8: El Encuentro en Brighton

1462 Words
Maxwell. —Así que Félix no es muy dado al ejercicio físico. —No, su cuerpo no soporta ese tipo de esfuerzo prolongado —respondió Jehane. Ya estábamos duchados y listos para dejar el gimnasio. Habíamos compartido una hora de entrenamiento, y debo admitir que lo disfruté. Jehane demostró un conocimiento técnico sorprendente sobre rutinas y anatomía. —Su salud es delicada; no me agrada verlo esforzarse en exceso —explicó con genuina preocupación, un matiz que contrastaba con su aura fría. —Entiendo, es algo biológico. —La información solo alimentaba mi curiosidad. —Pensé que eran la clase de pareja que era inseparable en sus actividades —Nos encanta estar juntos, pero también valoramos mucho el espacio a solas. No tenemos los mismos intereses, así que ninguno obliga al otro a hacer cosas que no disfruta. Ahora, por ejemplo, yo me encuentro lista, y él debe estar en alguna parte de los jardines leyendo o dibujando. —Me sostuvo la mirada, y su sonrisa ladina apareció—. ¿Te gustaría acompañarme a buscarlo? —Claro. La respuesta era obvia. No me perdería la oportunidad de ver a Félix de nuevo. Él era la encarnación del orden estético que mi vida caótica necesitaba; ella era el desorden controlado que me intrigaba. Recorrimos los jardines hasta que lo encontramos. Estaba sentado en una banca, absorto en su sketchbook, con el mar de fondo. El viento jugueteaba con su hermoso cabello oscuro. —Amor —dijo Jehane, y Félix levantó la mirada sin dudar. Nos regaló una sonrisa tenue que desarmó toda mi estructura mental. —Oh, nena —respondió Félix. Su expresión se iluminó al vernos. Luego me reconoció—. Y, oh... Max. Qué gusto verte. —Lo mismo digo —logré articular, sintiendo que su belleza acaparaba mi capacidad de concentración. —Max y yo nos encontramos en el gimnasio y entrenamos un poco juntos. —Llegamos hasta la banca, y Jehane no dudó en sentarse sobre sus piernas. Me hizo una discreta señal para que ocupara el espacio vacío. —¿En serio? Así que ambos comparten el interés por el ejercicio. Eso es muy bueno —comentó Félix con dulzura. —En realidad, estoy un poco oxidado —dije, tomando asiento. —Hacía mucho tiempo que no me ejercitaba de esa forma. —Jehane es excepcional. La mejor de todos. —Sí, ya lo comprobé. —¿Y qué te parece el hotel? Muy acogedor, ¿Cierto? —Bueno, honestamente, no me siento cómodo en lugares donde muchas personas han dormido y usado los mismos objetos. La idea de que un desconocido haya estado en mi cama me produce mucha ansiedad —admití, esperando la crítica habitual. Ellos no me juzgaron. Normalmente, cuando hablo de mi mezquindad o mis problemas de control, me critican o me tachan de egoísta. —Debe ser difícil para ti —dijo Félix. Ambos asintieron, sin rastro de burla—. Pero este hotel es nuevo, y las suites donde nos estamos quedando apenas han sido utilizadas. —Sí, por eso aún estoy aquí. Y por ustedes, claro. Decidí ir a la yugular, mordiéndome el labio para controlar mi nerviosismo. —¿Es cierto que practican la poligamia? —La valentía me había asaltado de golpe. —Parece que mi hermana te ha hablado sobre eso —contestó Jehane con una calma impresionante. —En realidad, fue Abby. Ambos sonrieron de lado, compartieron una mirada de entendimiento y luego me miraron. —Sí. Estamos tratando de consolidar una relación polígama, solo que nos ha costado conseguir a alguien que esté interesado y que lo tome con la seriedad que requiere. —Es difícil. Las parejas suelen ser de dos personas. Al saber que estamos dispuestos a tener más, huyen sin siquiera considerar la idea. —Eso es sorprendente. —¡Maxwell! Los tres giramos ante el grito irritante de Abby. Ella e Irene venían hacia nosotros, furiosas, con los rostros enrojecidos y el paso pesado. Levanté una ceja, totalmente irritado por el tono. Odio que me griten de esa manera. —Maxwell, ven aquí. —Bien, pero primero ajusta tu tono —respondí con firmeza. Ambas me miraron con sorpresa, especialmente Irene, que nunca me había escuchado hablarle