Jehane.
.Diecisiete años.
Londres. Mi segundo país, y ahora, el territorio al que fui forzosamente trasladada. Fui arrastrada hasta aquí por el simple chantaje y el capricho narcisista de mi madre, Beatrice. Ella tomó mi custodia, obligándome a convivir con su hija mayor, Abby, y su nuevo esposo, Elijah. Beatrice es la mujer más egoísta y calculadora que he conocido.
Su jugada fue astuta: amenazó a mi padre con desmantelar el imperio francés si no le entregaba mi custodia, además de difundir públicamente su pertenencia a la mafia, lo cual causaría problemas geopolíticos serios para todos los involucrados. Mi madre planeaba librarse de cualquier consecuencia, escudándose como la víctima ajena a la vida criminal, aunque la verdad es que su fortuna se basa en su obsesión por los mafiosos adinerados. Ahora está casada con un m*****o de la mafia británica, colocándome en una posición estratégicamente incómoda, ya que mi lealtad pertenece incondicionalmente a la estirpe francesa y, sobre todo, a Javier, el próximo líder.
Todo este exilio es un sacrificio por él. No permitiré que esa mujer dañe nuestro imperio por una venganza banal y unos cuantos millones. Conozco su verdadera intención: cree que, al estar bajo su sombra, seré opacada y nadie importante me mirará. Mi madre ignora el temple de la hija que tiene. Ella es quien saldrá perdiendo.
—Esto es lo mejor para todos. Ya no tendrás que hacer trabajos peligrosos, y mucho menos manejar ese burdel que tanto ama tu padre —dijo Beatrice con desprecio.
Nací con sangre mafiosa. La mafia es la esencia de mi ser. Fui entrenada desde muy pequeña por mi padre y mi suegro. Nací para ser la prometida del futuro líder de la grande mafia francesa. Mi deber es ser peor, más implacable que él.
—¿Quién dijo que esa vida me desagrada? Amo cada parte de ella. Y te recuerdo que tú también estás inmersa en ella, por más que finjas lo contrario.
—Somos mujeres, ese no es nuestro oficio, Jehane.
—Y tampoco es nuestro oficio buscar hombres mafiosos adinerados —Me coloqué frente a ella, retándola—. Hago esto por mi padre y por Javier. No creas que me doblegaré solo porque me separaste de ellos.
—Deberías ser más agradecida. Te liberé de la influencia de tu padre; ahora puedes ser libre, hacer lo que una mujer de tu posición debe hacer, no esas violencias que él te enseñó.
Reí sin una pizca de humor. —No uses la hipocresía, Madre. Conozco muy bien tu insistencia en tenerme aquí. Te sientes decepcionada de ti misma por no haber conseguido al líder francés. Siempre has querido ser la esposa de un líder, y has empujado a Abby a lo mismo. Fuiste a París por él, pero no contabas con que ya estaba casado. Aun así, conseguiste a mi padre para no irte con las manos vacías. Regresaste a tu país para casarte con el líder de aquí, pero fue asesinado, y bueno, tuviste que conformarte con Elijah. No has tenido suerte, ni tú ni tu preciada Abby. Y te enferma que yo, la hija menos querida y menos parecida a ti, haya conseguido un matrimonio concertado con el próximo líder.
Su rostro se transformó en un poema de furia reprimida. Su mandíbula se tensó, y sus ojos se llenaron de ira.
—Eso no es verdad.
—Claro que sí lo es. Te arde saber que soy la prometida de Javier desde antes de mi existencia. Eso te carcome y no te deja dormir. Por eso creíste que alejarme funcionaría. —Tomé mi mochila—. No has ganado. Y jamás me harás perder a mí, lo sabes. Verás cómo te saldrán canas verdes al verme lograr lo que tú nunca pudiste.
Salí de la habitación sin despedirme de nadie. Hoy era mi primer día en la universidad. El día ya era patético y se volvía más incómodo al entrar en un entorno nuevo. Al llegar, todos miraron mi vehículo, un convertible deportivo blanco. Era llamativo, y eso atraía miradas. Todos en esta universidad provenían de buenas familias, se conocían y, por lo tanto, la novedad era un foco de atención. No tenía intención de socializar, al menos no por ahora. Mi misión estratégica requería un objetivo.
A la hora de descanso, todos se dirigieron a la cafetería. Busqué mi café con la precisión de un francotirador.
—Oye, chica nueva, acércate —dijo un chico popular, rodeado de un séquito.
Todos en las mesas me miraron expectantes. Sin embargo, giré sobre mis talones y me retiré del lugar, dejándolos estupefactos. Debo admitir que uno de ellos capturó mi atención: cabello largo y oscuro, piel pálida, y unos ojos hermosos. Él me miraba diferente; parecía desear mi acercamiento, pero con una cautela que me intrigaba.
Los días transcurrieron. El mismo grupo intentaba captar mi atención sin éxito. Siempre estaba sola, sumergida en mi pequeño mundo, revisando fotografías de Javier. Su ausencia se hacía más intensa cada día. Sabía que él debía estar furioso, con ganas de venir por mí, pero sabía que no podía. No mientras yo fuera menor de edad.
—Hola.
