Capítulo 26. La Propuesta.

1136 Words
Ese día lo pasamos recorriendo el pequeño poblado que rodeaba el palacio, la gente se veía muy entusiasmada con la gran cantidad de flora y fauna que poco a poco se había acercado hasta ellos, pequeños animalitos de todas las variedades habían venido a conocer a los humanos y explorar terrenos que desde hace mucho no podían ver, el ambiente en general parecía festivo y emocionado, pequeños niños correteaban mientras jugaban con diversas variedades de cachorros y los adultos hablaban con los elfos acerca de las plantas que ahora rodeaban sus casas curiosos de ver algunas variedades que no existían antes para ellos. -Las tierras solían no ser fértiles, pocas plantas crecían por aquí y los sembradíos siempre solían pudrirse antes de crecer, por lo que las plantas y la cantidad de vida que ahora crece por es una sorpresa para estas personas.- Me explicó William cuando me vio observando a una señora emocionada con la planta de bayas que ahora crecía frente a su portón. -Vaya, no me extraña, este terreno no nació para ser arado por nadie, seguramente la madre tierra estaba molesta por su mal uso.- Me reí levemente mientras me recargaba contra su brazo, creía que me estaba volviendo adicta a la calidez de su cuerpo. -Parece que el problema que aquejó al reino por fin terminara, estoy seguro de que aprenderemos el método adecuado para vivir en armonía con la madre tierra y poder obtener sustento suficiente para todos. -¿Cómo hicieron para sobrevivir sin recursos todo este tiempo?- Sus palabras me intrigaron por lo que me vino de inmediato la pregunta a la mente. -Vivíamos de la fama de mi padre y de la guerra, pero siempre hemos estado en problemas financieros, la mayoría de los habitantes debían ir a los poblados cercanos a ganar su sustento, los que decidían unirse al ejército eran enviados a guerras para las que eran contratados, todos querían soldados del rey sol, creían que si nos tenían de su lado seguramente ganarían, por lo que gastaban fuertes sumas de dinero para obtenerlos. Suspire triste al escucharlo, esos pobres chicos habían sido rentados como mercenarios por un sádico y obligados a participar en batallas de otros que no tenían nada que ver con ellos ni con su gente por la locura de un rey ambicioso. -¡Hey!- Mi príncipe llamó mi atención parándose frente a mi y tomando mi barbilla con sus dedos obligándome a verlo a los ojos. -Esos tiempos obscuros se han acabado, fuimos todos muy ciegos ante el poder de mi padre, pero ahora nos aseguraremos que todos ellos tengan un mejor futuro.- Besó mis labios delicadamente animándome de inmediato. -Escucha, esta noche tenemos una cena para despedir y celebrar a nuestros nuevos aliados, pero después…. Su silencio repentino me sorprendió un poco así que sonreí y coloqué mi mano sobre su mejilla, dándole una ligera caricia. -¿Haremos algo después de la cena?- Lo animé a seguir hablando con una sonrisa. -Si- Soltó un nervioso suspiro reposando su rostro contra mi mano, disfrutando de la caricia. -Después quiero que me acompañes a un lugar. -Esta bien, iré a donde me quieras llevar.- Respondí con confianza y calma mientras terminábamos de nuestro paseo por el pueblo. Todo y todos parecían haberse adaptado muy bien a su nuevo hogar, recibían los cambios con bastante ánimo y emoción, por lo que me permití relajarme un rato mientras permitía que mi amiga Saraí me arreglara para la cena de esta noche, la notaba especialmente emocionada mientras colocaba mi cabello en suaves rizos cayendo al rededor de mi rostro, me había colocado un suave maquillaje bastante natural pero hermoso, uno que ayudaba a destacar los mejores rasgos de mis facciones y a ocultar aquello que no me encantaba. -Luce hermosa su majestad.- Dando un paso atrás admiro su trabajo sobre mis hombros. -Saraí, somos amigas, por favor solo dime Hanna, no quiero que hayan tantas formalidades entre nosotras.- No me sentía como una reina y no quería perder a mi única amiga por un título que no sabía si ostentaría jamás. -Oh… yo, no no podría solo soy una sirviente, jamás podría dirigirme de esa forma a la reina…- Al notar su duda alce la mirada y la observé fijamente. -Escucha, no soy la reina aún, ni siquiera me he comprometido con el príncipe y- Levanté la mano para detener la protesta que ya veía en su mirada. -Cuando eso pase, si es qué pasa, quiero que seas mi dama de compañía, así que estaremos juntas mucho tiempo y pasarás a ser un m*****o oficial de la corte. Sonreí cuando la joven chica grito de la emoción y me abrazo, disculpándose en seguida, cosa que yo desestime abrazándola nuevamente, el puesto de dama de compañía solía pertenecer solamente a las hijas de familias acaudaladas y de la nobleza, por lo que un título así sería imposible para alguien que no proviene de una familia pudiente, sin embargo, era lo menos que podía hacer por mi primer amiga aquí, la que no se ponía demasiado nerviosa al verme, quizá los demás ya no eran hostiles, pero seguían siendo precavidos a mi alrededor, todos menos esa joven chica. Después de colocarme la corona y un vestido que parecía hecho con diminutos diamantes y que se ajustaba a mi cuerpo casi como un guante me preparé para el banquete, me vi en el espejo y agradecí a Morgana que tuviese un cuerpo delgado y estilizado que se resaltaba con los gigantescos tacones que completaban el look pues yo jamás habría tenido la seguridad de lucir un atuendo así, pero debía reconocer que justo ahora, me veía hermosa. Baje de la mano de William que lucia una sonrisa presuntuosa y orgullosa mientras caminaba a mi lado, sosteniendo mi mano sobre su brazo, parecía feliz de mostrarse junto a mi, haciendo que me riera internamente por su adorable actitud, sonriendo de oreja a oreja bajamos a reunirnos con todos en la fiesta, justo al tocar el último escalón una potente voz nos anunció. -¡El Rey William y la Reina Hanna! Por un segundo me asombre ante el título, pero sabía que esa era la forma de poner el orden en la sala y dar inicio a la reunión, por lo que observé con calma como todos se inclinaban ante nosotros y nos abrían paso hasta la cabecera que ahora se veía decorada con dos bellos tronos gemelos, volteé a ver a la madre de William justo antes de llegar hasta ellos y ésta me sonrío cómplice, sabía que estaba enviado un mensaje de igualdad entre nosotros y se lo agradecía. Ni bien llegamos hasta ellos, William abrió la silla para mi como todo un caballero y con su hermosa y potente voz, dio inicio al banquete.
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