La Vieja Casa Rodante

1975 Words
Ese mismo mediodía, casi a las tres de la tarde, la ruidosa comitiva de visitantes, con Angie a la cabeza, se fue. El sonido de los motores de sus autos de lujo se desvaneció en la lejanía, y la calma volvió a la casona, un silencio que se sintió casi ensordecedor después del caos de la noche anterior y la mañana. Samira salió en su auto junto con los demás restauradores; era fin de semana, y se tomarían su merecido descanso. Los vi partir desde la puerta principal, la sensación de vacío instalándose en el pecho. ¿Qué voy a hacer estos días sin ella?, pensé, la pregunta resonando en la quietud de la casa. El pensamiento de su cuerpo, el recuerdo de sus besos y sus marcas, me perseguía. La idea de caminar por la casona, sin la posibilidad de un encuentro fortuito, sin el desafío de su mirada, sin el eco de su música, me impacientaba. Pasé el resto del día enterrado en mi taller, el olor a metal y aceite más reconfortante que la pulcra soledad de la mansión. Me sumergí en el rugido de los motores, en la perfección de las piezas mecánicas, buscando ahogar la inquietud que me provocaba la ausencia de Samira. Pero al atardecer, la monotonía se rompió. Llegó Salomón, no con su bicicleta habitual, sino al volante de una grúa improvisada. Enganchada a ella, guindando precariamente, venía una silueta grande, cubierta por una lona vieja. Era la casa rodante. Con un gesto de cabeza, le indiqué que la llevara al fondo del Gran Taller, a un rincón apartado donde las reliquias de Samira no estaban expuestas, un lugar al que los ojos de ella no llegarían por casualidad. Salomón, con su característica eficiencia y un bufido resignado, maniobró la grúa hasta dejar la casa rodante en el lugar indicado. Con la lona retirada, el vehículo se reveló. Era un auto súper antiguo, de las primeras casas rodantes que habían salido al mercado, una joya vintage. Me acerqué, la curiosidad de ingeniero y coleccionista dominándome. - Y esto es, Johnson. La obsesión de Samira - soltó Salomón, limpiándose las manos con un trapo aceitoso. No le presté atención a la burla. Caminé alrededor de la casa rodante, mis dedos trazando las líneas de la carrocería, mi mirada analizando cada detalle. Quedé fascinado. La tapicería del interior, a pesar de los años, conservaba un patrón vibrante y los colores casi intactos. El volante de madera pulida, el salpicadero, los pequeños compartimentos de almacenaje… todo era absolutamente original, y lo más sorprendente: estaba bien cuidado, a pesar de su edad. Parecía un viaje en el tiempo encapsulado. - Es una maravilla, Salomón, - murmuré, con una reverencia que rara vez mostraba por algo que no fuera un motor de alto rendimiento. - Mira esto. La calidad de los acabados. Es… inmaculado por dentro. - Inmaculado. Por fuera parece una cafetera antigua, señor Johnson,- respondió Salomón, con un escepticismo que era ya su marca personal. - La encontramos en un cobertizo polvoriento en el viejo rancho del abuelo de Samira. Llevaba años ahí, cubierta de telarañas. No sé por qué se aferra tanto a esta chatarra. - Chatarra, dices… , - sonreí, ignorando el desdén de Salomón. Me abrí paso hasta el motor, que era el verdadero desafío. Ese estaba hecho un asco. Óxido, cables roídos, piezas corroídas. Una ruina. Me dispuse a desmontarlo de inmediato, con una concentración febril. Necesitaba ese proyecto. Necesitaba algo que me mantuviera ocupado, que desviara mi mente de la silueta de Samira, de la irritante ausencia de su música. Salomón, aunque refunfuñaba sobre lo inútil de gastar tiempo en "ese viejo cacharro", se unió a mí. Evaluamos juntos el motor, discutiendo las piezas, planeando la estrategia para devolverle la vida a aquel peculiar tesoro. Para mí, no