Disparar. ¿Realmente hablaba de una bala? Los ojos de Elif parecían vacíos, dolidos, probablemente porque sus palabras dichas horas antes causaron en su interior un vacío que ya conocía. No era la primera vez que lo escuchaba decir algo similar, pero esta vez, fue mucho más doloroso. Fueron clavos en su piel, quemaduras en sus manos, cualquier clase de dolor que flagrante que llenaba sus ojos de lagrimas y que le impedía casi respirar. Tenía una gran batalla interna: Deseaba y odiaba algo a la vez. —¿Disparar? —preguntó Ruzgar mordaz, mientras mantenía su muñeca contra la pared—. ¿Cuándo te disparé? De haber querido hacer algo así, ahora estarías ardiendo en el Ölum. No es mi culpa que tomes decisiones estúpidas en pro de muertos que jamás pensaron en ti. Esa siempre será tu cruz

