Capitulo 6
Nunca hablamos de la dinámica entre nosotros, fue un asentimiento silencioso. No hubo una discusión habitual sobre parámetros, palabras de seguridad o preferencias. Aprendí rápidamente que era una esclava, una situación en la que las cosas no eran negociables y nada de eso importaba. Acepté su desafío y el temerario que hay en mí se deleitó con la curva de aprendizaje, a menudo empinada. Era joven e impetuosa y, en lo que a mí respecta, no había vuelta atrás.
Él me guió y yo lo seguí. Al principio, me invadió una increíble sensación de libertad. Sé que suena tonto, ¿cómo se puede ser esclavo de otro y sentirse libre de algún modo? Sin embargo, allí estaba yo, libre de ser yo misma, nada más y nada menos. Mi más mínima conexión con la sociedad había desaparecido, no tenía que adaptarme, lo único de lo que tenía que preocuparme era de ÉL. Así que eso fue lo que hice y me propuse ser la mejor esclava de la historia.
Al principio, fue un cambio difícil, no voy a mentir. Fue una verdadera lucha acostumbrarme a la mentalidad de ser dueño de una propiedad. Sin embargo, a medida que pasaban las semanas, encontré una paz poco común. Aprendí todo lo que pude sobre este hombre, las cosas que disfrutaba, las que no le gustaban, y me esforcé por complacerlo como a nadie más.
*****
El verano floreció, el golfo estaba listo y nervioso a medida que se acercaba la temporada de huracanes, pero iba a ser un verano tranquilo. No puedo decir lo mismo.
Las visitas de sus amigos se habían vuelto cada vez más ruidosas y frecuentes. Durante este tiempo me enteré de que el Maestro tenía una tendencia a beber en exceso. Y no solo cerveza ligera. Nunca había visto a un hombre consumir las cantidades de alcohol fuerte que yo le había visto acumular. Sus amigos americanos no eran rival para él, y con poco esfuerzo se los bebía todos por debajo de la mesa.
Al principio, me divertí mucho, pero noté con cierto temor que, aunque me protegía de sus amigos borrachos, se estaba volviendo menos diligente en esto y hasta disfrutaba con algún que otro desliz. Esto condujo a nuestra primera pelea.
Después de un fin de semana particularmente malo a finales de junio, ya no sentía que estaría a salvo y lo confronté por eso. Le dije con valentía que me iría, no sabía cómo, ya que no tenía auto, pero tenía la intención de hacerlo de todos modos.
Supongo que hasta ese momento solo había visto pequeños fragmentos de la bestia que había en su interior. Al oírlo, me miró de reojo a través de su salvaje melena rubia, con su único ojo verde firmemente clavado en mí. Lo vi gruñir y enseñar los dientes; tenía caninos puntiagudos como un lobo.
Se dio la vuelta y posó las manos sobre mi garganta, envolviéndolas alrededor de mi cuello. No me esperaba esto. Me quedé helada bajo su amenazante agarre. Me apretó el cuello, no con fuerza, pero lo suficiente como para empezar a reducir mi ingesta de aire. Me quedé muy quieta, no quería provocarlo más.
—¿Cuándo he dejado que alguien te haga daño, eh? ¿No escuchas lo que te digo, niña? —gruñó amenazadoramente.
No pude evitar pensar que parecía un animal salvaje.
—¡ERES MÍA! —explotó enojado, sacudiéndome.
Lo arañé con las uñas, pero él no se dio cuenta; sus ojos se clavaron en los míos y desistí. Nunca apartó las manos de mi garganta.
—¿Realmente necesito mostrarte lo mucho que eres mía? —gruñó.
Entonces me di cuenta de que había sido una tontería ser combativa. El silencio era mi amigo. Estaba aprendiendo rápidamente a permanecer pasiva durante sus ataques de ira repentinos y salvajes. Si no luchaba contra él, se calmaba y dejaba de hacerlo.
Así comenzó su degradante monólogo, uno que nunca olvidaré.
—Entonces, Lidia, ¿por qué estoy contigo? Me pregunto eso. Podría tener a cualquier mujer que quisiera —bromeó.
Aunque tuve que aceptar que probablemente podría. Sus manos ásperas abandonaron mi garganta, su dedo índice se clavó en mi esternón, con fuerza.
—Mírate, chica de trapo de caravana. Sé cómo te llaman. Demasiado flaca, lloras demasiado, no tienes tetas. No tienes idea de cómo complacer realmente a un hombre... Sí, Lidia, ¿por qué estoy contigo?—
No sabía qué decir, miré sus pies descalzos. Había trabajado muy duro durante las últimas semanas para ser todo lo que él deseaba y más, y tuve que decir que de repente temí que me abandonara. Sentí su gran mano bajo mi barbilla, estaba levantando mi rostro para mirarlo. Era mucho más alto que yo. Tuve que mirar hacia arriba.
-Sé una buena chica Lidia o conseguiré una mejor, te lo prometo.
Hice algo que no he vuelto a hacer desde entonces. Me solté de su mano y corrí hacia los árboles. Cualquier lugar donde pudiera estar lejos de él. Lo oí correr un poco detrás de mí y gritarme que volviera. Grité y me lamenté, y me corté con la maleza y las ramas. Cuando mi perorata se calmó, me quedé tendida en la arena tibia, exhausta y llorando un torrente de lágrimas amargas. Estaba decidida a que no me usara y me tirara a la basura, la esclavitud era para siempre.
