Arrepentimientos

4031 Words
No sabía adónde ir. La cabeza me daba vueltas, un torbellino de angustia y miedo me invadía, sabía que había hecho algo malo y temía por las consecuencias. Decidí caminar a paso ligero hasta la iglesia más cercana, ignorando a todas las personas que se cruzaron en mi camino. Encontré una pequeña capilla a la que nunca había entrado, a pesar de que estaba a tan sólo cuatro cuadras de mi casa. A mi madre no le agradaba que concurriéramos a este tipo de lugares, siempre inventaba alguna buena excusa; sin embargo, yo sabía muy bien que ella prefería ir a iglesias amplias y ostentosas, aquellas en donde pudiera ver gente “de nivel” y codearse con la alta sociedad. Me molestaba mucho que ella utilizara a Dios para propósitos sociales y que se creyera más que otras personas sólo por tener dinero. Ingresé al modesto edificio y al ver a Cristo colgado en la cruz sentí un lanzazo de culpa entre mis costillas. No podía negar que me había masturbado, mucho menos podía negar que lo había disfrutado, pero el resto sí lo negaba. En mi opinión todo fue producto de un fruto prohibido y tentador, no era mi culpa que éste estuviera entre las piernas de mi mejor amiga. Cuando me arrodillé detrás de un banco intenté hacer memoria y ser lo más honesta posible conmigo misma. Recordé ocasiones en las que miré fijamente los pechos de alguna de mis amigas y pensando en lo bonitos que se veían, pero eso lo tomaba como aceptación de la belleza, era algo que a veces pasaba con los senos, otras veces con las manos, el cuello, los ojos. Era sólo reconocer que una mujer era hermosa, no tenía nada que ver con la atracción física. Como si no tuviera tormento suficiente, espontáneamente llegó a mi mente un viejo recuerdo de una tarde en la casa de una prima (en realidad es la hija de un primo de mi mamá; pero es más simple decirle prima). Ella se desnudó frente a mí para cambiarse de ropa y me quedé maravillada con su figura esbelta y sus largas piernas. Fue la primera vez que vi una mujer desnuda en vivo y en directo. Me avergoncé mucho y no supe cómo reaccionar, mi cabeza de llenó de extraños pensamientos y me llevó a imaginar a mi prima como a una de esas actrices pornográficas que solía ver. Esa misma tarde me masturbé en el baño de su casa y sé que lo hice pensando en ella; por más que lo haya negado y reprimido durante tanto tiempo. Aquella vez también sentí la gran angustia por haber caído en la tentación; pero lo peor de todo fue que ella me descubrió al entrar al cuarto de baño sin llamar a la puerta. Me vio sentada sobre el inodoro, con el pantalón bajado hasta las rodillas y mi mano derecha frotando intensamente mi clítoris. No pude disimular en lo absoluto. Ella se apresuró a disculparse y me dijo que siga tranquila, acto seguido abandonó el baño. Allí fue cuando sufrí una de mis grandes contradicciones emocionales, si bien me moría de la vergüenza, la escena me pareció impactante y morbosa que en lugar de detenerme, seguí haciéndolo con más ímpetu. Por suerte mi prima no es tan fanática de la religión como lo son los demás miembros de mi familia y ella se lo tomó a gracia, como un acto totalmente natural y ya no me habló del tema, pero yo me sentí sumamente culpable y avergonzada, estuve largo tiempo sin volver a tocarme y recuerdo haberme confesado por mis pecados ante un cura; sin embargo me costó enormemente describir cuál era el pecado en concreto, por suerte el Padre fue considerado y no me pidió detalle alguno, pero la penitencia fue más severa de lo que imaginé. Ahora la culpa era mucho mayor que en aquella ocasión, tal vez se deba a que en mi mente ambos sucesos se complementaban y me hacían dudar el doble. Esta vez no busqué la confesión porque ya no creía