Capítulo 12: "La vivienda de los Medina".

1707 Words
Leona había estacionado su vehículo frente a la vivienda de los Medina. Había obligado a Samuel a ponerse un buzo con capucha, pantalones oscuros y lentes de sol. —No salgas de la casa hasta caminando. Si tu suegra no te lleva hasta la granja, llámame y te vendré a buscar. —De acuerdo, muchas gracias. Llamó a la puerta de la casa de los Medina. Se sentía nervioso, le sudaban las manos a pesar de que la tarde estaba fresca. Sabía que él había tenido una relación amorosa con Isabel Medina (incestuosa, por cierto) y no recordaba nada de lo que había ocurrido entre los dos… Sin embargo, su cuerpo parecía tener memoria de ello. El corazón le latía ansiosamente. Ella le abrió la puerta. Vestía un sweater de color blanco —peludito—, un pantalón n***o ajustado y unas botitas. Se había arreglado el cabello y se había maquillado. —¡Hola! —lo saludó. Pudo notar que se había ruborizado. Samuel se quedó boquiabierto unos instantes ¡Era muy bonita! Tenía una sonrisa deslumbrante y… —Sam ¿Acaso viste un fantasma? ¿Qué hacés ahí parado? ¡Entrá! Asintió, y le hizo caso a la muchacha. En el comedor, lo esperaba una merienda abundante: tortas frutales, diferentes brebajes calientes y jugo de naranja. —Wow… Ella sonrió con orgullo al contemplar su asombro y le indicó que se sentara en la mesa. —Todo esto se ve increíble ¿Lo has preparado sola? —No, mi hermano y mi mamá me ayudaron. —¿Y por qué no vienen a merendar con nosotros? Hay comida de sobra para cuatro personas. —Prefirieron dejarnos un rato de privacidad. Cada uno está en su cuarto mirando televisión. Privacidad. Samuel se sintió algo nervioso. No recordaba cómo había sido capaz de conquistar a su prima ¿Y si ahora cometía un error? Isabel abrió un mueble y trajo consigo un osito de peluche (el cual sostenía una rosa negra), y una cadena. —Vos me regalaste este muñeco de felpa el mes pasado, para San Valentín —se lo entregó. Samuel sintió la suave textura del peluche, y lo acarició. Maldición, cuánto deseaba recordar lo que ella estaba contándole. —Debíamos ser muy cercanos —acabó comentando. Isabel asintió, y luego se paró detrás de su silla. Le rodeó el cuello con una cadena de plata. Le rozó la nuca con la yema de sus dedos, y el contacto lo hizo estremecer. Dios mío ¿Qué clase de brujería le había hecho esa chica para que lo hiciera sentir así? Samuel sostuvo con la palma de su mano el dije que tenía tallado una rosa. —Este es el collar que perdí al escapar de la edificación ¿No? —Sí. Te lo había obsequiado para tu cumpleaños ¿Te gusta? —Es hermoso. Tiene una rosa igual que el peluche ¿Acaso esa flor era una especie de código entre nosotros? Isabel negó con la cabeza, algo decepcionada. Samuel se sintió frustrado por no poder recordar qué relación tenía él con una rosa. Se sentaron a merendar. Dialogaron sobre diferentes asuntos —entre ellos, que los Medina el lunes comenzarían la escuela virtual. —A pesar de todo lo que nos ha sucedido, es necesario que continúe con mi vida. Es lo que a papá le hubiera gustado. —Seguramente —le gustaría poder recordar a su tío—. Isabel… ¿Te molestaría comentarme cómo era él? Los ojos de la muchacha brillaron con intensidad, y asintió. —Era un hombre de carácter tranquilo y reservado. Tenía dificultades para expresar sus emociones y era algo lento para darse cuenta de algunas cosas… le ha costado tiempo aceptar que tenía que llevar a cabo acciones legales para que mi hermano y yo dejáramos de vivir con Bustamante. Obviamente, nadie es perfecto. Él era una buena persona, y sus consejos eran sabios. Recuerdo cuando Damián me había obligado a ser niñera de Micaela… yo me había puesto súper rebelde. Papá me hizo ver la situación desde otro punto de vista, y hacerle caso fue una buena decisión ¡Tuve dinero durante un mes! El trabajo me duró poco, y ahora debo pedirle a mi mamá que preste plata… —hizo una breve pausa para beber un poco de jugo, y para ocultar esas lágrimas que amagaban con escapar de sus ojos—. También me regañó por fumar. Dejé mi vicio luego de su muerte… no puedo ni ver los cigarrillos —ahora sí, se había echado a llorar. Samuel no supo qué hacer. No quería que estuviera triste. Deseaba abrazarla, pero no se animó. Se limitó a estirar el brazo hasta rozarle la mano con la yema de sus dedos. —Lo lamento mucho, Isa. Ella, sin embargo, continuó. —Mi hermano, en parte, me culpa por lo que le sucedió —se sonó la nariz mientras sollozaba—. No me lo ha dicho explícitamente, pero lo sé… y yo… ¡Extraño tanto a papá! Samuel se dejó llevar por un impulso. Se puso de pie y se paró frente a ella, rodeándola