era solo un motor. Era un pedazo del mundo de Samira, un fragmento de su pasado, que yo ahora tenía el poder de reparar. Un nuevo campo de batalla. El vasto taller se convirtió, durante el fin de semana, en un santuario ruidoso de metal y sudor. Salomón y yo nos enfrascamos en la monumental tarea de resucitar la vieja casa rodante de Samira. El sol de la tarde se filtraba por las ventanas, iluminando nubes de polvo y el brillo del aceite. - Esto es una verdadera reliquia, Salomón, - dije, arrodillado junto al chasis, mi rostro manchado de grasa, pero mis ojos brillando con el entusiasmo de un niño. - La calidad de la carrocería, la suspensión… ¡es increíble! Salomón, encorvado sobre el motor con una llave inglesa en la mano, gruñó. - Reliquia, o chatarra con ruedas, es lo mismo para mí, Johnson. Lo único 'increíble' aquí es que tenga la osadía de intentar rodar. ¡Mira este carburador! Parece que una familia de murciélagos vivía aquí dentro. Reí, un sonido grave y auténtico. - ¿Sabes qué le falta a esta belleza, jefe?, - continuó Salomón con tono dramático, alzando una ceja. - ¡Todo! Porque ni motor tiene, pero eso sí: el espíritu lo conserva. Solté una risa baja mientras giraba un tornillo oxidado. - ¿Y tú qué sabes de espíritu si el único que conoces es el del ron? - ¡Ese es el más sabio! El ron nunca juzga, - replicó Salomón, levantando el termo como si brindara. Me agaché bajo el capó. La mugre parecía una costra permanente sobre las piezas. - ¿Esto qué es? ¿Tierra o cementerio? Tiene hasta raíces, Salomón." - Raíces del pasado, jefe. ¡Eso es historia!,- dijo con orgullo. - Esa cafetera vio cosas, y ahora está aquí esperando su segunda juventud… igualito a nosotros. - Gracias. Me acabas de decir anciano con mucha poesía. - ¡Jamás! Usted es como los buenos carros: inglés, duro de arrancar, pero cuando lo hace… se lleva a todas por delante. Negué con la cabeza, conteniendo la carcajada, mientras revisaba el cableado. - Es un desafío, Salomón. Un buen desafío. ¿Sabes lo que esto significa? Reconstruirlo desde cero. No hay planos, no hay piezas de repuesto. Pura ingeniería inversa. - Pura locura, diría yo,- replicó Salomón, golpeando una pieza oxidada con un martillo. - ¿Por qué no compramos uno nuevo y ya? De los que tienen aire acondicionado y Wi-Fi. Samira se lo agradecería más que esta cafetera. - Porque esto tiene historia, Salomón. Tiene alma, - dije, mi voz más suave, casi pensativa, mientras pasaba un trapo por un componente. - Y además, es de ella. Salomón se detuvo, me miró de reojo. - De ella. Ah, claro. De la 'fiera' de este pueblo.- Su sonrisa pícara se extendió, saboreando mi reacción. A pesar de mis manchas de grasa, me ruboricé levemente. - ¡Salomón! Concentrémonos en este cacharro. Necesito que esa pieza esté pulida para mañana. Trabajamos sin descanso, el metal chocando contra el metal, el olor a gasolina mezclándose con el sudor. Yo, con mi mente analítica, desarmaba el motor con precisión quirúrgica, explicando a Salomón cada función, cada engranaje, cada fallo. Salomón, con su ingenio práctico y su paciencia venezolana, me daba la réplica perfecta, improvisando herramientas, limpiando piezas con una meticulosidad que me sorprendía. - Sabes, Johnson, - dijo Salomón al anochecer, mientras ambos nos enderezábamos, las espaldas adoloridas, el taller bañado por la luz tenue de las bombillas. - Esta casa rodante, para lo vieja que es, se parece a mi vida amorosa. Por fuera, un desastre, pero por dentro, parece que tiene unas historias… Y usted con esa suerte con las mujeres en bikini, ¡ay Dios! Le lancé un trapo sucio, pero Salomón lo esquivó con una carcajada. - Lo que sea, jefe. Pero la cara que puso la rubia al salir… impagable. Y la tuya, como si no te importara… esa