Capítulo 02 | TENTACIONES PELIGROSAS |

8024 Words
"Si la batalla fueran sus luceros celestes, definitivamente, moriría extasiada" Es un simple hombre guapo, Katherina, uno muy, muy guapo. No es gran cosa, no es como si él se convirtiera en el hombre de tus sueños, eso déjaselo a las novelas. Digo en mi mente, irguiendo mi columna para parecer más alta e imponente, mi semblante se coloca en seriedad, una es espera ser permanente durante este tiempo con él. Detallo su rostro rápidamente: su mandíbula marcada sin rastro de barba; su nariz respingada; sus labios finos y su tez blanca, dejando que su cabello n***o azabache resalte en desmedida. Este hombre podría ser realmente, un Dios griego. Giro mi rostro, encontrándome con que el chico se ha ido de mi lado. ¡No me dejes sola con este ser de otro mundo! Me he quedado inmutada, sin poder decir ni una palabra. Su presencia de algún modo me ha impactado. Suelto un suspiro, tratando de aliviar la presión que causa su mirada ante mí, abro la boca para saludar, pero, mis neuronas murieron. ─¡No fue mi culpa!─ Exclamo. En un hermoso y gutural vómito verbal. Justo, en el momento indicado, mi cerebro se da de alta. Soy un peligro para la humanidad. Pienso, ya sintiendo cómo mis mejillas se colocan calientes. ─Señorita Capuleto, ¿A qué se refiere?─Inquiere colocando el ceño fruncido, para parecer más sensual ¿Acaso es posible? Mis sentidos están alertas, pero dispersos. Es como si esa persona desconocida pudiera mirar dentro de mí. ─Disculpe, decía, que no fue mi culpa...lo del choque. Señor Salvatore, es un placer conocerlo─ respondo, luego de que me inspiré en cagarla. Fue lo mejor que pude decir. Bien, Katherina, bien. ─Disculpe, señorita Capuleto, ¿Quiere por favor sentarse?─Propone, muevo mi cabeza, asintiendo. Aprieto mi labio inferior, para retener alguna palabra tonta que quiera arruinarme la poca decencia. Me dirijo hacia el otro lado de la mesa, con él indicándome con una mano. Al sentarme, su mirada se talla en mí, provocando que mi cuerpo se sienta desnudo ante su intimidante presencia. Mi cuerpo se acomoda en la silla, tratando de buscar comodidad o una forma de salir corriendo despavorida. ─Lo que tengo entendido es que usted fue quien provocó el choque, señorita─ añade finalmente, atrayéndome a sus palabras. Tardo un rato en analizar lo que dijo, porque, ha sido el peor error que él ha cometido. La sangre me comienza a hervir, en un efecto inmediato. Aprieto mi mandíbula para no farfullar o lanzar improperios. Su acento, es diferente. Capto a los pocos segundos. Es como si estuviera perdiendo su acento Español, pero aun así, lo tiene presente. ¿Él será tan frío como dicen ser? En mi interior se crea una especie de pelea, entre la atracción s****l que él me provee y las ganas de golpearle en la cabeza. Levanto la mandíbula, arrugando mi entrecejo. Utilizaré su misma carta. ─Está usted en lo correcto, señor Salvatore─ declaro, con una seriedad inmaculada. Sus ojos se abren ante mí, demostrando un desliz de confusión. ─¿Por qué lo dice, señorita?─Pregunta desconcertado, queriendo saber más. ─Yo provoqué el choque, está en lo cierto. Pero lo provoqué porque su conductor se me atravesó en todo el frente de... mi bebé─ Explico finalmente. Tienes que dejar de llamarlo "bebé", tomo nota mental. Él inesperadamente, suelta una risa llena de ironía. Pero su timbre, hace que mi cuerpo se mueva ante el estallido sensual del sonido de su risa. Aprieto mis muslos, evitando demostrar debilidad ante sus estúpidos encantos. ─¿Usted está acaso burlándose de mí, señor Salvatore?─Manifiesto, por el cruce de mis apellidos. No sabe con quién se metió. Traigan a los curas, porque esta chica está haciendo el exorcista. ─Está en lo cierto, señorita Capuleto, solo me da gracia que le llame "bebé" a su carro. Pero si lo que dice usted, es verdad, que no fue su intención accidentar mi auto... entonces, dudo que estemos mal─ menciona sin apartar su mirada azul de mí. Se siente extraño, estar entre sus pupilas. Creando en mí sensaciones nuevas, difíciles de explicar. ─Obviamente no fue mi intención, señor. Jamás le haría daño a mi auto..., o al de alguien más─ insisto con sinceridad o algo así. ─Entonces... ¿Estamos bien, señorita?─Inquiere, dándome una comisura gatuna, provocando que se formen pliegues en los costados de su boca. Mierda, lo odio. Aprieto mis labios con fuerza. ─¡No!, no estamos bien, mi bebé no está bien. Está destrozado en el parachoques ¿Acaso cree justo eso? Mientras que el de usted, algunos rasguños tendrá─ exploto, acordándome de su estado. ─Señorita, creo que con esas abolladuras no se ve tan mal, es decir, ya estaba bastante mal─ opina, dándome justo en la bendita espina de la molestia. ¡¿Qué mierda?! Mi semblante cambia en desmedida, dándole una mirada de asesina. Le quiero dar un asesinato verbal, pero perdería credibilidad. Aprieto mis manos en empuñaduras, relajando mi cuerpo y esbozando la sonrisa más falsa que he podido crear. ─Puede que usted piense así de mi carro, a mí me costó trabajo obtenerlo, para sorpresa suya, así que, si me disculpa..., no pretendo seguir escuchando estupideces sobre él, ya muy bien hizo su conductor. Si me permite, y no va a decir algo mejor, me retiro.─ Declaro, haciendo un ademán de levantarme con la dignidad y el orgullo casi completo. ¡Eso, Katherina! Cero el español uno la venezolana. Él se queda perplejo, observándome, pero cuando me levanto, él hace lo mismo. De manera rápida y decidida. ─Señorita Capuleto, lamento ofenderle con mi manera de expresarme hacia su auto. Le mandaré un cheque para que cubra los gastos. Permítame hacer eso─ interrumpe mi ida, con unas palabras llenas de franqueza. ─No es necesario, Señor Salvatore, yo misma creo poder pagar mis gastos─ le reitero. Obviando el hecho de que eso es mentira. ─Fue un placer─ anuncio, despidiéndome. Él se inmuta a no decir nada. Tomo mi bolso en mi mano, dándole una última mirada. Relamo mi labio inferior, al ver sus labios hacer lo mismo. Paso a su lado, sin que sus pupilas se despeguen de mí, le miro de soslayo, tratando de que mis ganas de tirármele encima no me controlen. De repente, en una fracción de tiempo, que pasa en cámara lenta en mi mente, ocurre algo extraño. Su mano se posa en mi antebrazo, deteniendo mis pasos. Una corriente en sensaciones eléctricas recorre mi piel, activando mis sentidos de manera fascinante. Como si de una conexión misteriosa se tratara cuando su tacto, hizo fusión con mi piel. Me quedo inmóvil, sin querer moverme y perder esa exquisita sensación no antes conocida. Mis ojos suben hasta los suyos, conectándose. Mi rostro comienza a arder con prontitud, haciéndome sentir una adolescente. Él inclina su torso hacia mí, acercando un poco más su rostro, provocándome un colapso nervioso en mis entrañas. Mis piernas quieren fallar, cuando su perfume varonil se intersectó en mis fosas nasales, llevándome a un desquiciado precipicio. ─El placer fue más que mío, señorita Capuleto.