en que un cura pudiera ser la conexión directa con Dios, ahora prefería hablarle a mi forma y suplicarle que me perdone. Uno de mis mayores talentos siempre fue reprimir mis emociones; a veces me llevaba varios días lograrlo, pero casi siempre lo conseguía. Tuve la intención de eliminar ese video de mi celular, pero ni siquiera quería ver el archivo para no volver a caer en la tentación. Mi Smartphone estaba protegido por contraseña por lo que solamente yo tenía acceso a su contenido. Me pareció gracioso cambiar la clave de acceso por la palabra “Pandora”; eso me recordaría constantemente los peligros que el aparato contenía. Evité a Lara durante tres días, intentaba no quedarme charlando con ella después de clases, poniendo siempre el estudio o mi familia como excusa; pero supe que mi reacción carecía de fundamento lógico, al fin y al cabo ella no me había hecho nada malo. Al cuarto día aclaré un poco mi mente y decidí llamarla por teléfono. –Lara, ¿qué tal vas con matemáticas? –El nombre real de la materia era más largo; pero con eso ambas entendíamos de qué hablábamos– falta poco para el examen y a mí todavía me queda un montón por estudiar– todo eso era cierto. –Yo voy bastante bien, aunque algunos temas me cuestan bastante, la matemática no es uno de mis fuertes –Con lo analítica que sos, pensé que esa iba a ser tu mejor materia. –Soy analítica en los aspectos generales de mi vida, ya llegué a la conclusión de que es sumamente aburrida y monótona; pero con matemáticas nunca me llevé bien y, a pesar de haber aprobado los últimos exámenes, me cuesta mucho. –No soy una genio en matemática, pero me defiendo bastante bien ¿Querés que estudiemos juntas? Accedió sin durarlo y acordamos reunirnos al día siguiente en su casa. No lo voy a negar, estaba un poco nerviosa pero no podía ser tan estúpida, debía actuar con toda normalidad frente a ella; después de todo había sido sólo la locura del momento y ya no había vuelto a tocar mi entrepierna, más que para lavarme. Por suerte la sesión de estudio fue ardua, no tuve siquiera tiempo de pensar en otra cosa o de mirarle el cuerpo de forma extraña; además su perrito Puqui se encargaba de hacerme la vida imposible. El muy desgraciado adquirió como pasatiempo morder la parte baja de mi pantalón sin previo aviso o provocación alguna. Aunque se tratara de un perrito tan pequeño, me asustaba bastante al escucharlo gruñir mientras forcejeaba con mi ropa. Lara se desternillaba de la risa cada vez que esto ocurría, yo me limitaba a darle cortos puntapiés al animalito con la esperanza de matarlo o fracturarle algunas costillas y que pareciera un accidente; por desgracia no ocurrió ni lo uno ni lo otro y sólo conseguí irritar más al maldito perro. Lo positivo de la jornada fue que avanzamos mucho en nuestros estudios; tanto que se nos hizo muy tarde, cuando nos dimos cuenta ya habían pasado las nueve de la noche. Sus padres fueron muy amables al invitarme a cenar y me dijeron que podía dormir en su casa. Luego de la llamada a mis padres avisando que dormiría en el humilde hogar de una amable familia católica apostólica y romana, procedí a degustar los alimentos kosher. Me sorprendí mucho porque estaba todo muy sabroso, aunque no conocía los nombres de nada de lo que me caía al plato, no rechacé ni una migaja y, a diferencia de lo que mis padres hubieran hecho, los padres de Lara ni siquiera tocaron el tema de la religión; conocían perfectamente mis creencias religiosas y las respetaron. Lucio Jabinsky, el padre de Lara, parecía ser un hombre muy bondadoso que tenía por costumbre jalar su poblada barba negra cuando sonreía. No tenía idea de cuál era su profesión pero sabía que vivían en una buena posición económica; aunque no tanto como la de