sí que era de asombro. La verdad en las palabras de Salomón me sacó una sonrisa. Salomón había visto más de lo que admitía. - Basta de bromas, Salomón, - dije, señalando las tuercas. Un rato más, trabajamos hombro a hombro. Salomón era una enciclopedia de soluciones improvisadas, desde convertir una tapa de mermelada en reemplazo de una válvula, hasta usar aceite de oliva "prestado" de la cocina como lubricante provisional. - Aquí está el secreto, patrón, - dijo metiendo un dedo sucio en el motor. - Esto lo arreglamos con un poco de fe, un poco de grasa… y mucho engaño. - Igualito que las relaciones humanas. - Igualito, papá, - rió Salomón, guiñándome el ojo. Cuando el sol se escondía y el olor a metal caliente se mezclaba con el del sudor y la victoria, me quité los guantes y me dejé caer en una silla vieja de cuero que había en el taller. - Está tomando forma, ¿eh? - Está tomando vida, jefe. Y hablando de vida… esta noche hay una esperando por usted. Lo miré de reojo, sabiendo que se avecinaba un desastre. - No, gracias. Estoy bien aquí, en paz, sin ruido. - Paz. Desde cuándo la paz sabe mejor que una cerveza helada, un reguetón decente y una mujer que te diga 'baila o te saco a rastras' - No bailo, Salomón. Salomón soltó una carcajada con tanta fuerza que se echó hacia atrás en la silla. - Ningún inglés baila hasta que le mueven la cadera correcta! Vamos, hombre, no sea amargado. No es para que se enamore, es para que se ría un poco… y quizás se despeine. Rodé los ojos, pero asentí con resignación. -;Si llego a ir será por una cerveza. Solo una. - Eso dicen todos antes de cantar en el micrófono y bailar con la suegra del DJ. ¡Pero eso! Así me gusta, ya lo va admitiendo. Entonces… ¿trato hecho? Nos encontramos en el refugio, a las nueve. Lleve camisa limpia, por si la suerte lo bendice. Venga escúchame, Johnson. Llevamos días encerrados aquí, en este rancho. Te veo más aburrido que un perro sin cola. ¿Esta noche salimos? Yo invito las cervezas. Y la distracción. Lo miré nuevamente, la propuesta tan ajena a mi rutina, a mi soledad autoimpuesta. - No lo sé aún, Salomón. Estoy cansado. Y prefiero la tranquilidad. - Tranquilidad, dices, - Salomón se rió a carcajadas, su voz resonando en el taller vacío. - Tú lo que estás es oxidado, Johnson. Como este motor. Necesitas una sacudida. Un poco de ritmo. Una buena cerveza fría. ¡Vamos, hombre! No puedes pasarte la vida encerrado aquí, hablando con caballos y tornillos. ¡Un hombre como tú necesita un poco de acción fuera del taller. La provocación de Salomón había dado en el clavo. Además, la chispa venezolana de Salomón era contagiosa. - Pero una discoteca, - dije, una sonrisa asomando en mis labios. Recordando cómo conocí a Samira en el mismo lugar. - Lo que hay, Johnson! Pero con la compañía adecuada… y muchas cervezas, ¡se pone bueno! Te recojo en la entrada a las nueve. No te atrevas a rehusar, porque te sacaré a rastras si es necesario. Negué con la cabeza, una risa escapándose de mi garganta. El plan era descabellado, una ruptura total con mi rutina, pero, por alguna razón, se sentía… extrañamente bien. Volver a la discoteca donde la conocí. Samira, ese nombre y el rastro de sus uñas no se iban. - Está bien, Salomón. A las nueve. Pero si la música es tan mala como la radio de Samira, te juro que te devuelvo con el mismo camión que trajiste esta cafetera. Salomón sonrió, el triunfo brillando en sus ojos. - Trato hecho, jefe! Verás que es justo lo que necesitas. Y así, mientras las primeras estrellas aparecían en el cielo, me quedé solo en el taller, observando la casa rodante. Quizás, solo quizás, Salomón tenía razón. Necesitaba una distracción. Una buena y ruidosa distracción.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD