Jehane.
Espero con una paciencia tensa la llegada de Félix a la universidad. Me encuentro en el estacionamiento del campus, fuera de mi deportivo y recargada en el capó. Muchos estudiantes que llegan me saludan; les correspondo con cortesía, pero de forma concisa, asegurándome de que no se queden más tiempo del necesario. Mi rutina, cuando Félix no viene conmigo, es siempre la misma: esperarlo con anhelo, anhelar ver cómo el viento juega con su hermoso cabello y cómo su sonrisa se ensancha genuinamente al verme.
La espera resultó ser mucho más larga de lo acostumbrado. Félix no llegó, y solo encontré un mensaje de texto que me pareció extrañamente escueto: "Llegaré tarde a la universidad".
Me resultó insólito. Él jamás dudaba en salir de su casa lo antes posible. Que se demorara era inusual; que enviara un mensaje tan breve, más aún. Intenté tranquilizarme, pensando que quizás había ocurrido alguna emergencia familiar o que su madre lo retuvo. Tendría que verlo en la hora del descanso para saber la verdad.
Pero al llegar el descanso, no lo vi por ninguna parte. Fui directamente al aula donde debía estar: vacía. Pregunté a varios compañeros y todos me confirmaron que no había asistido. Una opresión fría se formó en mi pecho, una sensación incómoda y llena de advertencia que mi instinto entrenado no podía ignorar.
—Si enfermó, lo hubiera avisado con una llamada —murmuro para mí misma.
Decidí no decir nada a King o Max, no aún. No quería preocuparlos innecesariamente sin tener una razón sólida. Primero obtendría la información; luego iría con ellos.
Horas después, llego frente a la imponente y fría mansión Downey. No dudo en dirigirme a la puerta y tocar varias veces, con golpes fuertes y secos. Tardan en abrir, lo cual me resulta extrañamente sospechoso. Finalmente, la ama de llaves abre, con la mirada baja.
—Buenas tardes, señorita Jehane.
—Buenas tardes. Vengo a ver a Félix. No asistió a clase hoy.
La expresión de la mujer se contrae, un velo de angustia cruza su rostro antes de que logre controlarse. —Oh, señorita, el joven y sus padres salieron del país por un asunto urgente. Un viaje repentino.
—¿Salir del país? —Levanto una ceja, dejando claro que no creo ni una sola palabra.
—Así es. Los señores no están presentes. Me temo que deberá esperar a su regreso.
—¿Sabe adónde fueron y cuándo regresarán? Necesito un número de contacto.
—No, señorita. Desgraciadamente, no tengo esa información. Si me disculpa, tengo cosas urgentes que hacer. Que tenga una buena tarde. —Sin esperar mi respuesta, la señora cierra la puerta con una rapidez inusual.
Me alejo de la mansión. Miro fijamente la ventana que da a la habitación de mi artista. Las cortinas están cerradas herméticamente y las luces apagadas.
Algo aquí está mal. Muy, muy mal.
Subo a mi coche y conduzco a toda prisa a la mansión Hathaway. King sabría si Félix salió del país, o incluso si salió de su habitación. Su obsesión por nuestra vigilancia, por nuestra seguridad, siempre le da un panorama claro de dónde estamos.
Apenas cruzo el umbral, Max me recibe. —¡Bienvenida a casa, linda! —Me besa los labios y luego mira detrás de mí. Su expresión cambia a una completa confusión. —¿Y Félix? ¿No vinieron juntos?
Ahora sé que ellos no están al tanto de lo que sucede.
—Ven, amor, vamos con King —digo, tomando su mano y arrastrándolo directamente al despacho de King. No me detengo a tocar; simplemente entro.
—Owen —dice King con una sola mirada helada, y su hermano comprende la orden. Se retira luego de un breve saludo de mi parte.
—Hola, nena —King se acerca a mí, besando mis labios con una calidez que contrasta con el frío que siento—. ¿Y Félix? —Me mira con confusión.
