Javier.
.Diecisiete años.
Siete años de mi vida se habían consumido en una distancia calculada, manteniendo a raya a cualquiera que no fuera mi círculo familiar inmediato. En este tiempo, me había presentado a la "sociedad", la oscura red de alianzas internacionales que sostenía nuestro poder. Conocí a los herederos de la Bratva rusa, al vástago alemán que mostraba un interés peligroso por mi hermana, y a los influyentes sucesores italianos. Eran alianzas sólidas, basadas puramente en negocios, que yo catalogaba como amistades potencialmente letales.
Frederic seguía en Japón. Mantenemos un contacto constante, la promesa de nuestro reencuentro es el único ancla que me permite soportar esta monotonía disciplinada.
Jehane, sin embargo, era un fantasma. Sé que regresó a París hace unos años, pero se negaba a verme. Julius, mi padre, me prohibía ir a buscarla, alegando que "ella no desea recibirte". Sospecho que me miente, pero respeto su orden, manteniendo la frustración contenida.
—Hijo, ve a prepararte. Debemos reunirnos con alguien importante.
—Bien, Padre.
Desde mi debut a los doce años, mi trabajo para la organización ha sido incesante. Misiones, gestiones complejas y la subrogación del liderazgo cuando Julius estaba ausente. Mi entrenamiento se convirtió en una obsesión. Cada día, todo el día. No he querido parar. La amargura por la ausencia de Frederic y el rechazo de Jehane era una energía brutal que debía canalizar.
—Hijo —Me miró mi padre con una profundidad incómoda—. Sé que no estás bien. No estés molesto con ellos, tienen sus razones para esta distancia.
—¿Jehane tiene una razón? —Mi ceja se alzó, desafiante—. ¿Qué razón puede tener una niña de doce años para rechazar a su prometido?
—Esa 'niña' ha estado dando frutos, igual que tú. —Una sonrisa sombría se dibujó en su rostro—. Jehane ha resultado ser idéntica a ti, Javier. Sabe dónde está su lugar, y ese es a tu lado. Por lo tanto, ha estado muy concentrada en asegurarse de ser digna de ese lugar.
—Vaya. Tanto que ni siquiera puede ver a su prometido.
—Ya la verás.
Sus palabras eran crípticas y me generaron una súbita intriga.
—Padre, si hubieran tenido la oportunidad de incluir a otra persona en su matrimonio, ¿Lo habrías hecho?
—Esa es una pregunta compleja que no solo yo decido. Las únicas personas que he amado son tu madre y Simón. No hubo nadie más de mi parte, ni de la de ellos. Simón es el más celoso, aunque no lo creas. Él solo se sintió atraído por Nicolette cuando la conocimos en la universidad. Tu madre, al principio, se rehusó; le resultaba difícil procesar que dos hombres en pareja quisieran que ella se uniera. —Me miró con cariño—. Y mira el resultado: te tuvimos a ti y a tu hermana. No creo que exista nadie más para nosotros.
—¿Crees que yo pueda amar a más de ellos dos?
—Eso se sabe cuando los miras. Lo sentiste con Frederic. Con Jehane no, porque ella era muy pequeña, pero tal vez consigas a alguien más. Alguien que necesite el amor, la amistad y la protección que tú y tus amantes puedan ofrecerle.
El tema se cortó abruptamente al llegar a nuestro destino. El lugar era desconcertante: una pista de patinaje sobre hielo.
—Masson pidió vernos aquí. Quiere hablar y mostrarnos algo.
No me apetecía ver a Masson. El viejo no había movido un dedo para facilitar el encuentro con su hija.
—¡Julius, amigo! —Masson se acercó, estrechando a mi padre en un abrazo ruidoso—. Gracias por venir. Es algo fuera de lo rutinario.
—Masson, un lugar extraño. ¿A qué se debe esto?
—Traje a mis hijos. —Señaló a sus hijos menores y a los adoptados.
Recordé que Masson se había hecho cargo de los hijos de Margot, su verdadero amor, quien estaba internada por enfermedad. Los gemelos, Andrien y Antoine, se movían como sombras pálidas detrás de los hijos biológicos de Masson, vestidos de riguroso n***o, ajenos a todo. No eran muy diferentes a mí a su edad, pero su aura de luto era pesada.