─ Musita, con una voz rasposa. Juro haber visto sus ojos oscurecerse, parecer más sugestivos, más excitantes y penetrantes. Mi corazón se acelera como tambor, queriendo salirse de su lugar. Comienzo a salivar, cuando mi mirada viaja a sus labios, queriendo besarlos. Súbitamente, me suelta, rompe aquella conexión de manera abrupta sintiéndome de alguna manera, vacía y frustrada, queriendo más de esa pequeña probada de sentido. Despego mi mirada de él, moviendo mis piernas con rapidez hacia la salida, tratando de alejarme de la maratón de sentidos alborotados que ese hombre ha causado en mi interior. No sé qué pensar. Al final quedé con mi auto dañado por andar de orgullosa y él utilizó sus encantos para hechizarme... maldito. El enojo se juntó con la frustración. Haciendo que mis piernas quieran flaquear. Palpo mi pecho cuando me introduzco finalmente a mi carro, sintiendo que el aire me falta ¿Aquí hace más calor o qué? Me pregunto, experimentando cómo mi cuerpo comienza a sudar. Dejo salir el aire de mis pulmones que mantenía retenido, intentado calmarme. Nunca había sentido algo como eso, algo tan intenso hacia una persona y desconocida..., esto me asusta en desmedida. Mi palma roza mi brazo, donde él dejó la sensación de su agarre. Sentía la necesidad de que él no se detuviera, y no dejara de tocarme. Coloco mis manos en el volante luego de encender el auto para ponerlo en marcha. En mi mente pasa la idea de que no vuelva a saber de él o siquiera pueda ver su rostro en mi vida. Un sentimiento de vergüenza se implanta junto a la nostalgia de que mi auto seguirá destrozado porque el sueldo no me alcanza para todos mis gastos y mucho menos para este. Me introduzco en la vía, dándole una última mirada a ese lugar. Frunzo mis labios con un sentimiento de decepción. Al llegar de nuevo a la clínica. Mi estómago ruge del hambre, por no aprovechar el tiempo y comerme algo. Es que todo fue tan rápido, que ni un agua pude pedir. Al parecer los dos estábamos absortos de que esa reunión sería una pérdida de tiempo. Con desganes, me resigno a trabajar dentro del laboratorio, la hora del almuerzo terminó y Pokerface, ─alias jefe imbécil─, se le alborotará el trasero si no me ve trabajando. No me quejaré. Tengo que pagar la trastada que le hice a mi bebé. Pienso con pesar, poniéndome la bata y seguido, a trabajar. De repente, a media tarde del día, me asomo a ver si mi jefe está por el lugar. Cuando lo hago, suelto lo que hago y salgo corriendo hacia el comedor. ¡Me resigno a pasar hambre! Exclamo en el interior. En mi mente viaja la imagen del trozo de pizza del comedor y mis ganas de comer aumentan mientras que las de seguir trabajando, bajan. Me detengo en seco, cuando mis ojos perciben que la recepción de la clínica está aglomerada de personas del servicio clínico. Tanto enfermeras como los de secretaria y administración del lugar. Eso hace que mi curiosidad aumente ¿Qué ocurre aquí? Vislumbro a Anna, entre las personas. Llego hasta ella, para saber qué es lo que sucede y por qué las personas están aquí. ─¿Qué está pasando, mujer?, ¿por qué tanta gente acá?─Le pregunto de manera baja, cuando llego a ella. Anna se voltea de manera sorpresiva, y colocando sus manos sobre mis hombros, comienza a menearme de manera alterada. Me quedo inerte mirándole con extrañeza. Se volvió loca y no avisó. ─El dueño está aquí y al parecer es un galán de primera, Kathe. Dios, lo quiero en mi cama─ responde finalmente, mirándome sobresaltada. Esta mujer, de verdad, perdió los estribos y ha despertado más en mí la curiosidad. Me deshago de su agarre, para introducirme entre las personas. Quiero  ver por mí misma, por qué tanto escándalo. Seguramente están exagerando. El único hombre que podría acercase a una belleza desquiciante, sería..., él. Niego con la cabeza, quitándome a ese hombre de mis pensamientos. ¡Sal de mi cabeza, intruso! Mi cuerpo se trata de adentrar entre el aglomerado que hay ni moverme puedo. Decido actuar de manera desesperada, haciendo como si no pudiera respirar. ─¡No puedo respirar!─ Exclamo imitando la situación. ¿Por qué soy tan dramática? Todos los que se encuentran a mí alrededor, se giran preocupados. En su mayoría son doctores, ya lo hacen por inercia. De repente, me comienzan a preguntar cómo me siento, que qué veo, si estoy cerca de la luz..., casi, eso fue lo que mi mente captó. Digo que sí a todos, sin prestarles atención. Las personas, me dan espacio y mis ojos se instalan finalmente, en la entrada de la clínica, que muestra a dos hombres fornidos, sosteniendo la puerta. ¿Es tan importante que necesita esta entrada? Seguro es un idiota. Tuerzo los ojos, resoplando. Para hacer un ademán de darme la vuelta y redirigirme a mi ruta principal, una pizza deliciosa. ─¡Ahí está! ¡Espera, no veo! ¡Se ve más joven de lo que pensaba!─ Vociferan. Provocando que me detenga. Giro en mis talones, volviendo mi vista a la entrada del lugar. Mis pupilas las siento dilatarse, y mi corazón de alguna manera reconoce esa figura...señor Salvatore. ─Dios griego─ murmuro apenas audible. Siento la garganta seca y mis nervios están colapsando. ¡¿Qué hace aquí?! Él se detona, impecable con su traje n***o, sin mirar a nadie y con un ceño fruncido acompañada de una mirada fría. De manera súbita, sus ojos los siento encima de mí. Me sobresalto, agachándome. Sentí cómo atravesó el alma con su mirada, haciendo que parezca una niña ocultándose de sus padres luego de haber hecho una travesura. Con velocidad enrarecida, me devuelvo por donde vine, ocultándome entre las personas. ─¡Kathe!, ¿qué tienes?