Una vez dentro del castillo de los Solvard, Lady Nymera la condujo por un laberinto de pasillos hasta una amplia habitación. Allí pidió a los sirvientes que prepararan un baño para Natasha: agua caliente, esencia de rosas y ropa digna para recibirla.
Nyxara no entendía del todo lo que estaba ocurriendo; aunque conocía ciertos aspectos del mundo humano, sus costumbres seguían siendo un misterio para ella. Los sirvientes llevaron una tina de cobre, la llenaron con agua humeante perfumada con rosas —tal como Lady Nymera había ordenado— y la ayudaron a bañarse con delicadeza.
Para sorpresa de Nyxara, disfrutó cada una de aquellas atenciones. Después del baño, le colocaron un camisón beige adornado con encajes suaves, cómodo y cálido, y cepillaron su largo y hermoso cabello blanco hasta dejarlo sedoso.
La habitación era espaciosa: una cama amplia en el centro con cortinas vaporosas, un balcón que dejaba entrar la luz de la luna y una pequeña sala al costado. La cama, mullida y cubierta con varios cojines, la invitó a recostarse. En cuanto apoyó la cabeza, el sueño la envolvió casi de inmediato.
A la mañana siguiente, los sirvientes entraron con suavidad en la habitación para despertarla. Le llevaron un vestido azul de tela fina que caía como agua sobre la piel, con bordes plateados que capturaban la luz y la hacían brillar con un toque casi etéreo. La ayudaron a vestirse con cuidado, ajustando los lazos de la espalda y acomodando la falda para que quedara perfecta. Luego, una de las doncellas se encargó de su cabello: lo cepilló hasta dejarlo sedoso y ordenado, trenzando un pequeño mechón a un costado y adornándolo con un broche discreto.
Cuando estuvieron satisfechos, la escoltaron por los pasillos hasta el salón principal, donde se encontraba el comedor. El aroma a pan recién horneado y especias cálidas llenaba el aire. La familia Solvard ya estaba sentada alrededor de la larga mesa de madera tallada, conversando en voz baja.
Pero en cuanto Nyxara cruzó el umbral, todas las palabras se desvanecieron.
Los presentes alzaron la mirada y quedaron en absoluto silencio; incluso los más compuestos no pudieron ocultar su sorpresa. La luz de la mañana que entraba por los ventanales caía sobre ella, resaltando su largo cabello blanco y el azul del vestido, haciéndola parecer algo salido de una leyenda antigua.
Kael, el más recio y el más reacio a su presencia, la miró sin poder evitarlo. Su expresión, normalmente fría y controlada, se quebró por un instante. El aire pareció escapársele del pecho, dejándolo sin aliento.
Nyxara se sentó a la mesa con cierto recelo, observando los platos frente a ella. Había panes dorados, frutas en rodajas, un tazón humeante con una mezcla espesa y aromática, y pequeños frascos con líquidos que desconocía. Frunció la nariz y se inclinó hacia el plato más cercano.
—¿Qué es esto? —preguntó con visible disgusto, arrugando la frente—. Huele… extraño. ¿Para qué sirve?
Lo tocó con la punta del dedo, como si temiera que fuera a atacarla. En ese instante, su estómago rugió con fuerza, un sonido tan profundo y traicionero que resonó por toda la sala. La familia entera soltó una carcajada espontánea, incluso los más serios. Kael bajó la cabeza para disimular la sonrisa que le escapó sin permiso.
Lady Nymera, con una mezcla de ternura y diversión, se acercó un poco.
—Es comida, querida —explicó con suavidad—. Es para que tu estómago deje de quejarse y tengas energía durante el día.
Nyxara la miró, luego volvió a mirar el plato como si aquello fuera una prueba difícil de superar.
Nyxara miró la comida como si Lady Nymera acabara de sugerirle que se comiera una piedra brillante. Dudó unos segundos, tomó una cucharita y la sostuvo entre los dedos con torpeza, como si fuera un arma desconocida.
—¿Esto también se usa… para comer? —preguntó, levantando la cuchara a la altura de sus ojos con genuina confusión.
—Sí, querida —respondió Lady Nymera conteniendo una sonrisa—. Toma un poco, no te hará daño.
Nyxara imitó el movimiento que vio en los demás: hundió la cuchara en la mezcla humeante, la levantó temblorosa y se la llevó a la boca. Apenas el sabor tocó su lengua, sus ojos se abrieron de par en par.
