ZOE Tecleaba como si la pobre computadora tuviera la culpa de mi desgracia. Cada tecla resonaba en el silencio de la oficina como un disparo. Me mordí el labio, enfurruñada conmigo misma. “Maldita sea, ¿por qué no aceptaste la tarjeta, Zoe? ¡Eras tú o el hambre! Pero no, la dignidad primero.” "Li dignidi primiri." Me hice burla a mí misma. Ahora la hora más ansiada de mi día era la cena con Esteban. Solo esperaba que de verdad la haburguesa estuviera buena. Suspiré, recargando la frente contra la palma de mi mano. Sí, dignidad. Esa palabra que parecía tan heroica en mi cabeza, pero que en la práctica solo servía para dejarme con hambre y la alacena llena de aire. Sin contar con los malditos meses de atraso de mi renta. Volví a suspirar. Al menos Asher tenía el mejor tratamiento para