─ Inquiere Anna, mirándome cómo me falta el aire. ─Nada...me ando muriendo del hambre, iré a atragantarme─ murmuro mientras me dispongo a calmar lo que ocurre conmigo y de ir por mi pizza. Ella me detiene en el camino, sin quedarse con las ganas de saber qué ocurrió. ─¿Lo viste?, ¿es guapo? Dime, dime, Kathe─ sorprendida por sus ganas de saber. Me quedo inerte sintiendo que mi cuerpo ya no es mi cuerpo. ─No es la gran cosa, he visto mejores.─ Manipulo con mis palabras lo que realmente he visto. No quiero dar explicaciones, tomando la acción de dejarla con las palabras en la boca y un semblante confundido. ** Luego de engullir la pizza con una concentración tan pésima como la de un pez, Pokerface me pilla caminando de regreso al laboratorio, dándome la orden de regresar a mi infierno de trabajo. Me percatado, que mi suerte es un asco, muy tarde. Una iluminación mental llega de repente a mis pensamientos. Él es el dueño de la clínica, por lo que, tiene el derecho de despedirme...él se dio cuenta de mi presencia en el lugar ¿Sabrá que trabajo aquí? Me pregunto de repente. Trago con dificultad, no pensé volverle a ver y menos aquí. Entiérrenme ahora, antes de que sea tarde; suplico en mi interior. Mi jefe de forma abrupta, interrumpe en el laboratorio, haciendo que mande al demonio mis pensamientos. ─¿Dónde estabas, que no era en tu sitio de trabajo?, responda señorita Capuleto─ inquiere bruscamente, su voz suena molesta para mí. Tomo una bocanada larga de aire... no es momento para molestarme, imbécil. ─Lo siento, señor Rodríguez, tenía problemas de inodoro─ respondo, esbozan una sonrisa sarcástica en mis comisuras. Su rostro cambia drásticamente, dándome ver cómo le ha incomodado mi respuesta. ─Ok, Capuleto. Quiero las láminas que te mandé a buscar.─ Ordena con voz desagradable, asiento dándole a entender con mi mirada, que su presencia está de más. Cuando el día de trabajo culmina, tomando mis cosas, me dirijo a mi carro. Encendiendo el motor, para quedarme un rato, reposando mi frente en el volante. Agotada mental y físicamente, lo menos que esperaba durante el día era encontrármelo a él nuevamente. Él realmente tiene algo que me perturba los sentidos. Un golpeteo leve en la ventanilla, hace que levante mi cara de agotamiento que se encontraba incrustada en el volante dejándome salir de mi capsula de la perdición. Mis ojos se encuentran con un hombre de traje, algo joven y con aspecto brusco. ¿En qué me he metido ahora? Procedo a bajar la ventanilla, él acerca una de sus manos, con un sobre en ella. Pasándolo por ella.   Absorta, mirándole, estiro mi mano y lo sostengo sin apartar mi mirada del sobre blanco. Unas pequeñas letras escritas en cursiva y de manera elegante dan a mostrar mi nombre tallado en él "Katherina Capuleto" ─Señorita Capuleto, esto se lo envía el señor Salvatore─ menciona, erizándome la piel por la declaración de su nombre. ─Bien, muchas gracias... ¿Y por qué?─inquiero, desconcertada. Mi entrecejo arrugado aparece por la confusión de este sobre inesperado, de él. ─Señorita, en realidad no sé el porqué, solo, me ha mandado a dárselo. Espero y tenga una agradable noche.─ Responde, de manera prácticamente robótica ¿Qué le dan de comer a estas personas? Le doy una curvatura amable, para que finalmente, me deje volver a mi casa y a mi preciada cama. ─Igualmente, señor─ concluyo, él se retira con mucha agilidad. Bajo mi mirada, observando en mis manos el sobre blanco, ¿qué tendrá adentro? Me pregunto, pensando que sería una carta de despido o algo por el estilo. Intrigada por su presencia, lo abro con una velocidad llena de torpeza. Mis ojos y mi mente no se conectan, cuando dentro del sobre me encuentro con un cheque, en blanco y firmado por Salvatore. Todavía conmocionada, reviso si hay algo más, que me pueda explicar esto. Para mi sorpresa, una pequeña carta, escrita con tinta azul se encuentra con mis ojos. "Tengo fe de que usted puede pagar sus propios gastos, pero quisiera poder redimirme y pagarle por los errores de mis empleados, entregándole este cheque en blanco para que arregle a su "Bebé". Y por cierto, me encantó volver a verla en la clínica. Alejandro Salvatore." Al leerlo, palpo mi pecho porque mi corazón quiere salir con rapidez de su cálido lugar; se ha emocionado en desmedida, como si esas simples palabras pudieron iluminar mi camino. ¿Él en serio hizo esto? Pienso, anonadada en un trance permanente. Espero que ese "bebé" no haya sido para burlarse, porque se las verá oscuras conmigo, no podría permitirle una gracia acerca de mi auto... paren el mundo, que me quiero bajar, ¿acaso leí bien? Él ha dicho que le ha encantado verme. No sé si tomarlo como un halago o morirme de la vergüenza. Seguramente, lo segundo. Coloco mi boca en una línea recta, apretando mis labios. ¿Qué haré ahora con este cheque? No podría aceptarlo... ¿o sí? No, no lo haré. Le he dejado en claro, que yo puedo sola. Este cheque será devuelto a ese hombre, que tiene mis sentidos en alerta. ** Ya en casa, mis pensamientos todavía siguen a la deriva. Es como si él me hubiera hecho una lobotomía. ─¡Mierda!─ Farfullo en frustración. Canela se me queda mirando en espera a que le acaricie su cobrizo pelaje. Al hacerlo, un pensamiento fugaz se introduce en mi cabeza, de manera avasallante. ─No puede ser gay... ¿o tal vez? ¡Los hombres tan guapos como él no suelen ser heteros! Bueno, sí puede haber, pero jamás me dirigirían la palabra... no, no es gay. He dicho, caso cerrado─ digo, hablando conmigo misma, una vez más. De una manera alarmante, mi celular comienza a sonar ruidosamente. Corro hasta mi bolso, hurgando en el desastre de Narnia. Cuando lo encuentro, ya en rendimiento, tomo la llamada. ─Hola─ contesto, esperando no haber perdido la llamada. ─¿Cómo que, hola?, ¿se te olvida que me dijiste que me ibas a llamar para hablar? Y no lo hiciste.