Narrado por Jazmín Salas Estaba jodida. Tan malditamente jodida por ese hombre. Y lo peor era que me gustaba estarlo. Porque debía admitirlo y dejar de negarlo, Gabriel hacía mucho más que gustarme. No era simplemente atracción para mí cuando lo espiaba sin quererlo mientras trabajaba, o cuando comprobaba que estuviese en casa todas las noches. Cuando actuaba de esa manera me engañaba a mí misma diciéndome que era para “comprobar que no volviese a sus andanzas”. Pero cuando vino a mí en ese hospital, me consoló entre sus brazos y salvó la vida de Tomasito. Supe que era más, mucho más, y me preguntaba desde cuándo había sido más. Todos esos pensamientos peligrosos encerrados con llave en mi cabeza quedaron liberados esa noche en la clínica, cuando viéndolo durmiendo, me superaron.

