Pantera no dijo una palabra mientras entraba a una de las habitaciones rojas en la mansión. La puerta de madera maciza se cerró tras él con un chasquido sordo. No era la privada junto a su despacho, pero aun así era un lugar donde el deseo y la decadencia se mezclaban sin culpa.
Su andar era lento, felino, con esa aura oscura que él emanaba sin necesidad de anunciarse. El salón principal de La Mansión estaba cubierto por las luces cálidas que colgaban del techo como jaulas de oro.
Pantera disfrutaba de tener sexo luego de cerrar tratos importantes, luego de colocar más dinero en sus cuentas. Esta vez no fue una victoria.
Treinta y cinco mil dólares se habían ido con la brisa... o más bien, con Justin. Esa era la cantidad con la que había comprado aquella deuda de la pareja de Evanya.