─ Habla, mi querida hermana mayor. Cabello n***o, ojos grises, menos de un metro sesenta y un carácter del mismísimo demonio. Me lanzo en el sofá, dejando salir un suspiro. A veces es rara la preocupación de ella. ─Lo siento, Kimberly, he estado trabajando como una burra, y de paso, tuve un accidente el cual me ha traído un dolor de cabeza enorme a mí vida, gracias por preguntar cómo estoy.─ Respondo, llena de sarcasmo. Pienso en el dolor de cabeza, que tiene nombre y apellido, viniendo con esos escandalosos ojos azules. ¡Sal de mi cabeza! ─¡¿Un accidente?! ¡Mierda, Kathe! Tú estás peor que el Pato Lucas, eres demasiado acontecida─ vocifera, haciéndome caer en razón, que no tengo ganas de hablar de lo sucedido... ni yo lo he logrado entender. ─¿Cómo está tu matrimonio?─Inquiero. Cambiando de tema olímpicamente. Ella se acaba de casar, con el amor de su vida. Ya hasta me da envidia hablar de ellos. ─Todo bien, Pato Lucas, gracias. Solo quería saber si estabas viva, pues la última vez que hablé contigo andabas muy mal, por lo de tu ruptura con Manuel. ¿Estás bien?─ Cuando escucho el nombre de ese ser, algo en mi interior se retuerce. Aprieto mis manos en empuñaduras mientras mi mirada se agudiza. ¿Qué si estoy bien?, de maravilla, ¿a quién engaño? ─Estoy viva, que es lo que te tiene que importar. Espero que él no lo esté, solo diré eso ─ digo, con una molestia evidente al hablar de él. ─Vale, me hubieras dicho que no quieres hablar de él, y lo entiendo. Ves que tú eres la de humor de perro y no yo...una pregunta─ hace una pausa, llamando mi atención─,¿Sigues hablando con Andreina?─Inquiere haciendo que aquella molestia, vaya en aumento. Rechino mis dientes de solo recordarlo. ─¡Es obvio que no! Esa perra infeliz es la desgracia en carne viva. Ni la nombres, por favor, Kim─ farfullo, con el enojo a flor de piel. ─¡Está bien, gruñona!─ Exclama, respetando mi decisión. ─¿Quieres que te visite algún día? Supe que Alice no ha regresado. Y debes de estar muy sola porque ese humor me lo dice todo─ añade, haciendo que esboce una sonrisa. ─Si vienes, no vengas con las manos vacías─ digo con gracia. Provocando que ella suelte una carcajada burlona. No me traerá nada la muy infeliz. Luego de hablar un rato con ella y ponernos al tanto. Decido tomar una ducha relajante, para limpiar los demonios que llevo encima. En realidad, al paso que voy, lo que necesitaría son unos ramazos con baño en agua bendita. Levanto la quijada viendo cómo el agua sale de la ducha, cayendo en mi frente. Apoyo mis manos de los azulejos porque un pensamiento salvaje ha arremetido en mí. Mi cuerpo se sostiene de mis manos, mientras mi cabeza cae entre mis brazos. Sintiendo el agua golpear mi espalda. Aquellos ojos azules me están llevando a un delirio eminente. A penas el recordar cómo me miraba, mi cuerpo se estremeció en desmedida. Suelto un suspiro, dándome por vencida, él es una pérdida de tiempo. Pienso finalmente. Salgo de la ducha con rapidez, a veces no es buena idea pensar en esos seres cuando te bañas. Podrías peligrar. Cuando paso mi camiseta vieja por encima de mi cabeza, algo hace que mis nervios se alteren... lo veré mañana. Pienso de repente. Mis mejillas comienzan a arder. Sacudo mi cabeza tratando de sacarlo a él de mis pensamientos. Cosa que se ha vuelto imposible. Me dirijo a mi sofá, comiéndome unas tostadas. El recuerdo de mi madre llega a mí, dándome ansias de llamarle. Busco mi celular, marcándole con rapidez. Un pequeño torrente de tristeza me llena el alma. Al recordar que mis padres no están juntos como pareja, según están mejor de lo que ellos pensaban. Pero me cuesta entender, cómo unas personas que se amaron tanto, de un día para otro, se quieran alejar. Con el tiempo, sabré qué significa eso. ─¡Hola, mi pequeña!─ Contesta mi madre, al cabo del tercer tono. Su voz suena avivas cosa que me hace sentir feliz. ─Mami─ pronuncio, con gran afecto. ─¿Cómo estás, mi dulce niña?─ Inquiere con dulzura. Ella siempre me verá como su niña al igual que mi padre. Esbozo una sonrisa. ─Bien, tu dulce niña está bien... creciendo.─ Respondo, con aires de nostalgia. Ser adulto no es tan genial como pensaba. ─Es ley de la vida, cariño. ¿Estás comiendo bien, ya dejaste de comer pizza todos los días? Mira que tú eres mi modelo principal para cuando realice las pasarelas─ al escuchar eso, abro los ojos. Un recuerdo viene a mi mente, lleno de imágenes de cuando yo era pequeña y observaba a mi madre diseñando entre telas y montañas de ellas en un pequeño almacén que pudo alquilar con sus ahorros. Mientras yo jugaba en piso, sus ojos verduscos me daban una observada junto a una sonrisa. Siempre la he admirado, tanto su cariño como su tenacidad y esfuerzo. Ella con gran empeño ha llegado tan lejos, convirtiéndose en una de las diseñadoras de moda, más importantes del país. ─Madre, dejar la pizza es más difícil  a que encuentre al amor de mi vida─ suelto con gracia, haciéndola reír. ─¿Cómo está todo con el señor Van der vis?─ Pregunto, cambiando de tema. Una reminiscencia yace en mi mente, sobre el nuevo esposo de mi madre. Siendo el un nuevo pilar en mi familia, su cariño ha sido bien recibido, pero, todavía se me complica verlo como un padre. ─¡Katherina! ¿Por qué le llamas "señor"? Dile Patrick. Él encantado de que le llames, papá─ dice mi madre, un poco molesta con esa apatía hacia él. ─Madre─ pronuncio, dándole a entender que por los momentos, será imposible. ─Madre, nada. Muchachita, yo no te eduqué así─ replica, con su tono de voz rasposo, a decir verdad, siempre fue una característica de ella, que sigue volviendo locos a los hombres. Su sensualidad clásica y elegante se desborda por sus poros. Qué lástima no haber podido heredar eso, solo sus ojos verdes, que cada vez que los miro en el espejo, me recuerdan a ella. Una risita se escucha de parte de ella. ─¿Cómo has estado con Manuel?