mi familia. No le pregunté para no inmiscuirme en su vida privada, pero le hice notar lo cómoda que me sentía al compartir la mesa con ellos. Lo que sí pude averiguar es que su esposa, Candela, se convirtió al judaísmo para poder contraer matrimonio con él; lo cual me pareció un gran gesto de amor. Gracias a la agradable cena logré relajarme mucho y sentirme, al menos por un rato, como una chica normal; pero mis inquietudes reaparecieron cuando nos disponíamos a dormir. Debía compartir el cuarto con Lara… y no sólo su cuarto. Ella contaba con una cama de dos plazas, es decir, la vieja y conocida cama matrimonial; me puse bastante incómoda al verla pero esto pero era apenas el comienzo. Mientras Lara me hablaba sobre matemáticas y arreglaba su cuarto para que podamos descansar, se quitó el pantalón. Sin preámbulos, frente a mis propios ojitos de niña inocente. Verla semidesnuda en el video podía ser manejable, además ni siquiera había visto su rostro así que de a ratos olvidaba que se trataba de ella, pero esta vez me costó mucho más reprimir malos pensamientos ya que la tenía delante, de cuerpo presente y ¡con la misma bombachita rosa! ¿Acaso no tenía otra? Podría ser pura casualidad o tal vez mi amiga no era tan limpia como yo creía; también cabía la posibilidad de que no fuera exactamente la misma bombacha y mi maldito inconsciente me estuviera jugando bromas perversas. Sus piernas eran delgadas pero llegando a sus muslos se ensanchaban cada vez más para terminar en una redonda y erguida colita blanca. Debía reaccionar y volver a la realidad, si ella notaba que la estaba mirando seguramente pensaría mal de mí. No podía ser tan ingenua, éramos dos chicas, no había ningún problema, tampoco era la primera vez que veía a una mujer semidesnuda. Como si fuera lo más normal del mundo, me despojé de mi pantalón. Lo terrible era que mi bombachita blanca transparentaba mucho mi vello púbico. Con mucho me refiero a realmente mucho, la tela de era muy delgada, hasta temía que mis labios vaginales se marcaran, pero no me atrevía mirar. Tragué saliva y en cuanto Lara notó mi triangulito de pelos lo miró por un segundo sin el más mínimo interés. Eso me relajó bastante, a ella no le importaba lo que había entre mis piernas. Intenté distraerme mirando su cuarto; éste contaba con una amplia ventana detrás de la cama, la cual estaba entreabierta y podía ver un bello jardín cubierto de plantas y flores. Lo que más me agradó de la habitación fue una serie de bonitos parlantes colgados de las paredes. Me dio un poco de envidia puesto que yo quería algo así para mi propio cuarto pero mi madre no toleraba la música a alto volumen y odiaba mis preferencias musicales; ella no entendía cómo a mí no podían gustarme los coros de la iglesia o la música clásica, no es que me disgustara todo eso, pero yo prefería el rock, especialmente aquel de aspecto sombrío. Uno de los motivos por el cual me llevaba tan bien con Lara es que teníamos algunas bandas en común dentro de nuestro repertorio musical; pude ver algunos discos de Pink Floyd en su repisa y más de una vez comentamos acerca de ellos. Nuestra discusión recurrente sobre este tema consistía en que a ella le agradaba más el disco “Dark Side of the Moon” y yo sostenía que el mejor era “The Wall”, la querella solía terminar cuando no teníamos más remedio que aceptar que ambos discos eran muy buenos. Cuando llegó el momento de acostarnos, intenté poner la máxima distancia entre su cuerpo y el mío. Hablamos apenas unos minutos hasta que decidimos dormir. Cerré los ojos y miles de imágenes me sofocaron. Los minutos pasaron y yo deliraba. Me encontraba atrapada en esa etapa entre el sueño y la vigilia; me costaba mucho concentrarme o relajarme. Un fuerte