Cuando terminaron, Azran pagó la cuenta sin permitir que ella se adelantara. Luego se levantó y, con un gesto sutil, le indicó que lo acompañara de regreso al lobby del hotel. Sus pasos resonaron sobre el mármol, silenciosos y firmes. Ahí, frente a los sillones tapizados, se volvió hacia ella. —En tu habitación te han dejado tu computadora de trabajo —le informó con tono neutro—. Tu laptop llegó hace unas horas. Puedes avanzar desde ahí. Evanya lo miró con sorpresa. —¿Mi laptop? —Sí. —Él asintió, como si no hubiese nada más que explicar—. Yo debo reunirme con una persona. —¿Una persona? —repitió ella, incapaz de ocultar la pregunta implícita. Azran sostuvo su mirada apenas un segundo más antes de responder: —Iré solo. No hubo espacio para más. Evanya asintió, obediente, aunque la c