─ Cuestiona, dándome una estaca en el estómago. ─No te había comentado..., pero ya no estoy con él, y no quiero hablar de ello, tal vez, nunca─ digo, sintiéndome un poco mal con mi respuesta. ─¡Oh, mi niña! Lo siento tanto, es que pensé... ─No te preocupes mamá, estoy bien─ le interrumpo recalcándole mi estado actual. ─Recuerda que te amo con mi vida, cariño. Así estés un poco loquita─ añade, haciendo que todo en mí se relaje con una ternura evidente. Sonrío para mí. Agradeciendo tenerla en mi vida. Después de hablar con mi madre y sobre mi padre. El hombre más guapo de la familia, con su semblante italiano pero personalidad venezolana. Él es un hombre imponente, pero con mucho cariño que dar. El cual al venir a Venezuela se enamoró de una chica de ojos verdes, y desde ese momento, juró que sería su esposa. Al parecer su amor no fue tan fuerte para que permanecieran juntos, pero de ellos, quedó mucho que dar. Tal vez, ese sea uno de mis temores al enamorarme, que todo se acabe y que yo falle. Al dejar mi cabeza en la almohada, luego de un largo día. Cuando cierro mis ojos, me doy de cuenta, que no podré dormir. ─¡Bendito seas, Salvatore!─Exclamo en la oscuridad de la habitación. Dándome por vencida. Él en mi mente, se aglomera sin piedad alguna. ** Luego de una larga noche, donde él fue el protagonista, antagonista y villano de aquella película que se reprodujo en mi mente durante toda la noche. Me levanto con pesadez, arrastrando mis pies. No haber dormido bien, no fue una buena decisión. Unas ojeras prominentes aparecen a mi vista cuando me observo en el espejo. ─Mierda y más mierda─ farfullo. ¿Qué me has hecho? Pienso con frustración. Me termino de alizar la falda tubo y me miro en el espejo analizando mi vestimenta de hoy. Pensando que la falda que se aprieta a mis curvas ya es demasiado pero decido colocarme una blusa de tiras y unos tacones de punta, un regalo de mi madre. ─Solo te vistes así para enseñarle a ese hombre quién manda, ¿Entendiste, Katherina? No es que quieras impresionarle o algo por el estilo... ¿cierto?─Me digo a mi misma, dejando una mueca en mi boca. Decido colocarme erguida, realizar un asentimiento y correr buscando mis cosas porque, de costumbre, llego tarde. Cuando llego a la clínica, Anna me mira sorprendida, con la boca abierta y sin poder disimular. ─Hola, Anna─ saludo, dándole una sonrisa algo incómoda por su semblante. ¡Quita esa cara! ─Kathe, ¡Estás despampanante! No sabía que utilizabas falda─ detalla, dándome a entender que realmente, no le pongo atención a cómo me visto. Mi madre debe de estar emocionada, ya que su hija comienza a utilizar lo que le ha regalado. Esbozo una sonrisa por su comentario. ─Gracias, y sí, tampoco sabía que yo podía utilizar falda, así que, metí en el armario a la otra Kathe, para dejar salir a esta─ explico, dándome ánimos. ─¿A qué se debe ese cambio repentino, algún amor?─Inquiere, dándome una mirada gatuna. Abro mis ojos nerviosa. ─¿Qué es eso, se come?─ Suelto de manera sarcástica, resoplando para quitarle importancia. Ella se ríe, con ápices de que no se creyó eso ni un poco. Al entrar al laboratorio, me coloco la bata y comienzo a ordenar los frascos de reactivos, mientras que Pokerface, se comporta de manera más amable ¿Será el poder de la falda? Me inquiero, soltando una risa sin humor. La mañana del día para con gran premura. Mi estómago me pide una comida urgente, por lo que, decido ir al comedor, en la hora del almuerzo. Camino hacia ese lugar, a pasos rápidos, pero, al encontrarme con que el lugar se encuentra más lleno de lo normal, algo en mi interior se desvanece. No soporto el bullicio de personas, y menos cuando tengo hambre. Sigo caminando hasta la barra para pedir la comida y caigo en cuenta de que el en lugar se encuentran las enfermeras, sabiendo que por lo general, comen en la parte de arriba del otro comedor. Pareciéndome más raro de lo común. Pido dos trozos de la pizza, sí, debería de dejar de comer tanta pizza. Pero, es lo más económico y delicioso ¿Dos pájaros de un tiro? Mientras camino con mis dos trozos de pizza, pienso que está lleno por dos razones: o llegué más tarde de lo usual o el comedor de arriba no funciona. Saco esas dos conclusiones ante la rareza del evento. Visualizo con mis ojos de águila, una silla vacía en una mesa rodeada de doctores. Aprieto mis labios, pensando sí tomar esa silla o comer en el baño. Decido, por lo primero. Corro lo más que puedo, y planto mi trasero en esa silla. Las personas que se encuentran ahí, me observan con sorpresa. Les doy una sonrisa de inocencia. Seguro ya piensan que estoy loca. ─Buen provecho─ anuncio finalmente, cortando con una tijera, el ambiente pesado. Acto seguido, me atraganto la comida como si no hubiera vida alguna, no quiero ni mirarles las caras. Solo me concentro a lo que vine. ─Eres Katherina ¿Cierto, la histotecnóloga?─ Pregunta uno de ellos, levanto la mirada encontrándome con una sonrisa de su parte. Asiento, levantando mis comisuras. ─Sí, esa misma aquí presente, es un placer conocerlos─ ellos deciden mirarme con amabilidad. De seguro piensan tomarme como paciente, y estudiar mi cerebro. ─El placer es nuestro, señorita Katherina. ─Solo Kathe, por favor─ digo, rápidamente, tragando lo que venía masticando. Ellos me miran con demasiada atención, colocándome, un poco incómoda. ─¿Hay muchas personas aquí, cierto?─ Cuestiono, tratando de cambiar la incomodidad. Hago un ademán, observando a las personas. ─Bueno, cuando las mujeres quieren algo, se lo proponen sin importar qué. Por eso, las mujeres de aquí están alborotadas─ responde uno de ellos. ¿A qué se referirá con eso? Me pregunto, aún más confundida. Súbitamente, comienzo a sentir una mirada intensa. Haciendo que direccione mi mirada hacia la entrada del comedor. De repente, mi respiración le reconoce, alterándose. Aquellos ojos azules se fijan en mí, con esa mirada gatuna, mientras camina con un semblante elegante. Recorro con mi mirada su cuerpo, viendo cómo el traje se oscuro se amolda a él, mientras sus manos se encuentran ocultas en sus bolsillos laterales, pareciendo un poco incómoda. Tal vez, sea porque todos le están mirando, incluyéndome. Veo cómo él arrastra su mirada de mí, haciéndome sentir vacía. Denoto que se ve molesto. ¿O solo será su semblante intenso peculiar? Decido quitar mi mirada de él, mis hormonas ya están lo suficientemente alborotadas, para seguir haciéndoles daño con la observación de ese adonis. ¿En serio Kathe, desde cuando no tienes sexo?, mi subconsciente ataca de nuevo y termino sacándome esos pensamientos indecorosos, concentrándome en otro punto fijo en la mesa. ─Kathe, ¿lo conoces?