Salí del hotel hecha una furia rabiosa tan pronto me di cuenta que durante todo ese tiempo había estado en la fiesta equivocada. La resaca de la noche, y todos los acontencimientos, hicieron que pegara carrera para nunca más volver a ver a aquel hombre.
Llegué a mi pequeño departamento, ese que había estado compartiendo con la larva de mi ex, y me di un baño rápido. Me hice un café soluble, porque mi precaria situación no me permitía comprar uno de camino. Al salir del departamento me encontré con Wendy, una amiga que vivía en el mismo edificio que yo.
Wendy apareció apoyada en el barandal, con su inseparable taza de café y esa sonrisa de “a ver, cuéntame el chisme ya”.
— Así que, ¿dónde te metiste anoche? —Preguntó, arqueando las cejas—. Traes la piel brillante. Apuesto a que te olvidaste de Rodrigo y sucumbiste a la pasión con alguien.
Bufé, levantando las manos.
— Pues, digamos que me confundí de celebración. Pensé que entraba a la fiesta del jefe de la mamá de Ariana, y resultó que era una boda.
Wendy soltó una carcajada.
— ¿¡Una boda!? ¿La mamá de Zoe te invitó a una boda?
— No, pero digamos que confundí y me metí al salón de al lado donde había una boda. Y como si no fuera suficiente, terminé bailando con un completo extraño que, honestamente, parecía el hijo perdido de James Dean y Can Yaman.
Wendy aplaudió emocionada.
— ¡Obvio quiero todos los detalles! ¿Estaba guapo? ¿Bailaba bien? ¿Te robó un beso escondido?
Puse los ojos en blanco, sintiendo cómo mis mejillas ardían.
— ¡No, nada de eso! Pero sí, estaba como Dios manda. Y sí, bailaba como si supiera exactamente qué hacer conmigo.
De pronto me llegó la imagen del extraño tomándome de la cintura y pegándome a su cuerpo mientras bailábamos una balada romántica. Cantamos a todo pulmón canciones de Taylor Swift, y terminamos bailando con alguna canción de Black Pink moviendo el cu**lo. De verdad que fuimos el alma de la fiesta.
Me di palmaditas en los cachetes ¡Ay! ¡Zoe! ¿¡Qué hiciste!? De seguro que a su esposa le va a llegar el rumor.
Wendy chilló como si viera un capítulo nuevo de su telenovela favorita, mientras yo intentaba cambiar de tema antes de hundirme en mi propio rubor.
— Me tengo que ir al trabajo.
No quise entrar en detalles con mi vecina, pues sabía que me terminaría sacando hasta el más mínimo detalle, y la vergüenza estaba siendo una perra conmigo.
*
Al llegar al trabajo, Carlton, mi jefe y CEO de la compañía, me dijo que saldríamos a ver algunas obras que estaban en curso a las orillas de la ciudad.
A mí me encantaba el diseño de interiores y había renunciado a mi carrera porque los gastos de hospital de mi hermano me impedían continuar pagando las colegiaturas, por lo que busqué un buen trabajo que estuviera relacionado a eso, y di con la constructora de Carlton.
Fui al área de papelería en donde me encontré a Ariana sacando unas copias para su jefe. Mi amiga cerró la laptop en la oficina y me miró con esa expresión de hermana mayor en modo interrogatorio.
— Zoe, desapareciste anoche ¿Dónde estabas? —Se acercó a mí y me observó intentando ver antes de que le dijera las cosas. Le debía una explicación, sobre todo por la preocupación que tuvo la noche anterior.
Suspiré, bajando la voz.
— Fue un accidente. Me equivoqué de dirección y entré en. . . Una boda.
Los ojos de Ariana se abrieron como platos.
— ¿Una boda? ¿Tú sola? ¡Madre mía! —Se llevó las manos a la boca al ver que pegó el grito— ¿Te metiste al salón de al lado? y ¿Qué demonios hacías ahí?
Mi lamentó se reflejó en mi cara, como señora religiosa lamentándose por sus pecados. Y vaya pecado que me aventé la noche anterior.
— Ya sé cómo suena. Créeme, yo también me lo sigo preguntando. —Murmuré, rascándome la nuca—. Pero estaba agotada, triste, confundida, y terminé quedándome un rato. Creía que te estaba esperando en el lugar correcto.
Ariana se inclinó hacia mí, frunciendo el ceño.
— Zoe, eso no es seguro. No puedes andar entrando a lugares desconocidos ¿Al menos te trataron bien?
Bajé la mirada, consciente de que no podía contarle todos los detalles sin sonar imprudente. . . Aun.
—Tienes razón. Fue una locura. No volverá a pasar. Y sí, me trataron más que bien, bailé, bebí, me adoptaron como el alma de la fiesta.
Sentí como el rubor trepaba a mis pómulos como dos arañas escandalosas, pues la noche había sido muy larga.
— Al menos te olvidaste de Rodrigo por un momento. Esa era la finalidad. —Me dio una palmadita en el hombro—. Nos vemos más tarde, amiga.
Ariana me observó en silencio unos segundos más, como midiendo si decir algo, pero finalmente asintió, resignada.
*
Una hora más tarde salí con mi jefe rumbo al complejo de villas que estaba construyendo a la orilla de la ciudad. Era un lugar enorme que estaba diseñado para ser de descanso. De ese tipo de espacios que parece sacado de una película hecha en Suiza, donde los abuelitos multimillonarios desean pasar sus últimos días jugando al golf con sus amigos.
Los ingenieros y los albañiles habían avanzado bastante con la construcción de las áreas comunes y alguna villa muestra. Carlton estaba felicitando a sus trabajadores a medida que avanzábamos en medio del complejo.
— El equipo de publicidad está trabajando en la preventa y la gente está empezando a adquirir las villas. Estamos dando un plazo de seis meses para la entrega. —Le explicó Carlton al ingeniero— ¿Crees que en seis meses se pueda terminar la obra por completo?
— Seis meses es un tiempo retador, pero si contratamos treinta trabajadores más, puede que se pueda terminar en cinco. —Le explicaba el ingeniero mientras yo tomaba notas en la tableta electrónica, y rezaba para que mis zapatillas no me traicionaran.
En ese momento odiaba los tacones que me había puesto, pues la obra ne**gra no ayudaba mucho a que pudiera tener equilibrio. El calor y el ruido de la construcción me tenían mareada, pero Carlton parecía inmune. Caminaba entre los obreros con esa energía contagiosa, dándoles palmadas en la espalda y felicitando a todos como si fueran parte de una gran familia.
— Este complejo va a ser un éxito, Zoe. Te lo aseguro. . . —Dijo mi jefe sonriendo orgulloso.
No alcanzó a terminar la frase. Un tablón mal colocado en el piso cedió bajo su peso, y en un segundo lo vi perder el equilibrio.
— ¡Señor Carlton! —Grité corriendo hacia él.
Cayó de lado con un golpe seco, y el alarido que soltó me heló la sangre. Su pierna estaba doblada de una manera antinatural, y lo único que supe hacer fue hincarme junto a él, buscando no entrar en pánico.
— ¡Ayuda! ¡Necesito ayuda aquí!
Los ingenieros corrieron, los obreros también, y entre todos logramos llevarlo hasta la camioneta más cercana. El trayecto al hospital fue eterno, pero yo no solté su mano ni un segundo, tratando de darle calma mientras él sudaba frío por el dolor.
En urgencias, los médicos se lo llevaron casi de inmediato. Una enfermera salió a los pocos minutos para darme el veredicto.
— ¿Es familiar del señor Carlton? —Me preguntó al verme.
— No, soy su asistente. Estoy intentando contactar a su familia —. Respondí.
— Bueno, como sea. El señor Carlton tiene fractura doble de tibia y peroné. Tendremos que operarlo cuanto antes.
Casi me voy de cu**lo, aunque respiré aliviada porque, dentro de todo, no era algo peor.
Me permitieron ver a mi jefe, que no paraba de fruncir el ceño. En cuanto entré a la habitación, me percaté que estaba con la bata de hospital y la intravenosa en su brazo izquierdo. Lo estaban preparando para la cirugía.
— Mi esposa está de viaje con los niños —, murmuró, con la voz ronca—. Zoe, por favor, necesito que te quedes hasta que llegue mi hermano. Le acabo de avisar y viene en camino. Dale mis pertenencias, por favor.
Le apreté la mano con una sonrisa tranquilizadora.
— Claro, no se preocupe. Yo me quedo hasta que llegue su hermano.
Me dejó allí, sentada en esa sala blanca, con el corazón todavía acelerado y la ropa manchada de polvo. Mi jefe había entrado a cirugía y yo no tuve tiempo ni de ordenar mis pensamientos cuando escuché pasos firmes acercándose.
Levanté la vista y casi se me cae el alma al suelo. Allí estaba él. El hombre del hotel, aquel desconocido con el que había roto mi única regla. El mismo al que, para salvar mi dignidad, le había recetado el número de un urólogo inventando una disfunción que jamás existió.
Nuestros ojos se cruzaron y por un instante ninguno de los dos dijo nada. Sus labios se curvaron en una sonrisa lenta, peligrosa.
— Tú otra vez. —Susurró, con esa voz que todavía me erizaba la piel.
Y yo, deseando que la tierra me tragara, solo pude pensar: Trágame, universo. De todas las personas en el mundo, tenía que encontrarme con él.
¿Me había hecho caso y había ido al urólogo?