ANKARA, TURQUÍA. Estaba vivo. Ese maldito estaba vivo. Adnan sintió que dejaba de respirar y el cañón del arma en su nunca le cantó al oído como el llamado mismo de la muerte. Sus manos se convirtieron en puños y terminó tosiendo cuando la sangre le ahogó. ¿Dónde estaban sus hombres? Su miedo solo aumentó cuando Behirham terminó riendo al ver como estaba pálido y dudaba que fuera únicamente por la fuga de sangre que estaba teniendo. Lo soltó, alejando el arma que mantuvo sobre su pierna cuando volvió a sentarse y de forma violenta le lanzó el pañuelo. —Toma. Parece que más a comenzar a llorar—espetó divertido con sus dedos moviéndose sobre la mesa en un movimiento entretenido que alteró los nervios de Adnan, quien, tragando saliva, se sentó. Tenía los ojos llorosos y ardientes, tal

