—¿A dónde la llevaran? Ruzgar… —No puede permanecer aquí—dijo—. Ha cometido traición. —No lo he hecho—aseguró provocando que Ruzgar tuviera unas ganas intensas de cortarle la lengua allí mismo, o más bien, de arrancarla con sus propios dedos. Aun podía recordar la emoción que circuló por sus venas cuando su teléfono sonó y escuchó la voz de Engin, que fue precedida por la voz de Isel lanzando veneno y sembrando una proposición que puso en riesgo la vida de Elif. Si hubiera tardado más en llegar, si no hubiera tenido un teléfono, lo que proponía era una mentira difícil de encontrar con todos muertos. La idea fue tan rastrera como astuta. En medio de una balacera así, rara vez se medía de donde venían las balas. Era creíble que los Usta culparan a los Karaca, iban a lanzarse la culpa