─ Pregunta uno de los doctores en la mesa, sacándome de mi nebulosa personal. ¡Mierda, me han pillado!...Por andar de mirona. ─Eh, muy poco sé de él, en realidad, solo que es dueño de la clínica.─ Respondo con rapidez, esperando y no se den cuenta de lo que pasa en mi interior. Buena, Kathe. ─Oh, lo mismo nosotros, solo que también sabemos que es dueño de medio mundo, y cuando me refiero a eso. Es que está súper forrado en dinero y tan joven. Eso es admirable e envidiable a la vez─ explica, sorprendiéndome. Sí y también es un adonis, agrega mi zorra interior. ─Bien por él, ¿y a joven, a qué edad te refieres?─Inquiero con curiosidad. Demasiada curiosidad sobre él, es lo que se encuentra yaciendo en mí. ─Bueno, solo sé que tiene alrededor de los treinta, pero ni se acerca a los cuarenta─ dice, alegando que se ve más joven de lo que realmente es. Solo que con esa cara de amargado que se gasta, parece de treinta y más. ─Sí, realmente es de admirar─ con eso, finalizo la conversación sobre él y ellos comienzan con una sobre unos pacientes. Durante ese momento, me distraje buscándolo con mi mirada, pero su presencia fue nula. Dejándome una sensación extraña. Después del almuerzo acontecido, trabajo en el laboratorio por un rato. Levanto mis pupilas al reloj de pared, viendo que ya debería de ser hora de que vaya a regresarle el cheque que permanece en mi bolso, a ese hombre inquietante. Me despojo de mis deberes, tomando en mis manos, el cheque en blanco. Tomando una bocanada de aire, me dirijo a la oficina del señor Salvatore, en zancadas largas. Me subo al ascensor, para llegar al tercer piso, donde tengo entendido, queda la oficina del administrador financiero. Aprieto el papel en mi pecho, tratando de calmar los nervios en crescendo. Cuando llego al vestíbulo del tercer piso, una chica de cabellos castaños, de aspecto llamativo me da la bienvenida. Seguro a ella le llueven los pretendientes, pienso, dándole una sonrisa. ─Por favor, quisiera hablar con el señor Salvatore─ le anuncio, al llegar a ella. ─¿Señorita?─Pregunta con una voz chillona. Haciendo que mis tímpanos se estremezcan. ─Katherina Capuleto, no tengo ninguna cita, pero, ¿Podría, por favor informarle?─ Inquiero amablemente. Esperando que ella me ayude. Ella de mala gana agarra el teléfono y menciona: ─Señor Salvatore, la señorita Katherina Capuleto quiere verlo, ¿le dejo pasar?─Continua, su rostro cambia al cabo de unos segundos, mirándome en un escaneo con sorpresa imprenta en su cara. ─¿Sí?...Bien, ya le notifico.─ Dice, finalmente. Le doy una sonrisa victoriosa, sabiendo que ha quedado pegada del asfalto. ─Sí, señorita, adelante.─ Indica con petulancia, después de colgar. ─Muchas gracias.─ Menciono, girándome para darle la espalda. Suelto una bocanada de aire. Ya que, en mi mente pasó la idea de que él no me dejaría entrar. Mi corazón comienza a emocionarse, cuando me detengo al frente de la puerta con una placa tallada "Oficina del apoderado, Alejandro Salvatore" Lindo nombre, pienso, empeorando mis nervios. Levanto mi mano, haciendo una empuñadura para darle unos leves golpeteos a la puerta. Al hacerlo me quedo inmóvil, esperando. Unos segundos de tortura. ─Adelante─ anuncia, su voz choca con cada célula de mi cuerpo. Haciéndome sentir indefensa. Coloco mi mano en la perilla, empujándola, al hacerlo, mis ojos chocan con los suyos. Y aquí, es cuando mi corazón quedó inmerso, en esa mirada. ─Con permiso, señor Salvatore.─ Anuncio al entrar, en una voz casi inaudible. Caí en sus bellos ojos matizados en un azul incandescentes como la luz. Observo su postura, sentado detrás del escritorio, manteniendo su rostro serio ante mí. ─Cierre la puerta, por favor, señorita─ ordena amablemente. Haciendo que tiemble por su voz gruesa tintada de ese acento excitante. Doy la vuelta, cerrándola con las manos temblorosas. ¡Cálmate Katherina! ─Puede tomar asiento─ propone, cuando vuelvo mi mirada hacia él. Niego con la cabeza, sin aceptar su petición. ─¿En qué le puedo ayudar, señorita Capuleto?─Inquiere, inclinando su cuerpo al escritorio. ─Eh...Dígame, Kathe, por favor─ acoto, mientras él me indica con su mano que me siente en el sillón que está al frente de su escritorio, insistiendo. Finalmente, camino hacia el asiento, cruzando mis piernas, que tiemblan como espagueti. Sin dejar de mirarle, observo el relamer de sus labios. Llévame al infierno, aclamo en mi interior.  ─No podría decirle solo, Kathe, señorita Capuleto.─ Manifiesta. Sorprendiéndome. ─¿Por qué no podría?, señor Salvatore.─ Pregunto suavemente, mis piernas se aprietan, tratando de mantener mi estabilidad en orden, cosa que se vuelve un desafío, con su presencia. ─Por el simple hecho de que usted no me dice Alejandro, además, no podría recortar tan bonito nombre─ explica, sus ojos se ven brillantes. ─Katherina.─Añade, saboreando mi nombre en su boca. ─Haga lo que le venga en gana, en realidad, solo vine por un propósito─ la prepotente Katherina, se ha asomado, para quedarse. Él frunce el ceño ante mí, dándome a entender que mi comentario le ha molestado. ─Espero y no se arrepienta de sus palabras. Suelo hacer lo que se me viene en gana─ expresa atrapando su labio inferior para apretarlo, que hace que mis mejillas ardan. Definitivamente, me encanta ponerme en estas situaciones, por mi gran bocona. Trago con dificultad, ante su incesante observación. ─Entonces... ¿Cuál es el propósito de su presencia aquí?─ Inquiere, ante la falta de palabras. Sus comisuras forman unas líneas excitantes. Creo que está disfrutando el ponerme en situaciones incómodas. ─Vine a entregarle esto. Seguramente, se equivocó─ hablo, extiendo mi mano sobre el escritorio, para deslizar el cheque. Él baja sus pupilas, observando el papel. Pasando su dedo índice alrededor de su mandíbula hasta llegar a su labio inferior y darle unos leves toques. ¡Madre mía! ─Nunca me equivoco, señorita. Eso es suyo ¿Por qué tendría que devolvérmelo?