*****
Cuatro de julio, y este año en nuestra fiesta anual yo no era la Lidia del año anterior. Ya no socializaba con mis primos, ni me importaba lo que hacía mi hermana. La relación con mi familia era muy distante, y no nos quedábamos más que para una visita educada. Además, él tenía otros planes para el día...
El camino hacia la cabaña del río se adentraba en el pantanoso pantano, con los árboles cubiertos de musgo español, denso y oscuro. El maestro Frej dijo que venía a menudo a pescar allí y que había pescado buenos bagres, algo que a mí nunca me había gustado comer. La verdad es que no me gustaba mucho pescar, pero a él le gustaba, así que accedí y decidí llevarme un buen libro para pasar el rato.
Tres de sus compañeros de trabajo ya estaban allí, con las cañas de pescar colgando en el agua, bebiendo cerveza. No pasó mucho tiempo antes de que llegaran los otros dos amigos y se sentaron todos en la orilla fangosa, conversando, dándome la espalda, fumando, bebiendo y pescando muy pocos peces. Debo admitir que me sentí como un c*****o en una boda y me hubiera gustado quedarme en casa.
De vez en cuando, el Maestro se daba vuelta para mirarme mientras yo estaba sentada leyendo en mi silla, molesta por la plétora de insectos. En realidad, no me gustaba pescar, pero desde ese día habíamos discutido, si es que se podía llamar así. Realmente me sentía presionada a complacerlo. Sinceramente, esperaba que se hubiera dado cuenta.
Había estado pescando allí sin mucho éxito durante una hora, y yo podía sentir que estaba impaciente y esperaba que estuviera considerando irse a casa. Se levantó de su silla y me sonrió, tenía la capacidad de hacerme derretir cada vez. Me condujo a la destartalada cabaña del río, si es que en verdad era una de esas, hacía mucho tiempo que no la frecuentaban. Era pequeña, solo una habitación y estaba hecha en su mayor parte de hierro, poco más que un viejo cobertizo para herramientas sobre pilones.
Incluso a la sombra hacía un calor indudable. El suelo estaba formado por tablones de madera desgastados y en el centro había una vieja cama de hierro doble, con un colchón de muelles muy gastado y sucio. Me miró y luego miró la cama. Era como hacía a menudo, una sugerencia tácita.
No tenía ninguna intención de quedarme ahí, estaba sucio y estoy seguro de que estaba plagado de insectos.
—No aquí —fue todo lo que dije suavemente, esperando que me escuchara, no era muy bueno en eso.
—Espera aquí. —fue todo lo que dijo. Supuse que, como mínimo, iría a la camioneta a buscar una manta.
No regresó con el objeto que esperaba, sino con algunos trozos de cuerda. Comencé a sacudir la cabeza y a repetirle mi pedido. Ese lugar estaba sucio y era desagradable y yo no iba a hacerlo. Él me obligó.
Al principio traté de no decir nada al respecto. No quería que ninguno de sus amigos me viera. Me hizo quitarme toda la ropa y luego me ató a la cama con brutal eficacia. Mientras estaba acostada allí, me pregunté por qué le permití hacer esto, ¿qué había aprendido en el fondo de mi ser de su trato? Sin embargo, sabía lo que era: él alimentaba mi propio desprecio por mí misma, validaba el profundo odio que ya tenía por mí misma.
Satisfecho de que me había atado bien, se sentó a mi lado. No podía apartar la vista de la puerta. Tenía tanto pánico de que uno de sus amigos entrara en cualquier momento, pero no lo hizo.
—¿Recuerdas lo que hablamos el otro día?—me preguntó.
¿Cómo podría olvidarlo? Asentí. Quería mantener el secreto lo más discreto posible. Mi piel ya se estaba poniendo erizada y picando por el contacto con el repulsivo colchón. Le estaba prestando más atención a él que a él.
—Es hora de poner a prueba tu devoción hacia mí, mi pequeña esclava basura. —
Estas palabras dichas con tanta calma despertaron mi interés. Temí adónde podría llevarme.
—Ahora mi petición es sencilla —lo dijo claramente, como si me estuviera pidiendo que no le trajera más café—. Quiero que complazcas a mis cinco amigos con esos deliciosos labios tuyos.
—Nooooo. —fue todo lo que pude decir. Me dio una bofetada en la cara mientras lo decía. Fue una bofetada fuerte y punzante, debieron haberla oído afuera.
—Esa, mi esclava, es una palabra que NUNCA quiero oír de tu boca. ¡ENTENDIDO! —Apretó sus dedos con fuerza en los costados de mi cara y sacudió mi cabeza, sus uñas dentadas y sucias se clavaron en la suave piel de mis mejillas y dejaron marcas.
Asentí afirmativamente, cualquier cosa para apaciguarlo, mi mente trabajando furiosamente para salir de esto y rápidamente.
—Una esclava no tiene elección. ¡Simplemente obedece! —Se levantó y se alejó de la puerta.
Nunca olvidaré aquella tarde, él se sentó imperiosamente en la vieja silla del rincón más alejado, me ordenó que les diera placer a todos. Yo era todavía bastante nueva en las actividades sexuales y, para ser honesta, el sexo oral me parecía un poco asqueroso incluso con él. Tal vez por eso intentó obligarme a hacerlo. Nunca lo sabré y nunca preguntaré.