así. No soy agresivo, pero tengo un límite de tolerancia—. ¿Qué sucede? —Irene me jaló, apartándome de Jehane y Félix. —¿Por qué estás con ellos? —Me encontré a Jehane en el gimnasio y me pidió que la acompañara a buscar a Félix. De paso, también te buscaría a ti —mentí sutilmente. —No quiero que te acerques a ellos, ¿me entiendes? —Debes ser más específica y explicarme la razón por la que no puedo establecer una conversación con ellos. Suspiró y se acercó más. —Jehane es peligrosa —murmuró, para que solo yo la escuchara—. Su familia es peligrosa. La madre de ellas está casada con un aliado de la mafia de este país. —¿Qué? —La noticia resonó en mí, no con terror, sino con un oscuro deleite. —Te lo juro. Soy amiga de Abby solo porque su madre tiene negocios con mis padres. —Miré de reojo a Jehane, que se veía tranquila mientras Abby le hablaba, imperturbable. Como si nada la afectara en este mundo. No importa cuánto sople el viento, la montaña nunca se moverá. —Además, Jehane misma es peligrosa. Creo que ha matado gente, no lo sé con certeza —siguió Irene, visiblemente nerviosa—. Ella arrastró a Félix a su mundo, o eso creo. Es mejor que no te acerques por ninguna razón. No sabes lo que pueda ser capaz de hacerte. ¿Hacerme algo malo? No me importaría doblegarme a ella y besarle los pies. Dios, estoy mal. —No haré nada malo para que eso suceda. Así que no vuelvas a hablarme de esa manera y mucho menos a decirme qué hacer —Mi voz era baja y controlada, pero cortante—. Soy tu novio, no tu juguete. Ten más cuidado en cómo me trates. Aunque ella fuera hija de doctores influyentes, dueños de hospitales y con un apellido histórico, no iba a permitir que me pisoteara. Apretó sus labios. —Lo siento, amor. Solo quería advertirte. No quiero que nada malo te pase. —Se apegó a mi pecho—. No quiero que caigas en ese rostro siniestro e inexpresivo que tiene Jehane. Es tan difícil leerla que no sabes qué movimiento pueda hacer. En el poco tiempo que tuve con ella, noté que no era así. Me mostró su sonrisa, su risa. Y aunque lo que Irene decía sobre el peligro podría ser cierto, conmigo y con Félix era abierta. Estaba aturdido con la información: Jehane era peligrosa y estaba ligada a la mafia, Félix podía saberlo o no, y ambos practicaban la poligamia. Me abrieron su vida privada con una facilidad inusual, y no se veían molestos por mi intromisión. —Iremos a almorzar —dijo Félix, girándose hacia mí. Su voz era meliflua—. ¿Quieren venir? —Claro, vamos. Sin que les quedara otra opción, Abby e Irene nos siguieron hasta el restaurante del hotel. Tomamos asiento en una mesa cerca de la ventana para disfrutar de la vista. Félix fue el primero en ordenar la comida, dejando al mesero aturdido al explicar cada detalle que quería en sus platos. —Félix es muy quisquilloso con la comida —me murmuró Jehane—. Es algo obsesivo, pero no tanto como para ir él mismo a la cocina y prepararlo. El dato me sacó una sonrisa. Él y yo éramos sorprendentemente similares en nuestro control obsesivo, aunque aplicado a cosas distintas. Al recibir la comida, volví a notar que esa pareja era mi sueño. Félix le cortaba la carne a Jehane, separaba algunos alimentos y comprobaba que todo estuviera en orden. Jehane simplemente lo miraba con una sonrisa en los labios, dejándolo ser, esperando con calma a que Félix le diera el visto bueno para empezar a comer. Félix se sonrojó al darse cuenta de que lo estaba observando, concentrándose de nuevo en su plato. Parecía avergonzado. Era tan tierno; me daban ganas de levantarme y besarle todo el rostro. Dios, creo que después de esto estaré soltero por muy poco tiempo. —Suele avergonzarse cuando lo miran de esa manera —escuché la voz baja de Jehane—. No le gusta sentirse halagado en público. —¿Lo notan? —Tu cara lo dice todo, lindo, no nos engañas. —Con una sonrisa profunda, Jehane llevó la copa de vino a sus labios—. Ya has cruzado el límite. Listo, solo quiero ser aceptado por ellos.
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