─ Cuestiona, dándome una mirada aguda. ─Simplemente... porque no lo necesito─ digo, apretando mis manos, tratando de disimular las sensaciones que él me produce. ─¿No lo necesita, dice usted?, ¿entonces no tendrá ningún problema si lo rompo? Porque, si usted no lo quiere, no tengo nada que hacer con él─ manifiesta. Abro los ojos asustada ¿Lo rompería? Me pregunto, él se ve dispuesto a hacerlo. Mierda, yo realmente necesito ese dinero. Y aquí estoy, con un orgullo de porquería mientras un imbécil quiere romper el cheque que necesito en mi vida. ─No, claro que no. Está en todo su derecho. Además, recibirlo de parte de usted sería una ofensa─ menciono, tratando de calmar todos los arrebatos de lanzarme en el escritorio, tomar el cheque y salir corriendo. ¡Sí, una ofensa que me vendría bien! ─¿Ofensa?─Inquiere, frunciendo el entrecejo de forma desconcertada. ─Sí, exactamente. No le he pedido dinero, y como dije, puedo pagarlo por mis propios méritos─ declaro. Sintiendo cómo el karma, me las va a cobrar toditas. ─Eso lo tengo muy en claro, señorita Capuleto, la ayuda que yo le estaba ofreciendo era en modo de disculpa, permítame expresarle─ asegura, sin apartar esos iris de mí. Me muevo incómoda en el sillón, carraspeando antes de hablar. ─Ayuda o no, solo tendría usted que decir que se disculpaba. No mandar a su empleado a darme un sobre con un cheque en blanco. ¿Usted no sabe que las palabras pisan más fuerte?─ Manifiesto con un tapiz de desdén. ─Sí, ahora lo tengo más en claro, señorita. Disculpe entonces por lo cometido y lamento haberla ofendido─ dice, elevando una sonrisa, que crea líneas a los lados de sus comisuras. Pero su sonrisa, no llega a sus ojos. Sus ojos m transmiten algo más. Deseo jugar un poco, para salir ganando. Sí lo confundo, quizás salga con el cheque de esta oficina y con el orgullo intacto. ─Está bien, señor Salvatore, recibiré el cheque...solo porque usted emitió una disculpa─ declaro esbozando una sonrisa felina, sabiendo que necesito ese dinero. ─Señorita Capuleto, ¿está usted retractándose de mi ayuda?─ Recalca la obviedad. Su mirada se intensifica aún más. Al darse cuenta, lo que estoy buscando. ─Podría ser, pero en este caso, solo, que si no acepto su ayuda. Yo le estaría faltando el respeto a usted─ reitero, asomando a la zorra interior que se encontraba atenta para atacar. ─Me parece justo lo que usted está diciendo─ sostiene, inclinando aún más su pecho, hacia el escritorio para quedar más cerca de mí. ─¿Usted está jugando conmigo, señorita Katherina?─ murmura con una sonrisa sugestiva. Al escuchar mi nombre en su boca, mis piernas se aprietan. ─¿Jugando con usted, señor? Jamás...solo, me enseñaron a persuadir perfectamente─ sostengo sin dejar que mi mirada transmita algo más ¡Dos Katherina, cero Dios griego! ─Oh─ pronuncia en un sonido. ─Señorita Capuleto, usted está jugando con fuego, y está muy cerca...se puede quemar.─ Opina, mientras levanta sus comisuras en una sonrisa maquiavélica que me hace temblar en lo más interno de mí. Inesperadamente, se levanta de la silla donde se encontraba, rodea el escritorio hasta quedarse en una de las esquina, justo a mi lado. Apoyándose del escritorio, me mira con esos ojos tocados por Dios. Mientras yo me inmuto, solo clavándole mis ojos. Porque mi cuerpo, está a punto de traicionarme. ─Señor Salvatore, ¿me regresará el cheque?─Pregunto insistiendo. ─Señorita, ya me ha vuelto loco con su cambio de decisión déjeme admirarla un poco más─ manifiesta. Parpadeo anonadada. ─¿Disculpe?─ Escupo, impactada por su descarado. ─Como escuchó. No quiero que se retire todavía, le daré el cheque solo si lo toma usted misma─ anuncia con picardía. De repente, observo cómo sostiene el cheque y lo coloca cerca de su labio, incitándome a quitárselo y como yo no soy ninguna joyita. Me levanto plisando mi falda, parándome al frente a él, dándole mis ojos. Cruzo los brazos, apretando mi busto, adquiriendo una pose imponente. Él no querrá jugar conmigo. ─¿Qué tipo de persona cree que soy?, ¿una cualquiera? Se ha equivocado, señor Salvatore y todo lo que le diré es que agarre ese cheque y se lo meta por donde no le pega la luz─ farfullo molesta por su descaro. Él piensa que yo caeré fácilmente, pero, no será así. Él se denota sorprendido y ofendido. Abre su boca, pero al final, no dice nada. ─Sí me disculpa, me retiro, creo que ya todo quedó hablado. Además ¿Por qué me coquetea? Debería de tener respeto hacía mi─ digo, sintiendo cómo las ganas de besarlo van en aumento. Mis ganas, contradicen a mis palabras con furor. Él me da su semblante serio, sin dejar de observarme. ─Porque me puedo dar el gusto de hacerlo─ responde, con la voz rasposa y los ojos intensificados emanando pasión. ¡Ah! Pero si el tipo me salió altanero también. ─No creo, no a partir de ahora─ le replico, haciendo ademán de darme la vuelta he irme. De manera súbita, me sujeta del brazo y me da la vuelta acercándome hasta él, quedando a milímetros de su cara...sintiendo su respiración caliente, que palpa mi piel, haciendo que mis sentidos se alboroten pidiendo en clemencia que sus labios arremetan con mi boca. Me quiere dar el patatús. ─Claro que tendré todo el gusto de verla y coquetearle ¿Por qué piensa lo contrario, señorita katherina?─ Declara sin soltarme. Mi piel se eriza ante su tacto, haciendo que una corriente viaje por mis brazos. ─Yo... pienso... que, mierda─ murmuro, a penas y puedo hablar. Él despega su mano de mi brazo, soltando una carcajada sutil, haciéndome parecer una idiota. ─Tome señorita─ dice, entregándome el cheque, dudo un momento, observando el papel al frente de mí, lentamente, levanto mi mano sujetándolo. ─Le puedo demostrar perfectamente, que puedo darme el gusto de muchas cosas.─ musita a mi oído, haciéndome caer en el abismo. Y con eso, ya me mandó al propio infierno del deseo. ─¿Y...cómo lo haría?