Tal y como se lo había prometido, la mañana del lunes, Caelan esperó a Jenna afuera de su casa. Estaba ahí, recargado contra la carrocería negra del auto, con los brazos cruzados y la mirada fija en la puerta principal, se veía relajado. Llevaba lentes oscuros, una chaqueta de cuero que le quedaba tan bien como la arrogancia silenciosa con la que lo rodeaba todo, y esa forma suya de existir como si él mundo debiera darle gracias por existir. Jenna lo vio desde la ventana de su habitación, con el café aún caliente entre las manos. No sonrió. Por fuera. Pero por dentro… Su estómago hizo ese extraño giro que detestaba admitir. Ese que no le pasaba con nadie más. Ni siquiera con los hombres que parecían hechos para encajar perfectamente en su vida: educados, atentos, estables. Caelan no