dolor de cabeza me invadía cada vez más y la gran mayoría de las visiones tenían que ver con Lara, no podía dejar de pensar en sus delicadas manos con dedos largos y rectos, esto me recordaba la forma en la que se movían debajo de su ropa interior en ese video que tanto me había afectado. A veces intentaba borrarla de mi cabeza pero me bastaba con inhalar el aire de la habitación para inundarme en el dulce aroma de su cuerpo, el cual me recordaba bastante a la canela. En mi afán por pensar en otra cosa llegué a recordar, para mi desagrado, fuertes momentos de mi primer encuentro s****l con un hombre; casi pude sentir la presión que ejercían sus manos como tenazas contra mis muñecas y el peso de su cuerpo cayendo sobre mí. Sacudí mi cabeza como si esto me permitiera borrar estas imágenes y volví a fantasear con el cuerpo de mi mejor amiga, hasta la imagen de su delicada y pequeña boca me incomodaba ya que no podía evitar imaginarme besándola. ¿Pero por qué? ¿Qué ganaba yo con un beso de mi amiga? No estoy segura de cuánto tiempo pasé así pero sé que fue mucho más de lo que podía tolerar. Mi ojos ya estaban habituados a la luz de la luna que iluminaba con su pálido reflejo el cuarto de mi amiga, giré mi cabeza hacia ella y al verla creí que se trataba de un sueño; pero era tan real como la vida misma. Restregué mis ojos sólo para corroborar que no se trataba de un engaño de mi mente, la v****a de Lara había quedado expuesta, podía ver el abultado c*****o en el cual dormía su clítoris y la división de sus lampiños labios vaginales. Esto no podía ser nada bueno, el ver su sexo en vivo y en directo fue un golpe inesperado y no sabía cómo reaccionar. En un intento absurdo por olvidar lo que vi, volví a mi letargo; pero ahora se sumaba un hecho concreto, con sólo mirar hacia abajo podía divisar el fruto prohibido. La manzana de la tentación. Lara dormía profundamente, lo sabía por lo pausada y corta que era su respiración. En ese momento me dije a mi misma “Marcela, si tanto dudás, andá y mirá bien”; esa era la única forma de saberlo, estaba decidida a ponerle fin a todas mis dudas. Inhalé y exhalé aire, para reunir coraje. Lentamente me deslicé sobre las sábanas. Mis movimientos eran tan suaves que el colchón apenas se hundía bajo mi peso; pero como mis extremidades son largas, mucho más que las de mi amiga, temía que éstas me traicionaran y me llevaran a dar un paso en falso. En todo momento mantuve la mirada fija en el rostro de Lara, atenta a cada una de sus reacciones; sin embargo no hacía otra cosa que admirar su largo y terso cuello preguntándome si alguna vez había sentido lo mismo admirando el cuello de un hombre. Con esfuerzo y perseverancia conseguí posicionarme entre las, levemente separadas, piernas de mi amiga y miré fijamente hacia el punto en el que éstas se unían. Sus labios internos no se parecían a los míos; apenas podía verlos, eran bien delgados, pero los externos eran voluminosos y marcaban una perfecta línea divisoria. Era como ver dos pequeñas y redondeadas lomas enfrentadas. Su monte de Venus estaba abultado, aunque apenas podía verlo ya que la bombacha lo cubría parcialmente, su contorno se dibujaba perfectamente sobre la tela. Tragué saliva, «No es para tanto» me decía sin apartar la mirada. «Es como verme a mí misma sin ropa», pero esas palabras no conseguían tranquilizarme. Los latidos del corazón aceleraban con cada segundo y mi traicionera mano derecha ya estaba colándose por mi entrepierna, bajando a hurtadillas dentro de mi ropa interior; ni bien hizo contacto con mi sexo quedó en evidencia lo mojada que estaba. ¿Pero por qué? Tal vez estaba reaccionando como un perro frente a un plato de comida. Si él recordaba haberlo visto lleno de