—Nunca pensé que tuvieras tantos hijos.
—Soy un casanova incorregible. Desde que Jehane nació, le tomé el gusto a la paternidad.
—¿Cómo sigue Margot?
—Muy bien, esperamos que salga del hospital pronto.
En ese instante, las luces del lugar se apagaron. Solo un potente foco iluminó el centro de la pista congelada. Sentí un escalofrío electrizante al ver entrar a una figura esbelta. Era una joven, con un traje n***o brillante, el cabello recogido con precisión y unos patines a juego. Su presencia era magnética.
—Ahí está mi Cisne n***o —susurró Masson, visiblemente orgulloso—. Disfrutemos. Jehane ha tomado gusto por este deporte y es excepcional. Le encanta hacer sus presentaciones para nosotros.
Me quedé estático. Mi cuerpo no reaccionaba, solo observaba cómo Jehane iniciaba su acto al compás de la música. No sabía de este talento, ni cuánto había crecido. Su figura se había transformado; era espigada, con un aire de mujer. Estaba hermosa, peligrosamente hermosa. No podía esperar a que tuviera la edad suficiente.
Al finalizar el número, los hijos menores de Masson corrieron hacia ella.
—¡Hermana, hermana!
Los gemelos Andrien y Antoine dudaron.
—Andrien, Antoine, vengan —ordenó Jehane.
No dudaron en ir. Jehane los recibió con la misma calidez que a los otros.
—¡Estuviste genial, cariño! —Masson se precipitó hacia su hija, llenándola de besos.
—Basta, papá. Ya con los besos de mis hermanos tengo suficiente. —Su mirada se encontró con la mía. Una sonrisa siniestra, que tanto extrañé, curvó sus labios, e hizo que esos ojos diabólicos y hermosos ardieran en reconocimiento—. Javier.
—Jehane.
No sé en qué momento exacto lo hizo. Su velocidad era legendaria. Se despojó de los patines y saltó a mis brazos. Su perfume, rico y familiar, me inundó. Su cabello estaba más largo y su cuerpo comenzaba a adquirir las curvas de la edad.
—No querías verme.
—Estaba ocupada. —Ocultó su rostro en mi cuello—. Ahora soy hermana mayor, heredera de un imperio y, además, lidiando con una madre biológica estresante.
—Pude haber estado para ti en cada momento.
—Quiero luchar mis batallas sola. No necesito ni de ti ni de mi padre.
Sonreí de medio lado, disfrutando de esta calidez que no sentía hace años.
—Estuviste genial.
—Veo que el patinaje sobre hielo es la sensualidad que me representa.
—Aún eres muy pequeña para hablar de sensualidad.
—Mira quién habla, el que se comprometió con una niña y un niño a tan poca edad. —Ambos reímos.
Nos separamos un poco de nuestros padres. Sus hermanos fueron enviados a otra zona del lugar con la excusa de que no debían molestarnos.
—Mi padre y mi madre han estado peleando por mi custodia todos estos años. Estoy aquí solo por un tiempo; mi madre está en el país. Si ella decide irse, tendré que irme con ella hasta que sea mayor de edad y decida por mi cuenta. —Respiró hondo—. Todo este tema me tiene deprimida. Odio tener que ver a mi madre y a mi hermana mayor. Y ahora tengo cinco hermanos menores. Mi padre parece no saber hacer otra cosa que embarazar a cada mujer que encuentra.
—Pero los gemelos no son sus hijos. Son de Margot.
Jehane me miró con una ceja alzada y una sonrisa maliciosa.
—¿Que no son sus hijos? ¡Ja! Está claro. —Rodó los ojos—. Ya veo que mi prometido no es el único ciego.
—¿Entonces sí lo son?
Asintió levemente con la cabeza, su voz se hizo más baja, un susurro cargado de información peligrosa.
—Lo son. Mi padre no lo sabe, y Margot nunca se lo diría, pero he notado cómo se parecen a él. La forma de caminar, sus gestos, el lunar que tienen en el lado derecho del puente de la nariz... Esos gemelos son hijos de mi padre. Y creo que son los más parecidos a él.
—Esa cualidad tuya nunca se acaba. —La acerqué a mi cuerpo—. No me había dado cuenta. Sabes que ignoro las cosas que no son de mi interés directo.
—Lo sé.
