Sus ojos ardieron. No tenía forma de explicar cuanto extrañó su vida pasada. Odiaba que le tuvieran lastima, lo odiaba de verdad. No le importaba que las personas dijeran que era soberbia, lo elegia a observarlos lanzarle miradas cargadas de un sentimiento lastimero. “Pobre desgraciada.” Tan solo pensarlo le erizaba la piel. El jardín pareció sufrir las inclemencias del viento, pues se acercaban las frías temporadas y con ello, esos largos días de lluvia, que antecedían la llegada de la nieve (en unos meses). Ruzgar fue a ella por eso. Aunque sus palabras le hubieran servido de consuelo, lo hizo por lastima, la forma en como la miró se lo dijo. Ya era algo que un hombre como él tuviera ese sentimiento. Que sintiera lastima por el mundo, no por ella—pensó con dolor. Había besado