alimento, seguramente se babearía aunque estuviera vacío. En este caso la v****a de Lara me recordaba mi intensa sesión de masturbación, no era porque su sexo me excitara. Procurando hacer la menor cantidad de movimientos y ruidos posibles fui recorriendo mi v****a con la yema del dedo mayor, me dio un escalofrío cuando lo pasé sobre el punto de máximo placer; ese pequeño botoncito que tantas veces me habían prohibido tocar. Lo sentí tan rígido que me produjo un leve dolor pero a la vez fue placentero. Como si se tratara de un acto de rebeldía, lo presioné con más fuerza. Con mi mano libre acaricié delicadamente la pierna de mi amiga un par de veces, ella no mostró la más mínima reacción ante el contacto, su respiración permaneció suave y pausada. Repetí las caricias sólo para cerciorarme de que no se movería; luego, con la curiosidad de un gato, me acerqué lentamente a esa vulva y la toqué. Era muy suave y tibia. Dejé mis dedos estáticos por unos segundos para corroborar que no la había alertado; luego, utilizando mis dedos como si fueran pinzas, comencé a separar lentamente los labios vaginales. Me sentía una ginecóloga perversa, me odié a mí misma por estar invadiendo a mi mejor amiga de esta forma pero no podía detenerme; continué abriendo su tesoro virginal como si allí dentro pudiera hallar la respuesta a todas mis preguntas. Lo que sí pude ver fue su oscuro agujerito, casi sin ser consciente de mis movimientos, me acerqué a él; una gota de líquido resplandeció a la luz de la luna. Tragué saliva y me metí un dedo; no lo pude evitar. Mi v****a estaba pidiendo mimos a gritos. Abrí más la intimidad de Lara y su clítoris se asomó como un gusanito acusador. Me sentí culpable, no podía hacerle esto, ella era mi amiga y confiaba en mí; yo no estaba haciendo otra cosa que traicionar su confianza. Era una completa locura y una invasión a su privacidad. Con movimientos rápidos pero cuidadosos volví a acostarme, el viaje de regreso a mi lugar me llevó más tiempo pero lo sentí más pesado. Una vez que tuve la cabeza sobre la almohada, continué estimulando mi zona erógena utilizando tres dedos de mi mano derecha; no llegué a penetrarme con ellos pero froté cada rincón de mi v****a. Temía que la alteración en mi ritmo respiratorio alertara a Lara y la despertara, pero extrañamente eso me producía más morbo. Realmente estaba descubriendo cosas en mí que nunca hubiera imaginado. Aumenté la velocidad con la cual me estaba tocando con la intención de desafiar a la situación; como si una vocecita en mi interior dijera: «Lara, despertate y mirá cómo me masturbo; yo también lo hago, al igual que vos, porque soy una chica normal.» Por más esfuerzo que hiciese, no conseguía apartar de mi mente la imagen de esa v****a, o conchita, como le decían algunas de mis amigas. Dios está de testigo y puede decir cuánto luché internamente para quedarme en mi sitio y conformarme con lo que había visto; argumenté con lógica que si lo que pretendía era ser rebelde e ir contra la corriente ya lo había hecho y lo seguía haciendo mientras me masturbaba copiosamente justo al lado de mi amiga. Todos estos argumentos perdieron importancia en un segundo en el cual mi mente se quedó en blanco y mi cuerpo comenzó a moverse por iniciativa propia. Me mordí el labio inferior y regresé a mis andanzas. Necesitaba ver más ¿por qué? No tenía idea, una poderosa y desconocida fuerza en mi interior, me lo estaba pidiendo. Me llevó un buen rato poder posicionarme entre las piernas de Lara una vez más; estaba aterrada, si ella se despertaba en ese preciso instante estaría perdida. Ni siquiera tenía una estúpida excusa preparada; pero lo más estúpido de todo no era no tenerla, sino que me agradaba no tener excusa, casi como si quisiera