con sus atléticos brazos. —No fue tu culpa, Isa —le acarició el cabello. Por alguna razón, él sentía un nudo en la garganta ¿Acaso no soportaba que su prima estuviera triste… o su dolor era causado por algo más profundo? —No… lo… recordás —balbuceó. Sin embargo, se aferró a los brazos de su primo—, pero papá dio su vida por mí. Samuel se agachó sin soltar a la señorita Medina, para poder verla a los ojos. —No entiendo. —Yo… salvé a alguien que había sido amenazado de muerte y me golpearon mucho por ello… aún tengo cicatrices en el cuerpo —se encogió de hombros—. Papá les rogó a los asesinos que cambiaran su vida por la mía para que dejaran de lastimarme… y lo hicieron —volvió a echarse a llorar. Él la abrazó con fuerza. Isabel sollozó un rato sobre su hombro. Samuel se sentía increíblemente angustiado, y no sabía qué hacer para consolar a su prima. Al cabo de un rato, ella se apartó. Se secó las lágrimas y se sonó la nariz. —Ya está —suspiró—. Viniste acá a merendar, no a escuchar mis problemas. —No —sacudió la cabeza—, al contrario… está bien que te desahogues. Isabel hizo un gesto negativo. —Soy ese tipo de persona que llora mucho por un rato, luego se seca las lágrimas y alza la cabeza. No te preocupes. Había algo en sus ojos que les decían a gritos: >. Sin embargo, él se limitó a asentir y a volver a su silla. Cuando terminaron la merienda, Isabel ya parecía más animada. Lo tomó del brazo y lo guio hasta su habitación. —¿Juan no se enojará si…? —Dejaré la puerta abierta, no te preocupes. Ingresó la contraseña. Se trataba de un cuarto con poca decoración, pero contaba con una pantalla digital —que tenía muchas funciones—, una máquina de maquillaje, ambientador de sitios e incluso un holograma anti-sonido. Había un armario de pared (también digital, en el cual podía configurar sus combinaciones de ropa y recibir sugerencias según el clima, el estado de ánimo del portador, etcétera) y un mueble con posesiones personales. Lo primero que hizo la joven fue activar el holograma anti-sonido. Una luz blancuzca se proyectó sobre la puerta de principio a fin. —Podrán vernos, pero no oirán nuestra conversación. Samuel esbozó media sonrisa. Qué astuta era. Isabel se acercó al mueble y le alcanzó una tarjeta. La misma rezaba: >. El joven Aguilar se ruborizó. —¿Cuándo te di esto? —se rascó la cabeza, avergonzado. —Hace casi dos meses. Me alegra que supieras que has sido vos. —Era bastante obvio… No creo que vos hubieras escrito algo tan cursi —podía sentir cómo el calor había subido a sus mejillas. —Mm… yo he escrito otras cosas, mirá. Abrió su ordenador. En la pantalla, se proyectó un blog personal que tenía varios poemas y relatos publicados. La gente podía dar su opinión sobre los mismos ¡Tenía muchísimas reacciones! El escrito que más llamó la atención de Samuel fue el siguiente: “Mi Rosa Negra: Bello, como una tibia caricia Frágil, como el ego de los seres humanos Oscuro, como los instintos que tanto luchamos por reprimir Taciturno, porque las palabras nunca fueron una solución Valiente, porque sé que hubieras dado la vida por mí Asesino… porque el en que desapareciste Fue cuando empecé a morir” —Esto… —balbuceó Samuel, con un nudo en la garganta—. Esto… —no pudo evitar derramar unas lágrimas—. ¿Lo habías escrito para mí? Isabel asintió, ruborizada. —¿Ves que yo también puedo ser cursi? —intentó cortar la tensión esbozando una amplia sonrisa. El joven Aguilar se sentía increíblemente conmovido ¿Cómo una chica tan maravillosa era capaz de amarlo tan profundamente? Cada palabra de ese poema expresaba un afecto tan genuino que sentía que su corazón estaba a punto de derretirse. —¿Por qué… por qué te enamoraste de un monstruo de sangre letal? La señorita Medina bufó. —Por el tamaño de tu m*****o —replicó, y soltó una carcajada. —¡Isabel! —Sólo bromeaba —le dio unas palmaditas en el hombro—. Suelo cortar los momentos tristes o tensos con chistes, tendrás que acostumbrarte. —Sí, pero… No me respondiste la pregunta. —Es que me la hiciste tantas veces en el pasado, que me cansé de responderla —resopló—. Me enamoré de vos sin saber que eras mi primo. Te quiero porque, a pesar de todo lo que has sufrido, te has convertido en una persona generosa, sensible y sos muy inteligente… aunque, algo inexperto. Siempre era yo quien tomaba la iniciativa. Para absolutamente todo —revoleó los ojos. —Estoy profundamente agradecido de que hayas activado el holograma anti-sonido. No me gustaría que tu hermano oyera todo esto. —Dejá de preocuparte por mi hermano, y sentate. Tengo mucho que contarte sobre nosotros.
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