—No lo sé —digo sin rodeos, y eso hace que ambos me miren con seriedad—. No fue a la universidad. Vengo de su mansión y no me permitieron la entrada. La ama de llaves dijo que todos salieron urgentemente del país.
King se aleja, sus ojos volviéndose dos témpanos. —Félix no ha salido del país. Pensé que al no verlo salir esta mañana era porque simplemente decayó y se quedó descansando.
—Él solo me envió este mensaje —le muestro mi celular con el texto.
Max se aleja para intentar comunicarse con él. La llamada cae al buzón repetidamente. Nos mira con miedo palpable en sus ojos. La falta de comunicación de Félix es notoriamente preocupante, ya que él es el más constante en hablar con alguno de nosotros.
—Algo sucedió —afirma King, su voz peligrosamente baja.
En ese momento, el celular de Max vibra. Él lo mira con el ceño fruncido. —Amores... —Nos enseña lo que recibió.
"Lo siento, debo dejarlos, no creo que sea conveniente para mí estar contigo y con Jehane. Adiós."
El texto termina de colmar mi paciencia. Es evidente que alguien más envió ese mensaje, ya que no menciona a King en la despedida.
—Esa no es su forma de escribir —dice Max, con la voz quebrada—. Él nunca me diría solo "contigo y con Jehane". Siempre se refiere a nosotros tres o a King. Es un farsante.
—Y un cobarde —gruñe King.
—Creo que va a correr mucha sangre esta noche —dejo escapar una sonrisa siniestra, sintiendo la adrenalina de la batalla.
—Esperemos a la noche —las palabras de King están llenas de un odio puro y concentrado—. Esos malditos pagarán por esto.
¡Por fin podré golpear a ese miserable hombre que Félix tiene como padre!
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King estaciona el coche frente a la mansión Downey. Estamos listos para la guerra contra esa escoria de familia.
—Quédate aquí, mi amor —le ordeno a King—. Entra luego de que nosotros logremos abrir. No dudes en golpear a los hermanos si se interponen, yo me encargo del padre.
El padre de Félix es un hombre alto y corpulento, pero mi entrenamiento me permite derribar a hombres con mucho más poder que él.
—Maxwell, ve a su habitación. Si no está, derribas las demás. Félix debe estar encerrado en algún lugar de esa puta casa.
—Muy bien, nena, estoy listo —responde Max con el rostro endurecido por la preocupación, pero con una chispa de determinación.
Lo miro con orgullo. Oficialmente, esta es su primera misión como m*****o de la mafia inglesa. Estoy orgullosa de él.
Salimos del coche. King da la señal, y tocamos la puerta con repetitivos y fuertes golpes. Al no obtener respuesta, no dudamos en ser más agresivos.
La misma ama de llaves de esta tarde nos abre con los ojos asustados. —Disculpen, no pueden tocar la puerta de esa manera. Ya le dije que los señores no están y no pueden causar alboroto.
—Cállese. Usted no concierne en este asunto —la empujo, con cuidado de no derribarla, y entro a la casa.
—¡Félix! —grita Maxwell con todas sus fuerzas, un grito que resuena en los fríos pasillos, para que nuestro chico sepa que hemos venido por él.
Caminamos hacia las escaleras, pero la señora intenta detenernos.
—Jóvenes, por favor, esto es peligroso. El señor puede destruirlos si no dejan en paz a su hijo —su angustia es notoria. Debe saber lo que ha ocurrido, y por su expresión, sé que fue algo grave—. Dejen en paz al joven Félix, por favor.
—Lo sacaremos de este infierno, no lo dude —le asegura Max.
Llegamos al piso de las habitaciones. Max derriba la puerta de Félix con una patada de novato, pero efectiva. La habitación está vacía, y al lado, los hermanos y la madre aparecen ante el alboroto.