quedar totalmente expuesta y no dejar el menor lugar a las dudas. «Sí, me estaba masturbando delante de vos mientras inspeccionaba tu v****a… y no te das una idea de cuánto me calentaba hacerlo.» ¿De dónde habían salido estas nuevas sensaciones? No podía explicarlo, tampoco quería hacerlo; tenía mi cerebro en piloto automático y lo único que podía pensar era en seguir con lo que estaba haciendo. Al separar una vez más sus apretados labios pude ver que por su pequeño agujerito seguía fluyendo líquido. Sin dejar de masturbarme acerqué mi cara, pero me arrepentí y retrocedí; sin embargo el intenso aroma de su v****a se impregnó en mis fosas nasales. Me acerqué una vez más, pero lo hice con la lengua afuera. Ahora sí que parecía un perro frente a un apetitoso plato de comida, hasta podía sentirme babear. Nuevamente me invadió la culpa y me detuve. Mis dedos jugaban con mi clítoris, como si éste fuera una campana muda que me hacía resonar de placer; me estaba empapando toda la bombacha. El olor de la rajita de mi amiga llegaba hasta mí de forma provocativa. No podía quedarme con la duda, tal vez ni siquiera me agradaría, eso resolvería todo. Sería un antes y un después en mi vida pero al menos conseguiría una respuesta. Debía ser fuerte y afrontar las consecuencias de lo que pudiera ocurrir. Puse mi mano izquierda sobre su monte de Venus y observé una vez más. «¡Ya fue!», me dije y sin pensarlo dos veces, me lancé en picada como un ave de rapiña. Pasé la lengua por el centro húmedo de esa v****a, desde abajo hasta el clítoris. El intenso sabor amargo de ese líquido espeso que quedó dentro de mi boca, me disgustó. Eso me tranquilizó mucho, el que algo no me agradara era buena señal. Por la v****a chorreaban sus jugos mezclados con mi saliva, volví a dar una lamida, como si se tratara de un helado. Confirmado, no era nada sabrosa. Podía afirmar que hasta llegó a producirme un poco de nauseas; a pesar de esto no dejé de restregar mis dedos contra mi clítoris, al menos pude hacerlo con la certeza de que no me gustaban las v*****s. Moví la lengua en el interior de mi boca saboreando lo que me había bebido e hice una mueca de asco. Una nueva lamida. Mi amiga no se movió; pero su conejito ya estaba mostrando señales de reacción, cada vez se mojaba más. En la siguiente ocasión, pasé la lengua y logré recolectar gran cantidad de flujo s****l. Era asqueroso y viscoso, empalagoso y penetrante; sin embargo había una pregunta que resonaba dentro de mi cabeza: Si me desagradaba tanto ¿Por qué carajo no podía parar de lamerla? «No te despiertes Lara, por favor», rogaba mientras daba un nuevo lengüetazo, esta vez más lento y saboreando a pleno todo lo que tocaba. No podía afirmar si mi intención era causarme repugnancia o hacerlo hasta el punto en el que pudiera disfrutar de ese sabor tan intenso. La respiración de mi amiga se estaba agitando, pero aun parecía estar durmiendo. Llegué al orgasmo con dos dedos metidos bien adentro, tuve que sacarlos rápido para poder estimular mi clítoris mientras los jugos de mi v****a saltaban sobre la cama, lamí una vez más la v****a de Lara y tuve que morder las sábanas para ahogar mis gemidos. Todo había terminado, estaba agotada y obnubilada. Fui hasta el baño, que por suerte era como el mío, en suite, unido a la misma habitación. Me lavé la entrepierna y me sequé lo mejor que pude teniendo fe en que mi bombachita estaría seca por la mañana. Cuando regresé a la cama volví a hundirme entre sus piernas para darle un beso abarcando entre mis labios toda su v****a. Di una última lamida, acomodé su bombacha y me fui a dormir con el intenso sabor a sexo femenino en mi boca. Al otro día me carcomería la culpa.
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