Él sabía perfectamente cual era. Uno Berlutti, de cuero italiano, elegante pero discreto y varonil. Besó la comisura de sus labios en un beso casi robado y levantó su mano en señal de despedida mientras caminaba hacia la salida descalza, en pijama y sexy como solo ella y esa trenza casi perfecta que portaba le permitían ser. —¿Cómo…? —Tengo mis ojos en ti, Arslan—interrumpió al llegar a la puerta. —Lindo cinturón. Deberías amarrarme las muñecas con él, alguna vez. Descaradamente le guiñó un ojo antes de cerrar la puerta. Bufó antes de sonreír por su descaro. Era voluble, casi caprichosa. Esa clase de mujer que podía estar feliz por algo y después enfadada. Eso daba un toque mucho más interesante a todo el matrimonio pues ella siempre tenía una actitud que mostrar. Abrió el cajón y