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Mi relación con Jehane había avanzado a pasos agigantados. Éramos solo nosotros dos, por el momento, pero experimentábamos con la idea de la poligamia. Teníamos la bendición de nuestros padres, siempre y cuando fuéramos responsables con la prevención. Yo era particularmente protector con Jehane sobre el embarazo, aunque me llevara cinco años, aún éramos muy jóvenes.
—Es una pena que no tengamos la misma edad. Así podríamos ir juntos a la universidad.
Mi chica estaba sentada en mi regazo, moviendo las piernas mientras yo intentaba concentrarme en mis apuntes. Había estado así desde que llegué de la universidad; me había estado esperando.
—Sería genial. —Intenté concentrarme en mis deberes—. Pero adoro que seas menor. Así te veo tierna.
Ella bufó, indignada.
—¿Tierna? Eso no me lo decías anoche.
No pude evitar una carcajada ronca.
—Dios, nena, así no se puede.
—No importa. Estamos comprometidos desde antes de nacer, somos novios desde siempre y un día nos casaremos.
—Esa es la verdad. Es culpa de nuestros padres.
Su celular sonó. Era Masson.
—Hola, papá... Sí, estoy con él... ¿En serio? ¡Papá, eso es maravilloso, qué gran noticia!... ¿Ir al hospital?... No. Mejor lleva a Margot a su nuevo hogar. Nos veremos en la noche... Bien, bien. Adiós. —Colgó la llamada, con una euforia poco habitual—. Margot fue dada de alta. Regresa a casa hoy.
Margot, el amor verdadero de Masson, había luchado contra el cáncer durante años. Su recuperación fue un triunfo. Quizás Masson finalmente podría encontrar la felicidad y evitar otro matrimonio desastroso.
—Tendremos una cena, así que iremos. —Sin más, se levantó de mi regazo para buscar un atuendo.
Horas después, nos encontrábamos en la mansión Dessert. La pequeña celebración por la recuperación de Margot solo incluía a los gemelos, ya que los demás hermanos se rehusaban a compartir con ella; odiaban a Margot y, por extensión, a Andrien y Antoine.
—Gracias por venir, Javier. Jehane me comentó que estás muy ocupado con los estudios.
Margot me agradaba genuinamente. Trataba a Jehane como una hija y mi chica, a su vez, la veía con un respeto y un cariño maternal.
—No me perdería celebrar tu recuperación. Ahora estás en casa con tu amado viejo.
—Oye, niño, más respeto —protestó Masson.
—Ya, cariño, Javier solo bromea. —Margot rió suavemente—. Además de eso, yo... Quiero decirles algo a todos.
Miramos a Margot con creciente curiosidad.
—Masson, yo... —Apretó sus manos con nerviosismo—. Te he ocultado algo. Y no solo a ti, sino a Andrien y Antoine. —Miró a sus hijos—. No pude decirlo porque todo pasó de repente: tantos exámenes, terapias, pruebas médicas... Ni siquiera tenía la fuerza para hablar seriamente con ustedes tres.
—¿De qué hablas, Madre? —Adrien se acercó con cautela.
—Yo nunca les dije quién es su padre. —Ahora miró a Masson, con los ojos llenos de lágrimas—. Nunca te dije quién era su padre biológico.
Masson pareció congelarse.
—¿Quieres decir... que mis gemelos son verdaderamente mis hijos?
Margot asintió, las lágrimas cayendo.
—No te lo dije porque pensé que nunca te volvería a ver. Pero luego llegaste, nos ayudaste con todo, y aceptaste a mis niños sin un solo problema.
Jehane y yo observamos a los gemelos. Estaban paralizados, procesando la revelación.
—Siempre sentí una conexión con ellos, igual que con Jehane y mis otros hijos —dijo Masson, abrazando a Margot—. Sé que tuviste miedo de mí, de mi trabajo y de lo que conlleva vivir a mi lado. Por eso te alejaste.
—Lo siento tanto, mi amor.
—No importa. Pude criar a mis hijos, y ahora puedo ayudarte a ti.
—Por fin. Ya temíamos que nunca se dijera. —Todos miraron a Jehane, sorprendidos por su intervención—. Sí, yo lo sabía desde que vi por primera vez a esas copias andantes.
—A Jehane no se le escapa nada.