—¡Lo imaginé! —espeto. Antes de que podamos reaccionar, el padre de Félix aparece al final del pasillo.
—Están invadiendo una propiedad privada. Espero que sepan que eso es ilegal —Su expresión es fría y llena de falsa autoridad, lo que me produce gracia.
—La ley es algo que me trago y escupo —me acerco a él, dándole la señal a Max para que continuara la búsqueda. —¿Dónde está Félix?
—Lejos. —Detiene a Max por el brazo. —Espera ahí, asqueroso huérfano. Si haces algo más, te aseguro que te pudrirás en una maldita cárcel —Su desprecio se mezcla con su voz—. ¡Maldito huérfano! Hiciste que mi hijo perdiera el camino, pero ya me aseguré de que no vuelva a pasar. Es mejor que se marchen antes de que suceda algo.
Con un movimiento rápido, tomo la nuca del hombre y estrello su rostro en mi rodilla, rompiéndole la nariz con un crack seco y satisfactorio. Él suelta a Max, quien aprovecha la distracción y corre a continuar su misión: encontrar a Félix y salir con él.
—¡Padre! —Los hermanos y la madre se acercan, totalmente sorprendidos de que su padre haya caído ante una chica.
Una sombra rápida pasa por el pasillo: King. Se encarga de los dos hermanos en un abrir y cerrar de ojos, con golpes precisos que los dejan inconscientes.
—¡Maldita niña! —El padre de Félix se levanta, sujetándose la nariz rota—. Eres una puta que hizo que mi hijo cayera en esa asquerosidad. —Sus ojos se abren al verme mirar a King, que está detrás de mí.
La presencia de King lo hace flaquear, el terror es palpable. —¿Por qué él está aquí...?
Sonrío de lado, el placer de la revelación es inmenso. —¿No es obvio? Félix también es pareja de ese hombre. —Lo miro —. Ahora, sigamos.
Golpe, tras golpe, tras golpe. El hombre que alguna vez creyó que podía infundir miedo está ahora bajo el tacón de mis zapatos, suplicando.
—Para darte más información, no soy una chica cualquiera como usted llegó a pensar. Soy una mafiosa, una integrante de la mafia en este país y en Francia.
Observo cómo los hermanos de Félix no tienen ninguna oportunidad contra King, mientras la madre llora en el suelo, suplicando clemencia por su esposo e hijos.
—¡Chicos! —Max sale de una de las habitaciones con Félix envuelto en una manta, cubriendo su cuerpo. Lo tiene en sus brazos, y la expresión de Max me indica que Félix está severamente dañado.
—Ve al auto, amor. Llévalo rápido —ordena King con una frialdad cortante.
Maxwell obedece sin dudar, apretando el cuerpo de Félix contra el suyo, como si el contacto pudiera sanarlo.
—Lo golpearon, ¿Cierto? —Miro directamente a la madre, la mujer que nunca defendió a su hijo menor—. Y usted nunca dijo nada. Simplemente dejaba que su esposo e hijos hicieran lo que quisieran con él. —Pateo el rostro del hombre bajo mis pies y me acerco a la madre.
—¡No! ¡Detente! —Se pega a la pared con un miedo aterrador.
—¡Qué decepción de madre! —Sujeto con fuerza su cabello, y ella intenta desesperadamente zafarse—. ¡Nunca lo defendió! Vio el maltrato y nunca lo detuvo. —Con rabia acumulada, golpeo su cabeza contra el muro varias veces hasta que la suelto, lanzándola lejos. —Olvídense de él. No volverá a pisar esta casa, y ni se les ocurra buscarlo. Agradezcan que no los matemos. Y si hablan con alguien sobre esto, les irá muy mal. Ni la muerte será tan piadosa con ustedes, malditas escorias.
King y yo salimos del lugar, no sin antes propinarle un último golpe al hombre tirado en el suelo como una bolsa de basura, que es exactamente lo que es.