El valor de la gente de la alta sociedad adquiere un papel fundamental a través de los años, no solo desde los aspectos educativos, sociales y políticos; el medio de poder que invierten a través de los años debe ser excepcional, no hay errores para ellos según su filosofía, sin embargo, la realidad termina siendo una completamente distinta a la que nos muestra.
Otoño... un cielo naranja bailando en un manto rojizo y lleno de éxito para muchos trabajadores del campo. No obstante, en el Palacio Imperial significaba solo una cosa y son los bailes florales, en ellos se intercambian desde semillas hasta las tierras más fértiles para promover la prosperidad de la flora y fauna de todas las naciones que conforman el imperio, manteniendo una pizca de anonimato al cubrir sus rostros con máscaras en base a la temática otoñal. Y está noche no sería la excepción...
El sol comenzaba a ocultarse por detrás de las dibujadas nubes en el cielo cuando a lo lejos ya se podían observar las carrozas y autos de la época llegando a los jardines principales de la residencia principal, cada invitado lucía una flor tradicional en sus ropas para honrar la temporada de la cosecha y yo con 15 años de edad estaría por cometer uno de los pasos más imprudentes e importantes en mi vida.
Después de tantos años de observar por mi ventana los costosos eventos que se organizaban en nombre del Emperador, al fin podría verlos por cuenta propia sin ser excluida; había estudiado cada proceso diplomático para este momento, aunque muy dentro de mí sabía que no los utilizaría, no perdería la esperanza de que solo tal vez algo cambiaría está noche.
El reloj de pared había marcado exactamente las 10:00 de la noche cuando las campanillas colgadas en los pasillos comenzaron a sonar sincronizada mente, sin esperar un minuto, mi confiable dama compañía salió con una sonrisa cansada despidiéndose con un característico “Buenas noches pequeña" para posteriormente solo cerrar la desgastada puerta; corriendo al clóset tomé un poncho que me cubría hasta los tobillos y una máscara que había estado guardando años anteriores tras encontrarla en el cesto del área del sastre al no ser su obra más excepcional, con la cabeza baja me escabullí sobre un pasillo aislado que conducía a aquel arreglado y detallado lugar ignorando la regla más importante que el Emperador había impuesto en mí.
Caminando por los descuidados pasillos una luz cegadora invadió el espacio de mi andar de manera inesperada dándome la bienvenida a aquel despampanante lugar; no paso mucho antes de que notará que aquellas enormes paredes me asfixiaban de manera intimidante, eso y todos los susurros y miradas qué las personas sin vergüenza alguna hacían recorrer sobre el elegante lugar.
Colócandome en un lugar poco visible observé a lo lejos a Anett, parecía no haber notado mi presencia, sin embargo, ya comenzaba a generar más atención de la debida por lo que camine decidida al balcón más cercano para confundir un poco a los invitados; desalentada no pude evitar observar desde el primer instante todos los coloridos vestidos de las jóvenes que bailaban en el gran salón, recordándome que yo nunca podría usar tales colores y menos mostrar mi rostro ante tan distinguida sociedad.
Apretando las faldas de mi vestido si unos cuantos pasos hasta llegar al barandal que cubría el decorado balcón dejando salir un pequeño suspiro que apretaba mi pecho desde hacía ya un rato. Era increíble observar cómo se juzgaban entré si aquellas personas, se humillaban entre sí por debajo de sus narices sin importarles el qué dirán o que consecuencias traerá... mire al cielo para dispersar mis pensamientos o cualquier idea poco productiva que agobiara mi mente, sin embargo, en medio de las brisas nocturnas que rondaban en la compañía de mi soledad un susurro intangible se hizo presente al compás de un pitido agudo que interrumpía mi audición.
Entre mareos regresé nuevamente al salón tratando de sostenerme sobre los pilares que me encontraba para poder regresar a mis aposentos lo más pronto posible, sin saber hacia dónde dirigirme abrí una puerta que conducía a lo que parecía la zona de lo que llamaban “servidumbre", a mi lado no aparecía no aparecía no una sola persona ya que toda su atención estaba concentrada exclusivamente al banquete de la noche dejándome aún más sola y desubicada de lo que ya me encontraba.
Antes de que pudiera darme cuenta mi cuerpo sin permiso alguno comenzó a desplomarse en medio de aquel largo pasillo dejándome a merced de la vacía noche, cerrando mis ojos entregué aún más el control de mi cuerpo a la gravedad pensando que tal vez esto solo era una reprensión divina por desobedecer las demandas del Emperador, no obstante, justo milímetros antes de tocar el suelo unos cálidos brazos tomaron mi débil cuerpo sosteniéndolo de manera inesperada, inmediatamente agradecí en voz baja tratando de distinguir el rostro entre mi poco ángulo de visión para solo percatarme de unos bellos ojos carmesí qué se diluyeron como acuarela en un lienzo en blanco tras desmayarme.
Desperté al día siguiente en la cama de mi habitación con un ambiguo dolor de cabeza; al tratar de ponerme de pie comenzaron a golpearme pequeñas recopilaciones de libros ocultos en la biblioteca imperial, casi como si mi memoria buscará un recuerdo en particular. Terminé sumergiendo nuevamente mi rostro entre las almohadas tratando de disuadir mi mente de aquellos inesperados escenarios, sin embargo, un grito varonil me hizo salir de mí cama de manera estrepitosa al oír la orden que traía consigo.
Antes de que logrará darme cuenta me encontraba en la sala regidora de los Emperadores con las manos encadenadas y la mirada perdida sin concentrarse en ningún punto específico.
-¡Atención... sus magnificencias los Emperadores!-
Sin siquiera alzar mi rostro podía percibir la mirada de desprecio que me dirigía, lo sabía más que nadie el odiaba tenerme cerca, odiaba ser mi padre.