme… prometo invitarte a tomar un helado en estos días.
—Cuando quieras… y cuando decidas a buscar a tu familia, sólo tenés que decírmelo. Es sano cerrar algunas puertas del pasado ¿No creés?
Ezequiel asintió, aunque él veía todo lo contrario. Lo que estaba haciendo era abrirse nuevos caminos.