Levanté la vista. Era el chico cauteloso. Félix Dowey.
Félix era popular por su belleza melancólica, su amabilidad y su sonrisa tenue. Venía de una familia de artistas, y él estudiaba arte. Era sensible, quizás demasiado. Sufría de asma y era enfermizo, una debilidad que su padre —un hombre estricto y tradicional— reprendía con crueldad, humillándolo por sus "rasgos afeminados" y su posible homosexualidad.
—¿Quieres algo? —Mi tono era cortante.
—Yo... —Parecía nervioso—. Solo quería saludarte. Te he visto desde que llegaste y he estado pensando en cómo acercarme, ya que siempre estás sola y evitas a los demás.
—Los demás no me interesan. —Volví mi vista a mis libros—. Aunque debo decir que el único interesante de ese grupo eres tú.
—¿Yo? ¿Por qué? —Su voz se encendió con un entusiasmo que me hizo sonreír internamente.
—Eres el único que no me ha mirado como un juguete nuevo.
—Créeme que nadie piensa eso. Están cautivados por tu belleza y sofisticación.
Bufé. —¿Solo por eso? Vaya, aquí se dejan guiar por las apariencias.
—Es normal emocionarse al ver a alguien nuevo. ¿De dónde eres?
—De París.
—¿A qué se dedica tu familia?
—Forman parte de la mafia.
Un silencio se instaló, tenso y largo.
—¿Es una broma?
—¿Tengo cara de bufón? —Lo miré fijamente.
El pobre estaba más pálido de lo habitual.
—Mi padre es un líder mafioso, mi familia maneja varios clubes, y mi madre también participa, aunque ahora esté adherida a la estructura de este país.
Lo vi tragar con dificultad. —No sé qué decir.
—Es normal. Todos tienen esa expresión al saberlo, pero no tengo por qué ocultarte nada. —Sonreí de lado—. ¿Me tienes miedo?
—Yo... no... —Tartamudeó—. No lo tengo, pero es algo que da mucho en qué pensar.
—Sí, tal vez. —Recogí mis cosas—. Mientras lo asimilas, ¿Quieres venir a mi casa? Quizás aclares tus ideas en un entorno menos hostil.
Sus ojos se abrieron de golpe. —¿Qué?
—Simplemente vamos. No me gusta perder el tiempo en estupideces. Si quieres, ven. Si no, despídete de la oportunidad.
Con eso, no dudó. Se levantó y me llevó a su coche. Yo pediría que me trajeran el mío después.
Ya en mi habitación, nos encontramos en medio de un beso apasionado. Era uno de los mejores, rivalizando solo con los de Javier.
—¿Así que me observabas?
—Claro que sí. Eres muy llamativa, y tus ojos son hipnóticos. —Se separó para recuperar el aliento—. Lo que más me atrajo es que no quisiste acercarte a mi grupo. Normalmente, cualquiera lo haría.
—No me interesa ser popular.
—Eso es insuficiente para evitarlo. Eres la chica de la que todos hablan y... —Besó mi cuello—. Me ignoraste muchas veces. Eso me rompió el corazón, pero también me dio el valor de acercarme.
—Parece que mi plan funcionó.
—¿Plan?
—No suelo dar el primer paso, cariño. —Me subí a su torso, obligándolo a mirarme—. Me gusta ver la valentía en los hombres. Nada es mejor que un hombre con las ideas bien definidas.
—Entonces nos gustamos.
—Puede que sí.
—¿Qué quieres decir?
—Me gustas. Eres un hombre que rara vez se conoce. Pero no sé si yo pueda seguir gustándote. Tengo gustos diferentes, una meta muy clara sobre mi pareja perfecta, y acabas de descubrir que mi familia es de la mafia.
Me bajó de su cuerpo, quedando frente a frente.
—Sí, lo de tu familia fue como un balde de agua fría. Aún lo asimilo, y la verdad es que estar contigo puede ser peligroso si estás tan involucrada. Pero no entiendo el problema con tus 'gustos'. Explícate mejor.
—¿Me compartirías con otro hombre? ¿Y ese hombre también estaría contigo de manera romántica?
Volvió a quedarse petrificado.
—¿Hablas de poligamia?
—Así es. Es mi meta. Quiero cimentar una relación polígama donde todos los integrantes se amen mutuamente, sin celos, sin preferencias y sin desconfianza. Quiero que mis parejas me amen y se amen entre ellos. Soy bisexual, así que también amaré a la mujer que se una a mi relación.
—Ahora sí que me has dejado sin palabras.
—Sé lo que quiero y nadie lo cambiará. No tendremos una relación con una sola persona. Y si ese fuera el caso, ese puesto ya está reservado.
—¿Tienes ya una pareja que comparta ese gusto?
—Sí, y no. Ambos fuimos separados por un período indefinido. Estamos comprometidos, y él favorece esto ya que su familia es polígama. —Tomé su mano—. No busco a cualquiera. Me llamaste la atención y te estoy siendo sincera porque no puedo mentirme a mí misma, y mucho menos a otra persona. Piénsalo. Si tu respuesta es un no, entonces follaremos y adiós. Y si tu respuesta es sí, prepárate para lo mejor de tu vida.