Estaba en el bosque, siguiendo un aroma que le resultaba inquietantemente familiar. Los hombres que lo acompañaban caminaban a unos dos metros de distancia, no entendía bien la razón por la que lo hacían, pero ahí estaban, como siempre. Eran cuatro, pero ninguno parecía entender la urgencia con la que él se movía. Se había demorado más de lo que había planeado. Había pasado casi una hora desde que inició el rastreo y sentía, en lo más profundo de su ser, que Arturo estaba desesperado. Lo sentía, como un nudo apretado en su garganta, una presión constante que no podía ignorar. Después de un largo trecho, llegó detrás de un árbol enorme. El aroma estaba mucho más fuerte, y su mirada se fijó en las ramas altas. Ahí estaba él, el responsable de esa desagradable sensación que recorría todo su