─murmuro con un ápice de avidez. Relamiendo mis labios, mientras trago grueso. ─La curiosidad mató al gato, señorita Capuleto─ cita, mientras se curva una sonrisa sensual en su boca, eso me derrite, eso que anhelaba ver, esa sonrisa moja bragas. ─Pero murió sabiendo, señor Salvatore─ aseguro con sensualidad, cambia de gesto rápidamente, veo en sus ojos llenos lujuria, esa lujuria que quiero probar. Se humedece sus labios con su lengua, pasándola primero por el labio inferior, dejando esperar al superior para refrescarlo. No puedo dejar de mirarlo, mi respiración se acelera igual que la de él, la siento. Está muy cerca de mí, siento que voy a explotar aquí mismo. Súbitamente, el teléfono suena sacándonos de nuestro trance íntimo ¡Maldigo el día en que inventaron esos aparatos! Separándose de mí, rodea el escritorio pisando un botón, y atiende. ─Salvatore. ─ Habla, con la voz seria y sus ojos permanentes en mí. Me muevo incómoda, por todo lo que ocurre dentro de mí. ─El señor, Francisco Brastegui, le está esperando en recepción.─ El altavoz da paso a una voz chillona. Mierda, digo en mis adentros, se acabó mi turno. Él carraspea. ─Está bien, déjelo pasar, ya he terminado con la señorita─ anuncia, colgando. ¿Terminado?, si apenas empezaba, idiota. Siento que la puerta se abre e introduzco el cheque dentro del sostén con una inercia catastrófica, Alejandro me mira haciéndolo, su mirada es intensa. El señor Brastegui entra, mirándonos a los dos como si él nos hubiera pillado en algo. ─Buenas tardes, señor Salvatore y señorita.─ Dice amablemente. Me limito a dedicarle un asentamiento, mientras que Alejandro llega hasta él y le ofrece la mano. ─Señor Brastegui─ añade, dándome cuenta de que estoy sobrando aquí y me digno a irme, quiero mi dignidad intacta. ─Con permiso, yo me retiro.─ Expreso rápidamente, con los nervios de punta. ─Señorita Capuleto, espero seguir la conversación, luego... con usted, si me lo permite─ propone con sus ojos atormentándome, le doy un asentimiento, el señor Brastegui me esboza una sonrisa. ─¿Como Julieta?─ Pregunta el señor de edad avanzada. Refiriéndose a mí apellido. ─Sí, exactamente, señor. Discúlpenme me tengo que retirar─ respondo con apuro, hay una necesidad que yace en mí, de querer salir de ahí a toda marcha. ─Está bien señorita, adelante─ dice, le doy una sutil sonrisa para retirarme con velocidad. La tensión s****l del lugar comenzaba a sofocarme. Era mejor salir cuanto antes, sin que algo pasara a mayores. Al regresar de nuevo, a mi lugar de trabajo, dejo el cheque en mi bolso, recordando esa imagen de él colocándolo cerca de su boca, incitándome como un desgraciado. Frunzo mis labios, molesta por haberme hecho eso. ¡Es un idiota! Tomo mi celular observando un mensaje entrante de una de mis amigas, diciéndome que mañana es viernes y que el sábado me necesita que esté presente en una de sus salidas de fiesta. Pienso qué responderle. ─¿Necesitas salir de fiesta, Katherina?─ Me pregunto a mí misma, tomando la decisión de responderle. Le escribo que yo estaré presente, y que pase buscándome a la hora en que ella diga. Cuando envío el mensaje, dejo mi cabeza reposar en el respaldar de la silla. ─Este hombre me está agotando la energía─ suelto, mirando el techo inmaculado. Bajo mi mirada, cuando recibo su respuesta. María: ¡Por fin! Entonces, el sábado, en la noche, te paso buscando. Ponte sexy, Daniel estará ahí y otros amigos de él, tal vez, regreses con uno de ellos. Besitos. Al leer el mensaje, Daniel se cruza en mi mente, es ese amigo de la infancia que al crecer se vuelve un bombón y coloca los ojos en ti. Solo, que no creo responderle los sentimientos, solo perdería su amistad, eso me dolería más que dejarle en claro, que no me gusta como un hombre. Resoplo frustrada. Pensando que tendré que verle el sábado y que el alcohol estará presente, haciendo de la suyas. Espero no cometer algún acto del que luego me arrepienta, pienso. Terminando el largo día de trabajo. De regreso en mi departamento, lanzo mis cosas, dirigiéndome directo a un baño frío. Es lo que necesita mi cuerpo en clemencia. Al entrar en la ducha el agua cae por mi espalda recorriendo todo mi cuerpo contorneándolo, hasta yacer en mis pies, está algo fría, cosa que me despierta un poco más. Las imágenes de lo ocurrido hoy, hacen que un rubor carmesí invada mis pómulos. Sintiéndolos calientes. ─Estuve a punto de besarle─ suelto, al filo de colapsar. Solo a centímetro de sus pincelados labios. "Porque me puedo dar el gusto de hacerlo" cito en mi mente sus palabras perfectamente dichas. Muerdo mis labios, imaginándome cómo se daría el gusto. Abro los ojos de par en par, dándome cuenta, que mis deseos se están descontrolando. Muevo mi cabeza, tratando de calmar aquello que comenzaba a brotar. Pero, sus labios relamiéndose aparecen en mi mente, mandando a la mierda la cordura que yacía en mí. Mis manos comienzan a descender por mi vientre, sin dejar de pensar en cómo él me tocaría y cómo su tacto con el mío proporcionan en mí una explosión de sensaciones lujuriosas, que me llevan a ser lo más atrevida. Palpo con mis dedos, la piel suave de mi vientre, bajando hasta mi sexo, cuando lo hago. Bajo mi cabeza, mientras con mi otra mano me apoyo de los azulejos de la ducha. Mi respiración se acelera cuando mi mente va más allá. Imaginando cómo sus labios me besarían, y cómo sería escuchar esa voz, jadear en mi oído. Aprieto mis muslos, cuando mis dedos me proporcionan sensaciones excitantes. Jadeo, sintiendo cómo el agua fría cae en mi piel caliente, volviéndose tibia. Por la temperatura en creciente que la lujuria está disfrutando. ─Alejandro─ musito en un gemido. Cuando las sensaciones avasallantes que me conceden mis dedos junto a los pensamientos de él, se juntan en una danza incesante llena de placer. Me quedó respirando con dificultad, parpadeo, mirando los azulejos y el agua correr. Aprieto mis labios, dándome cuenta de lo que acabo de hacer. Definitivamente, este no es un buen lugar para pensar en él, la libido se despierta junto a mi zorra interior. Decido finalizar la ducha que fue la explosión de aquellos sentidos palpitantes. Al salir, me termino vistiendo, para darle comida a mi cachorra y recostarme en la cama. Tomo el libro que llevo leyendo, de mi mesita de noche. "Por esa boca" se lee en la portada, comienzo a leerlo, dejándome llevar por sus letras y tratar de imaginar que el protagonista, no es Alejandro, cosa, que se ha hecho imposible.
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