Para sorpresa de todos, no lo escupió ni hizo un gesto dramático. Al contrario, ladeó la cabeza, pensativa.
—Está… caliente —murmuró primero, como si fuera un descubrimiento científico—. Y no sabe tan mal como huele.
La familia soltó otra ronda de risas, más suaves esta vez. Kael, desde su asiento, la observaba con una expresión que mezclaba diversión y algo que no quería admitir: intriga.
Animada por la reacción de los demás y, sobre todo, por el hambre insistente en su estómago, Nyxara tomó otra cucharada… y luego otra, cada vez más confiada. Cuando probó un pedazo de pan, lo mordió con demasiada fuerza, como si esperara que fuera duro como una roca. Al sentirlo suave, esponjoso y ligeramente dulce, parpadeó sorprendida.
—¿Por qué los humanos comen cosas tan… blandas? —preguntó genuinamente confundida, mirando el pan como si fuera un misterio antiguo.
Lady Nymera rio con elegancia.
—Porque son fáciles de digerir, mi niña.
Nyxara siguió comiendo, esta vez con más entusiasmo que técnica. Y aunque aún no entendía del todo las costumbres humanas, al menos descubrió que algunas de ellas… no eran tan malas.
Nyxara descubrió la fruta por accidente. Tomó un trozo pequeño, amarillo y brillante, más por curiosidad que por hambre, y lo llevó a la boca. En cuanto el jugo del mango tocó su lengua, se quedó completamente inmóvil. El sabor dulce, fresco y casi dorado la envolvió como una caricia divina, como si un recuerdo lejano —que no sabía que tenía— despertara dentro de ella.
Sus ojos se iluminaron.
—¿Puedo… tener más de esto? —preguntó con una urgencia casi infantil.
Los sirvientes le acercaron un tazón lleno y ella no se contuvo. Comió trozo tras trozo, fascinada, como si acabara de encontrar el primer placer verdadero de su vida humana. Cada bocado le arrancaba un suspiro. Pero después de un rato, un peso extraño empezó a crecer en su vientre. Se llevó una mano al estómago, confundida.
—Me… duele… ¿o es normal sentirse así? —preguntó, mirando a su alrededor como si buscara una explicación mágica.
Lady Nymera soltó una suave risa.
—Es normal, querida. Eso se llama estar llena.
Nyxara no entendió del todo, pero asintió con solemnidad, como si se tratara de un concepto muy complejo que debía memorizares. Para ayudar a aliviar la sensación, tomó una copa de vino que estaba frente a ella —sin saber realmente qué era— y dio un sorbo pequeño.
El líquido le quemó suavemente la garganta, dejándole un calor inesperado que se extendió por su pecho. Abrió los ojos de par en par, sorprendida.
—Esto… también es bueno —dijo en voz baja—. Muy bueno. Y… extraño.
Otra vez, la mesa entera ríe bajito ante su inocencia.
Después del desayuno, Lady Nymera se puso de pie con elegancia y dio unas breves instrucciones a los sirvientes. Luego llamó a una de las jóvenes doncellas, una chica de cabello castaño recogido en un moño impecable y ojos vivaces, y la presentó ante Nyxara.
—A partir de hoy, ella será tu doncella personal —anunció con suavidad, colocando una mano en el hombro de la joven—. Su nombre es Elin. Te enseñará todo lo que necesites saber del castillo y estará a tu lado para asistirte.
Elin hizo una pequeña reverencia, sonriendo con amabilidad.
—Será un honor mostrarle el castillo, mi lady —dijo con voz clara.
Nyxara la observó con curiosidad, sin comprender del todo lo que significaba tener una “doncella personal”, pero asintió igualmente. Elin, paciente y entusiasmada por su nueva tarea, le indicó que la siguiera. Juntas abandonaron el comedor, caminando por los amplios y luminosos pasillos del castillo Solvard.
Mientras avanzaban, Nyxara sentía una mezcla de nervios y fascinación. Todo allí era nuevo: los tapices bordados, las columnas de piedra pulida, los ventanales por donde entraba la luz como si quisiera guiarla. Y Elin, siempre a su lado, estaba lista para explicarle cada rincón con la dedicación de quien había crecido entre esas paredes.
Elin la guió hacia un largo corredor iluminado por vitrales de colores. A medida que avanzaban, la luz proyectaba sobre el suelo mosaicos que cambiaban de tono con cada paso.