ESTAMBUL, TURQUIA. Elif observó el reloj. Era tarde para que estuvieran allí, lo que significaba que verdaderamente había acudido por algo importante. Subió tan rápido como pudo para quitarse de encima la ropa hogareña (si se podía llamar así), que llevaba encima y maquilló un poco su rostro. Mientras pensaba en que ponerse mirando el enorme closet, buscó el teléfono que había dejado en la cama y comenzó a llamar casi desesperadamente a Ruzgar. No sabía porque estaban allí, pero sí que el único con la capacidad de atender todas sus dudas era él, no ella. El teléfono emitió ligeros sonidos, pero ninguno fue fructífero. Después de la décima llamada entendió que no iba a responder. Maldijo una y mil veces antes de lanzar el teléfono a la cama nuevamente y concentrarse en parecer de lo

