Ruzgar intentó descifrar si lo estaba poniendo a prueba o algo similar, pero parecía decirlo en serio, especialmente por la seriedad con la que sus labios tocaron el tema. Ella continuó comiendo su desayuno, completamente despreocupada y él no dejó de repetirse sus palabras, pero sobre todo la nada agradable reacción de su cuerpo a la propuesta. ¿Las manos de alguien más sobre su cuerpo? Una sola palabra como respuesta, IN-CON-SI-DE-RA-BLE. (…) —¡Mustafá! —Arslan canım arkadaşım (Arslan, mi querido amigo) —exclamó el hombre antes de estrecharse en un abrazo de lo más amistoso. Mustafá Bilgehan era ese amigo que animaba todas las fiestas con su presencia y que siempre tenia una idea un poco loca que terminaba en diversión extrema o con un muerto. No tenia más de treinta y cinco años y

